Si para algo sirvió el esperpéntico acto de coronación del tirano venezolano Nicolás Maduro el 10 de enero, fue para mostrar su creciente soledad y para que los venezolanos aprendieran de geografía; el régimen, en busca de apoyos por todas partes -más allá de los ya conocidos y usuales de Cuba, Nicaragua, El Salvador, Bolivia y Uruguay -hoy también el nuevo gobierno mexicano-, además de algunas fieles islas caribeñas con más peso en votos en la OEA que población, y con más deshonra que geografía- destacó con grandes bombos la presencia, entre otros, del presidente de la República de Osetia del Sur, hasta 1991 parte de Georgia, es decir de la fenecida Unión Soviética. Tiene apenas 3.900 Km2, y según el censo de 2010, 80.000 habitantes. Osetia del Sur se unió en su humorística singularidad, a un chiste que circuló en las redes sociales, donde se confirmaba asimismo la presencia de delegaciones de Narnia, Asgard, Ciudad Gótica, Kriptón, Atlántida, Wakanda y el Triángulo de las Bermudas.
A diferencia de sus mentores, los Castro, a Maduro le es más fácil hacer enemigos que conseguir amigos. Debería aprender de ellos que las coronaciones no se celebran, simplemente se anuncian, en recintos llenos de fieles y sin actos de calle.
En Cuba, mientras tanto, sin perder nunca de vista al protectorado venezolano que tan útil ha sido para la sobrevivencia de la cada vez más desvencijada revolución, están preparando todo para el referendo constitucional del próximo 24 de febrero, en el cual tienen los cubanos la oportunidad –a pesar de todas los ventajismos, amenazas y trampas que el régimen ya está comenzando a practicar- de legitimar con su NO su deseo de libertad, pluralismo y progreso, luego de 60 años de tiranía. El gobierno cubano pretende a su vez legitimar la “traición” que hiciera Fidel al transformar la “revolución” que el mismo declaró “tan cubana como las palmas” (discurso del 8 de Enero de 1959 en La Habana) en un sistema monopartidista/estalinista/marxista-leninista, como afirmara en su discurso el 1ro de Mayo de 1961 que yo, Marcelino Miyares, -uno de los autores de esta nota- pude escuchar por la radio de las milicias castristas, escondido a menos de 50 metros de las mismas en algún punto cercano a la carretera de Girón a Amarillas (en la provincia de Matanzas), tratando de escapar después de la derrota de la invasión el 17 de abril (tres días después fui arrestado ya vestido de civil, en un ómnibus rumbo a Amarillas).
Han pasado 60 años, tres generaciones de cubanos, con una Cuba esclava en la isla y una Cuba libre, vibrante y progresista simbolizada por Miami, capital de la Diáspora y una de las ciudades más vibrantes de las Américas. Ejemplo único de lo que somos capaces de crear en un contexto de libertad y dentro de un sistema de Derecho en el que todos somos iguales frente a la ley y los gobernantes se eligen en un sistema pluripartidista.
Los sesenta años han dado pie para toda una serie de análisis, algunos muy valiosos, sobre la historia y la realidad cubanas. Pero hay un detalle que merece destacarse porque forma parte del ADN castrista, heredado directamente de sus mentores comunistas soviéticos: el permanente carácter imperialista del régimen revolucionario.
Es sabido que si algo han practicado los comunistas, incluso antes de que Lenin y sus secuaces tomaran el poder de forma violenta en 1917, es lo que llaman los psicólogos el mecanismo de proyección, es decir, atribuirle a otros los sentimientos, pensamientos y actos que uno realiza. Por esa vía, se culpa al enemigo –los comunistas no tienen contendores o rivales, solo enemigos- de lo que uno hace.
Las últimas palabras que se oyeron en la emisora de radio húngara Kossuth, en noviembre de 1956, luego de la invasión de tropas soviéticas para aniquilar el levantamiento popular en ese país en contra de la tiranía comunista, fueron: “Hoy es Hungría y mañana, o pasado mañana, será otro país; porque el imperialismo de Moscú no conoce límites”.
Rómulo Betancourt y Fidel Castro
Como no lo ha tenido, desde la hora uno, el castrismo. El primer viaje de Fidel Castro al exterior, luego del triunfo de la revolución, fue a Venezuela, donde el 23 de enero de 1959 se celebraba el primer aniversario de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Buscaba auxilios económicos de la nación petrolera, pero allí lo esperaba el recién electo presidente en elecciones democráticas –a diferencia de lo que acostumbran los regímenes comunistas- Rómulo Betancourt, quien conocía al barbudo personaje, y le dijo no. Tendrían que pasar cuarenta años, con la llegada al poder de Hugo Chávez, para que Castro se vengara de la supuesta afrenta recibida.
Hannah Arendt describió en diversos escritos las características fundamentales del imperialismo (por algo, ése es el título de una de las partes de su obra “Los Orígenes del Totalitarismo”).
Un hecho central que destaca Arendt, luego de analizar las características históricas fundamentales del imperialismo surgido especialmente en el siglo XIX, a partir de los procesos de industrialización europeos, y ante los límites territoriales de sus Estados, es que “un rasgo primordial de la era imperialista fue la expansión como fin en sí misma”, promovida no por razones políticas, sino económicas.
Y ese primer imperialismo fracasó, a la larga, “por la dicotomía entre un gobierno constitucional en la “nación madre”, y los métodos necesarios para oprimir permanentemente a otros pueblos”.
Por ello, Arendt afirma que la única manera para que el imperialismo tenga éxito es que la nación-madre se convierta en una tiranía, y que las oportunidades imperialistas de éxito aumentan cuando el acto imperialista está dirigido por un gobierno totalitario; como lo fue el soviético, como lo ha sido el cubano.
Porque ese problema “constitucional”, “de principios”, nunca lo ha tenido el comunismo. Es bien sabido que en estos sesenta años el castrismo no produjo un gran debate de ideas, al contrario. Simplemente se centró en aprender las artes estalinistas a la hora de tomar y luego controlar el poder. Y ello es lo que fundamentalmente han exportado a la Venezuela bajo el yugo chavista. Siempre por razones fundamentalmente económicas, ante la desaparición de la ayuda soviética. Y al igual que hizo la URSS con sus satélites, un objetivo cubano en Venezuela ha sido la destrucción de la economía libre –la palabra libertad es un anatema- y reducir las condiciones de vida de la población como método de sumisión y control. Lo que no esperaban es que se les fuera la mano a los no solo corruptos, sino asimismo incapaces gestores castristas, Chávez y Maduro.
Casos similares, ajustados a las condiciones de cada país, explican hoy la presencia imperial cubana en Bolivia, y en la Nicaragua sandinista.
Daniel Ortega, Hugo Chávez, Raúl Castro y Evo Morales
¿Acaso el fracasado “socialismo del siglo XXI” no fue un intento de propagar por toda América Latina, con La Habana como eje y guía, las prácticas autoritarias del castrismo, con el beneplácito y complacencia de varios de los gobiernos y partidos socialdemócratas en América Latina y Europa? Para ello no han dudado incluso en convertir a los médicos cubanos en mano de obra esclava y barata, hasta al punto de que hoy dicho programa constituye, con gran ventaja, el rubro de mayores ingresos para la maltrecha economía de la Isla.
El tradicional lenguaje “anti-imperialista” de Castro y sus compañeros de viaje solo buscan ocultar/legitimar el más abyecto de los imperialismos: el del totalitarismo comunista que quieren continuar bajo el manto de una“Constitución” a su conveniencia. Por ello, exhortamos a replicar el NO que salvó a Chile el 5 de Octubre de 1988 este 24 de Febrero del 2019, 60 años después de la instauración del totalitarismo castrista.
Sesenta años, qué larga vida está teniendo la dictadura cubana.
Un gran artículo, confiemos en el futuro.