Cuba necesita un patriotismo ético
El compromiso debe ser con la calidad de las instituciones públicas, con la libertad y los derechos de todos los ciudadanos
A principios de este año, la vicepresidenta del Parlamento Europeo, Dita Charanzová, denunció el incumplimiento por parte del régimen cubano de los acuerdos con la Unión Europea sobre los derechos humanos. Ahora se suma a los que celebran el éxito del reciente tema musical Patria y vida, considerado ya como un himno de libertad para el pueblo de Cuba.
La canción no sólo denuncia la ausencia de libertades básicas en Cuba, la represión política del régimen y las desigualdades sociales; también expone la fatiga, el miedo y la incertidumbre que vive cotidianamente el cubano de a pie, a la vez que propone reemplazar la consigna de la revolución cubana Patria o Muerte por Patria y Vida.
Como respuesta, la prensa nacional ha recurrido a una estrategia bien conocida: la de utilizar argumentos ad hominem, un tipo de falacia mediante la cual se pretende descalificar una idea atacando a quienes la defienden. Han llamado a los autores «ratas», «carentes de talento», «vividores», «delincuentes», de «precariedad ética» y «anticubanos». Según indica el título de un artículo de la prensa oficialista cubana, habría que “cantar a la patria, no contra ella”. Dicha afirmación reposa, sin embargo, sobre una confusión que merece ser examinada: aquella que identifica la patria con las doctrinas políticas de un Estado.
No son pocos los que han sido vilipendiados, humillados públicamente y encarcelados por traición a la patria al expresar opiniones políticas
Esta confusión no es trivial. Tal identificación convierte automáticamente a los disidentes en enemigos de la patria. No son pocos los que han sido vilipendiados, humillados públicamente y encarcelados por traición a la patria al expresar opiniones políticas, allí donde sólo hubiera sido necesario escuchar lo que tenían que decir, tal y como corresponde a todo sistema político que respete la opinión y los intereses de todos sus ciudadanos. Identificar las doctrinas de un Estado con el amor a la patria hace posible la intolerancia hacia las opiniones políticas divergentes, divide a los ciudadanos y convierte a aquellos que disienten en ciudadanos de segunda clase, tratándolos como extraños en su propia patria. Tal identificación empodera a quienes se pliegan a la doctrina del Estado, y deslegitima a los que piensan diferente, dejándolos sin protección.
La patria no es propiedad de un grupo de individuos que piensan de manera similar: es patrimonio de todos los ciudadanos. Patria es la república en la cual los ciudadanos pueden vivir en libertad, realizando sus proyectos de vida, sin la intervención arbitraria del Estado. Como ha mostrado Maurizio Viroli, su supervivencia necesita de líderes políticos honestos, de un conjunto de instituciones políticas, sociales y económicas cuya legitimidad sea reconocida por el pueblo, así como de una amplia participación ciudadana en la vida pública.
Los enemigos de la patria no son quienes piensan diferente, sino la tiranía, la corrupción, el despotismo y la imposición de la homogeneidad ideológica. Son aquellos que se benefician de la discriminación política, de la explotación, de la exclusión y de la negación de los derechos civiles.
Los enemigos de la patria no son quienes piensan diferente, sino la tiranía, la corrupción, el despotismo y la imposición de la homogeneidad ideológica
El patriota siente una identificación y una afección especial por su país, una preocupación por el bienestar de sus compatriotas, así como el deber de hacer sacrificios cuando la libertad de su pueblo se ve comprometida. El patriota se debe a la libertad que las instituciones de su patria hacen posible. Es la legitimidad de estas instituciones la que refuerza las obligaciones ciudadanas y el compromiso para defender esta libertad. Cuando estas instituciones no representan los intereses de todos los ciudadanos, sino los de una ideología particular, la cohesión social se pierde y las leyes, que deben ser el reflejo de la soberanía popular, pierden adhesión.
Como señala Jürgen Habermas, los ciudadanos deben entenderse como los autores de las leyes que los rigen, no como sus víctimas. Para ello, es necesario que sean capaces de deliberar públicamente, sin temor a ser perseguidos por sus opiniones políticas o religiosas. La deliberación es una herramienta imprescindible para mantener el carácter democrático de un país y la calidad de sus instituciones públicas. Pero tal deliberación no debe limitarse a un grupo selecto de individuos fieles a una ideología: debe incluir a todos los sectores de la sociedad y sistemas de pensamiento.
Es gracias a ese tejido de interacciones sociales a través de la deliberación que se fortalecen las instituciones, que se incrementa la confianza ciudadana en los procesos políticos y que se lleva a cabo la inclusión social. Es mediante tal inclusión que todos podemos sentirnos parte de ese algo más grande que nosotros que es la patria.
Denunciar los abusos que se cometen en un país, las violaciones de los derechos más elementales, el miedo que experimentan los ciudadanos en la vida cotidiana a expresar lo que piensan no es entonces «cantar contra la patria». Es cantar por ella. Cultivar una preocupación especial por el bienestar de los compatriotas, exponiendo a la luz del mundo sus desdichas, frustraciones e impotencia no es «anticubano», es una expresión de un tipo de patriotismo que, lejos de ser censurado, debería ser cultivado: el patriotismo ético.
El patriotismo ético no tiene compromiso con una doctrina política particular, sino con la calidad de las instituciones públicas, con la libertad y los derechos de todos los ciudadanos
El patriotismo ético se preocupa por la dimensión moral del país. No teme indagar en sus momentos oscuros, ni someter a escrutinio crítico las políticas públicas que perjudican el bienestar de los ciudadanos. El patriotismo ético no tiene compromiso con una doctrina política particular, sino con la calidad de las instituciones públicas, con la libertad y los derechos de todos los ciudadanos, sin importar sus creencias o afiliaciones políticas.
Igor Primoratz ha defendido la idea según la cual el patriotismo ético se experimenta a través de un vínculo afectivo entre la identidad moral del ciudadano y la de su país. Lejos entonces de negar la injusticia que pueda caracterizar las leyes establecidas, lejos de ocultar las prácticas inmorales del sistema político regente, el patriotismo ético suscita la obligación moral de identificarlas y denunciarlas. El patriotismo ético no acepta que los compatriotas sean discriminados por ninguna razón, ni que el Estado respalde la intolerancia, ni que sus representantes se beneficien a expensas de los ciudadanos. El patriotismo ético llama a aceptar y a asumir la parte de responsabilidad moral colectiva que tenemos por los errores presentes y pasados intentando no repetirlos. Sobre todo, llama a remediarlos. Cuba necesita un patriotismo ético.
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Nota de la Redacción: El autor es investigador asociado en la Universidad de Montreal (Canadá)