Cuba: lo que está por venir
En una tertulia celebrada la semana pasada en la universidad conversábamos sobre la posverdad, palabreja de moda, y sobre cómo los bulos tenían una gran capacidad de viralizarse en redes sociales, con frecuencia con mayor alcance que las noticias reales.
Uno de los ejemplos que salió a relucir era el de la muerte de Fidel Castro, patraña que cada cierto tiempo se asomaba por el ciberespacio y circulaba pródigamente. Para que un bulo tenga éxito tiene que ser pertinente y verosímil, y resulta claro que cada vez iba a ser más verosímil la muerte del anciano líder. Las redes sociales habían matado a Fidel tantas veces como el propio Fidel solía decir que la CIA había intentado matarle a él, más de 600 según sus cuentas. Por eso era difícil de creérselo a la primera… pero era cierto: en plena era de las fakenews y la posverdad, Fidel había muerto. Y murió en su cama, como los caudillos eternos.
La muerte de Fidel Castro marca la entrada de Cuba en el siglo XXI. Incluso el solemne anuncio del fallecimiento hecho por su hermano Raúl, fue una añeja puesta en escena de los 70. En un sobrio escritorio encuadrado en paredes enchapadas en madera, con los retratos de José Martí y otros próceres en tenues colores avejentados, el joven de los Castro hacía una despedida del ciclo que concluye, en formato de siglo pasado.
El régimen aspira a mantener el control, pero la desaparición física de un caudillo genera dinámicas impredecibles
¿Qué le espera a Cuba? Coincide la muerte de Fidel con el inicio del período presidencial del enigmático Trump, de cuya doctrina en materia internacional no podemos aún estar seguros. Un tuit provocador: «Fidel Castro is dead!” muy alejado del lenguaje diplomático y de las benévolas palabras de condolencia del resto de mandatarios del continente americano, adelantaba lo que iba a ser el contenido del inmisericorde comunicado formal, horas después. “Hoy el mundo marca el fallecimiento de un dictador brutal que oprimió a su propio pueblo durante casi seis décadas. El legado de Fidel Castro caracteriza por los pelotones de fusilamiento, el robo, el sufrimiento inimaginable, la pobreza y la negación de los derechos humanos fundamentales. Cuba sigue siendo una isla totalitaria, espero que el día de hoy sea un paso para alejarse de los horrores que se han soportado durante demasiado tiempo y avancen hacia un futuro en el que el maravilloso pueblo cubano viva por fin con la libertad que tanto se merecen».
El lenguaje es duro, sin embargo creo que con Trump hay que seguir la máxima de hacerle más caso a sus manos que a sus labios. Como suele argumentar mi amigo Marcelino Miyares, veterano dirigente político cubano, más allá de la dura retórica es muy probable que el fin del embargo siga su avance tal como estaba planteado y esté muy próxima una nueva época de apertura comercial, desarrollo económico y comunicaciones fluidas para la isla.
Es posible que Trump tome algunas medidas efectistas que satisfagan las aspiraciones del lobby cubano-americano más radical (hoy ya minoría entre el electorado de ese segmento), pero lo fundamental en términos de comercio bilateral debería seguir su curso. Ahora, sin Fidel, aún con más razones, puesto que pese a que el anciano mandatario se había alejado formalmente de la primera magistratura hace ya una década, su figura omnipresente permanecía en cada recodo institucional y de toma de decisiones. Aspiraban los Castro a una apertura comercial y al mismo tiempo preservar un férreo control político, pero sabido es que la desaparición física de un caudillo todopoderoso genera dinámicas no tan fácilmente predecibles.
Aunque habrá mucho llanto, real y forzado, un 50% de los cubanos de la isla tenía una opinión negativa de Castro
El ciclo de vida de Fidel marcará el fin del largo ciclo de la dictadura cubana de casi 60 años. Se dice pronto. En la historia han sido muchos los audaces que han augurado la existencia de ciclos largos en la propia historia, pero casi nadie ha vivido el largo ciclo de poder de Fidel Castro.
Hitler proponía un Tercer Reich que durara mil años, pero sólo duró doce. Chávez soñaba con ponerle límite temporal a su mandato en el lejano 2021 y muchos de su más fervorosos partidarios extendían hasta el “dos mil siempre”, pero la muerte se interpuso. Franco impuso su férreo control sobre España durante 35 años, creyendo dejarlo todo “atado y bien atado”, pero algo estaba suelto. La dinastía de los dictadores norcoreanos ha sido larga, pero separada en tres mandatarios. De manera pues que Fidel pareciera ser el más exitoso dictador de la historia contemporánea. La receta exacta para estar seis décadas aferrado al poder se la lleva consigo, esperemos.
En lo inmediato podemos augurar grandes manifestaciones luctuosas en la Isla. Aunque habrá mucho llanto, real y forzado, no debemos olvidar que en 2015 un 50% de los cubanos de Cuba tenía una opinión negativa de Fidel Castro y sólo un 44% era favorable al anciano dictador. Y eso midiéndolo en Cuba, con todas las dificultades y naturales inhibiciones que tienen los encuestados para dar a conocer su verdadera opinión. Tanto Obama como el Papa Francisco doblaban entre cubanos la popularidad del líder de la revolución (Bendixen & Amand 2015). Son cifras para aventurarse a dibujar lo que va a pasar.
El 20% de los cubanos que viven fuera del país tienen mayor influencia económica y política que el 80% de dentro
Y en ese dibujo de lo que está por venir debe tenerse en cuenta que Cuba no es sólo una isla. En términos reales es una isla con una península añadida: la de la Florida y el exilio. Un 20% de los cubanos viven fuera de Cuba, y ese 20% cuenta con mayor influencia económica y política que el 80% de dentro.
No es ésa la única diferencia entre uno y otro bloques. Escenas de televisión tras el anuncio oficial del deceso muestran a La Habana en triste calma en contraste con el jolgorio de la calle 8 en Miami, sugiriendo así algunas de las dificultades de la integración. No será fácil, pero la reunificación cubana es imprescindible para entrar con éxito en ese siglo XXI que acaba de empezar para Cuba.
*** Carmen Beatriz Fernández es presidenta de la consultora DataStrategia y profesora de Political Systems en la Universidad de Navarra.