Cuba: Sacar al santo en procesión
Fidel Castro en su visita a la escuela ‘Vilma Espín’, La Habana, 7 de abril de 2016. (HABANALINDA.COM)
El jueves 7 de abril Fidel Castro hizo su aparición (nunca mejor dicho) en una escuela habanera, donde balbuceó algunas incoherencias ante un público de párvulos y mamás acicalados en la mejor tradición potemkiana, y numerosos agentes de la Seguridad del Estado. El suceso ocurrió pocos días antes del comienzo del VII Congreso del Partido Comunista y dos semanas después de que el presidente estadounidense, Barack Obama, visitara la Isla y pronunciara algunas frases incómodas para los jerarcas cubanos.
A los admiradores y panegiristas de Castro les ha gustado desde siempre proyectar su imagen como un David caribeño, pobre y digno, en lucha contra el Goliat septentrional opulento y soberbio. El arquetipo bíblico complacía a los bien pensantes y los compañeros de viaje del exterior, que aplaudían los «logros de la revolución» sin mencionar cómo se financiaban, tendían un tupido velo sobre la militarización de la sociedad, la falta de libertades y la violación permanente de los derechos humanos, o lo justificaban todo por el estado de sitio en que vivía la Isla, a causa de la hostilidad de Estados Unidos. Pero, sobre todo, vibraban de gozo al saber que el Comandante era una espina de marabú clavada en el (patio) trasero de Washington.
Con el paso inexorable del tiempo y los avatares de la historia, esa imagen del David juvenil y rebelde se fue deteriorando hasta dar paso a la de un Quijote envejecido y excéntrico, que peroraba en televisión durante horas sobre las campañas contra el dengue y las virtudes de los electrodomésticos chinos. Ahora los últimos fieles quieren transmutarla en la de un Cid Campeador capaz, según reza la leyenda, de ganar batallas después de muerto. «El Cid Ruy Díaz soy, […] y vencí al rey Bucar con treinta y seis reyes paganos./ De estos treinta y seis reyes, veintidós murieron en el campo;/ los vencí en Valencia después de muerto, encima de mi caballo», dice el epitafio apócrifo del guerrero, escrito a principios del siglo XV.
La exhumación metafórica del que allí denominan ahora «jefe de la revolución», apunta a que existe en Cuba un grupo de jerarcas que no están muy satisfechos con el tímido reformismo puesto en práctica hasta el momento por Raúl Castro. Y para conjurar el peligro que representan esas «desviaciones» y tratar de volver a las esencias del castrismo-leninismo, nada les parece mejor que agitar el espectro del decrépito dictador y permitir que hable un poco de la excelencia del sistema escolar cubano, los logros de la «potencia médica mundial» o las virtudes mágicas de la moringa. Ya lo anunció solemnemente Nicolás Maduro después de visitarlo a principios de marzo: Fidel es el «hombre más informado del planeta» y «reflexiona sobre la producción mundial de alimentos», sector donde los éxitos alcanzados por el susodicho en los últimos 57 años son ampliamente conocidos.
Tras la visita de Obama el dictador publicó un artículo en el que rechazaba la amistad ofrecida por el presidente estadounidense y exhortaba a los cubanos a blandir nuevamente el hacha de la guerra contra Washington. «No necesitamos que el imperio nos regale nada», escribió. Algunos de sus turiferarios han pedido ya que sus ideas se difundan y estudien de nuevo en las escuelas de la Isla.
El pataleo encaminado a prolongar la confrontación con Estados Unidos no parece una estrategia de largo recorrido. Los nostálgicos del pugilato han podido comprobar estos días que la pipa de la paz de Obama y el rock de los Rolling Stones movilizan e ilusionan hoy a los cubanos infinitamente más que las gastadas consignas del PCC y los lugares comunes que repite el viejo dictador. Bienvenidos a la era de la política-espectáculo, versión Buena Vista Social Club.
Durante la insurrección de las Trece Colonias que terminó con la creación de los Estados Unidos de América, Thomas Payne advertía ya contra la tentación del ejercicio póstumo del poder político: «La más ridícula e insolente de las tiranías —escribió— es la pretensión de gobernar desde la tumba».
El anciano que los talibanes sacan del bunker de Jaimanitas a pasear en silla de ruedas no es el nuevo cadáver del Cid Campeador que ganará batallas aunque esté fiambre. Es más bien la estatua del santo de la parroquia, que en tiempos de sequía llevan en procesión por los pueblos de España para invocar la lluvia. Una reliquia charlatana a la que ya nadie presta atención porque el mundo —su mundo— se le murió hace tiempo, sin que ni él mismo se diera cuenta.