Cuba, un país donde nadie quiere vivir
Cinco años después de que el entonces presidente Barack Obama derogara la ley de “pies secos, pies mojados” para intentar cortar el flujo migratorio ilegal de Cuba hacia Estados Unidos, los cubanos siguen lanzándose al mar en armatrostes para escapar de la dura realidad de la isla. Si es una odisea armar a diario un plato de comida, si no hay medicamentos, si los apagones están de vuelta, si los pocos productos de primera necesidad que se ponen a la venta solo se pueden adquirir en tiendas en dólares cuando el Estado paga sus salarios en pesos cubanos, y si la represión a la ciudadanía y la falta de libertades y derechos fundamentales van en aumento, no sorprende que haya personas que deciden poner su vida en riesgo entregándose al mar para intentar escapar de sus presentes y así alcanzar un futuro diferente al que les toca en este país.
Según la Guardia Costera de Estados Unidos, de enero a abril de este año aumentó 80% la actividad migratoria en comparación a años recientes. Esto, en la práctica, demuestra la cantidad de personas que intentan huir por mar de la realidad cubana. Así, incluso sin un Castro en el poder, Cuba es hoy una nación sin futuro inmediato. Una nación en ruinas, una nación fallida que no le brinda esperanzas ni garantías a un pueblo que se agarra a la emigración como única salvación.
Los cubanos emigran porque la situación del país los empuja a ello, porque son más de seis décadas viviendo en la misma situación. ¿El culpable? El gobierno, al cual no le ha importado lo que su desastre de gestión ha generado porque es feliz con su sistema de partido único que le ha brindado la posibilidad de subyugar al pueblo y a la vez perpetuarse en el poder. ¿Las consecuencias? Cuba acabó el año 2020 con 21.3% de su población con una edad superior a los 60 años y se estima que para 2025 la cifra alcance 25%, lo que convierte a la isla en uno de los países más envejecidos de América Latina.
Cuba es un país de ancianos porque las y los jóvenes no quieren para sus vidas lo que ven hoy en las vidas de sus abuelos, de sus padres y madres: calamidad, escasez, sumisión. La Organización de las Naciones Unidas proyecta que para 2050 la isla perderá un millón de sus 11 millones de ciudadanos a comparación de 2015. Para ese entonces, Cuba será la novena nación con la población más anciana del mundo.
Las proyecciones apuntan que entre 40,000 y 44,000 cubanos se seguirán largando anualmente de la isla durante los próximos años. La mayoría, podemos asumir, seguirán siendo jóvenes y con ellos el país seguirá perdiendo a una parte importante de su población económicamente activa, que es la que genera bienes y servicios. Un país sin jóvenes es un país que avanza sin hoja de ruta hacia ninguna parte. Los jóvenes —y los que no lo son también— que se largan, lo hacen porque no quieren hipotecar el resto de sus vidas en un sistema que los aplasta, que está diseñado para que solo sobrevivan los que están plegados al poder.
Gracias a internet, la oposición y la sociedad civil cubana han ganado visibilidad en los últimos meses. Una sensación de ebullición por el cambio en Cuba se siente en las redes sociales, pero la dura realidad es que, como esa mecha comenzó verdaderamente a prenderse, tomar fuerza y hasta en algunas ocasiones salió a las calles con el Movimiento San Isidro a la cabeza, el régimen decidió apagarla de tajo, como ha apagado desde 1959 todo lo que le huele a peligro para su existencia.
En una redada que emula, aunque en menor medida, lo que ocurrió en la primavera de 2003 cuando fueron encarcelados 75 opositores, periodistas y activistas, ahora, el régimen estranguló esa llama social contrariada que nace: una activista está detenida por filmar en la vía pública al principal vocero castrista de la televisión; un youtuber está en prisión “por hablar mal del Gobierno y el presidente, y por instigar a las personas a que salgan a las calles”; tres opositores tienen procesos judiciales abiertos por exigir derechos; un rapero fue juzgado a ocho meses de cárcel por expulsar de su domicilio a un policía que lo había invadido; un ciudadano común también está en prisión por portar un cartel que exigía la liberación de ese rapero; otros tres jóvenes están incomunicados en prisión por publicar varios videos en Facebook quejándose de la gestión del presidente Miguel Díaz-Canel; el rapero Maykel Osorbo fue secuestrado hace una semana mientras almorzaba en su casa y actualmente está en una prisión en la provincia Pinar del Río; seis activistas están detenidos luego de que participaran en una manifestación pacífica; el artista Luis Manuel Otero fue recién liberado tras estar retenido en un hospital por casi un mes; y Adrián Coroneaux fue llevado a prisión por intentar acceder al hospital y comprobar el estado físico de Otero, cuyas condiciones reales se desconocían.
Los jóvenes dejan Cuba a sus espaldas para poder respirar, para escapar a la opresión a la que se ven sometidos por el gobierno, que no solo no deja que sus ciudadanos se expresen libremente o que creen arte, sino que su intransigencia ideológica condiciona hasta la manera de alimentarse y de curarse de todo un pueblo. Un país sin comida, sin medicamentos y sin libertad, es, sencillamente, un país donde nadie quiere vivir.