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Daniel Ortega: de camarada a caudillo

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Daniel Ortega impone una dinastía dictatorial en Nicaragua

Puede ser pequeña y pobre, pero Nicaragua reivindica una ventaja comparativa en la poesía. Su gente celebra este año el centenario de la muerte de Rubén Darío, quien es ampliamente considerado  el introductor del verso en lengua española a la era moderna. «En Nicaragua todo el mundo es un poeta hasta que se demuestre lo contrario«, escribió Salman Rushdie, novelista británico. En un breve viaje al país durante la revolución sandinista, que derrocó a la dictadura de la dinastía Somoza en 1979, se topó una y otra vez  con versificadores. Entre ellos un tal Daniel Ortega, cuyo oda más memorable fue titulada «Nunca vi Managua cuando las minifaldas estaban de moda«, escrita cuando estaba en la cárcel.

La revolución sandinista inspiró a una generación de izquierdistas de todo el mundo. Su marxismo fue fermentado por la teología cristiana de la liberación y un compromiso idealista con la justicia social. No importa que fuera apoyada por las armas y la pericia de Fidel Castro. Para sus fans, la Nicaragua sandinista era un David santificado que, después de haber derrocado un régimen brutal y corrupto,  fue luego asediado por los Contras, armados por el Goliat estadounidense. Gracias al reflujo de la guerra fría y la presión exterior, el legado más evidente de la revolución era crear una democracia- «aunque  no era su objetivo más apasionado», como escribiera en un libro de memorias Sergio Ramírez, vicepresidente sandinista y consumado novelista.

Ortega, que había liderado el gobierno sandinista, perdió una elección en 1990. De vuelta en la presidencia desde 2007,  ha convertido a Nicaragua en una dictadura elegida y al partido sandinista en su feudo personal. Sólo uno entre los otros seis comandantes sobrevivientes de la revolución lo apoya aún. Gracias a un pacto con un líder conservador corrupto, Ortega logró el control de la Corte Suprema y la autoridad electoral, y eliminó una prohibición de reelección presidencial.

Ahora ha dado un paso más. A principios de este año, el Tribunal Supremo le concedió el control del principal partido de oposición, los liberales independientes, a un sucedáneo de Ortega. Porque rechazaron el cambio, el mes pasado 16 de los 26 miembros de la oposición en la Asamblea Nacional de 92 asientos fueron expulsados, y Eduardo Montealegre, principal oponente del Sr. Ortega, ha sido privado de la candidatura presidencial de los liberales.

Una elección que se llevará a cabo el 6 de noviembre, en la que Ortega buscará un tercer período consecutivo, y que por todo lo anterior se ha convertido en una farsa. «Nos estamos moviendo hacia un régimen de partido único con cada vez menos libertades,» afirmó Sergio Ramírez a Confidencial , un sitio web. Ni siquiera Nicolás Maduro, presidente dictatorial de Venezuela, se ha atrevido a eliminar la oposición venezolana de esta manera.

A diferencia de Maduro, Ortega es popular. La fórmula para el éxito del antiguo socialista se basa en un capitalismo clientelar. Puso en marcha programas sociales financiados en un primer momento con el dinero de Venezuela y ahora con préstamos de la banca multilateral. En la actualidad es amistoso con el sector privado y su política económica es prudente. La revolución creó una fuerza policial eficaz, por lo que hay pocos crímenes violentos. Aunque Ortega sigue denunciando retóricamente al imperialismo estadounidense, Nicaragua permanece en el Tratado de Libre Comercio de Centroamérica con Estados Unidos, lo que le ha permitido crear una gran industria de la confección. Durante los últimos cinco años la economía ha crecido a una tasa media anual del 5,2%.

Tras bastidores el gobierno está dirigido por Rosario Murillo, esposa de Ortega (quien, inevitablemente, también afirma ser poeta). Ellos mantienen un control firme sobre el país a través de los Consejos del Poder Ciudadano, de estilo cubano, que se han apoderado de algunas de las funciones de los consejos municipales electos. Al nombrar a su esposa como su compañera de fórmula este año, Ortega, que tiene 70 años y se rumora que está enfermo, señaló que quiere mantener el poder en la familia. En este reflejo dinástico, Ortega se asemeja a los Somoza. Como también lo hace la corrupción que rodea a un proyecto bastante caprichoso para un canal transístmico.

¿Qué se debe hacer con la dictadura del señor Ortega? Su golpe contra la oposición ha recibido mucha menos atención que el autoritarismo desastroso de Maduro en Venezuela. Ileana Ros-Lehtinen, una congresista republicana de Florida, ha introducido un proyecto de ley que exigiría que los Estados Unidos votara contra los préstamos multilaterales a Nicaragua. Pero incluso si se implementa, esto podría golpear a los nicaragüenses en lugar de a los Ortega -esa es la lección del embargo a Cuba-.

Nicaragua no es Venezuela. No supone una amenaza para sus vecinos, ni tampoco es una tragedia humanitaria. Lo más útil que puede hacerse desde el exterior es denunciar la dictadura de Ortega públicamente y ayudar, lo mejor que se pueda, a sus oponentes. Sin embargo, el 6 de noviembre será un día triste para la democracia en América Latina.

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

The Economist

From comrade to caudillo

Daniel Ortega imposes a dictatorial dynasty in Nicaragua

IT MAY be small and poor, but Nicaragua claims a comparative advantage in poetry. Its people celebrated this year the centenary of the death of Rubén Darío, who is widely held to have brought Spanish-language verse into the modern age. “In Nicaragua everybody is considered to be a poet until he proves to the contrary,” wrote Salman Rushdie, a British novelist. In a brief trip to the country during the Sandinista revolution, which toppled the dictatorship of the Somoza dynasty in 1979, he kept bumping into versifiers. They included one Daniel Ortega, whose most memorable ode was entitled “I never saw Managua when miniskirts were in fashion”, written when he was in jail.

The Sandinista revolution inspired a generation of leftists around the world. Its Marxism was leavened by Christian liberation theology and an idealistic commitment to social justice. Never mind that it was backed with Fidel Castro’s arms and know-how. To its fans, Sandinista Nicaragua was a saintly David which, having overthrown a brutal and corrupt regime, was then besieged by the Contras, armed by the United States Goliath. Thanks to the ebbing of the cold war and outside pressure, the revolution’s most obvious legacy was to create a democracy—“although this was not its most passionate objective”, as Sergio Ramírez, the Sandinista vice-president and an accomplished novelist, wrote in a memoir.

Mr Ortega, who had led the Sandinista government, lost an election in 1990. Back in the presidency since 2007, he has turned Nicaragua into an elected dictatorship and the Sandinista party into his personal fief. Only one among the six other surviving commanders of the revolution still supports him. Thanks to a pact with a corrupt Conservative leader, Mr Ortega took control of the supreme court and the electoral authority, and knocked down a ban on presidential re-election.

Now he has gone a step further. Earlier this year, the supreme court awarded control of the main opposition party, the Independent Liberals, to a surrogate of Mr Ortega. Because they rejected the change, last month 16 of the 26 opposition members in the 92-seat National Assembly were expelled, and Eduardo Montealegre, Mr Ortega’s chief opponent, has been deprived of the Liberals’ presidential candidacy.

An election on November 6th, at which Mr Ortega will seek a third consecutive term, has thus become a charade. “We’re moving to a single-party regime with ever fewer freedoms,” Mr Ramírez told Confidencial, a website. Not even Nicolás Maduro, Venezuela’s dictatorial president, has dared shut down his country’s opposition in this manner.

Unlike Mr Maduro, Mr Ortega is popular. The former socialist’s formula for success is based on crony capitalism. He set up social programmes financed at first with Venezuelan money and now with loans from multilateral banks. Nowadays he is friendly to the private sector and his economic policy is prudent. The revolution created an effective police force, so there is little violent crime. Though Mr Ortega still denounces American imperialism rhetorically, Nicaragua remains in the Central American Free-Trade Agreement with the United States, which has allowed it to create a large garment industry. For the past five years the economy has grown at an annual average rate of 5.2%.

Behind the scenes the government is run by Rosario Murillo, Mr Ortega’s wife (who, inevitably, also claims to be a poet). They keep a tight hold on the country through Cuban-style Councils of Citizen Power, which have taken over some of the functions of elected municipal councils. By naming his wife as his running mate this year Mr Ortega, who is 70 and rumoured to be ill, signalled that he wants to keep power in the family. In this dynastic reflex, Mr Ortega resembles the Somozas. So, too, does the corruption surrounding a rather whimsical project for a transisthmian canal.

What is to be done about Mr Ortega’s dictatorship? His coup against the opposition has received far less attention than Mr Maduro’s disastrous authoritarianism in Venezuela. Ileana Ros-Lehtinen, a Republican congresswoman from Florida, has introduced a bill that would require the United States to vote against multilateral loans to Nicaragua. But even if this were implemented it would hurt Nicaraguans rather than the Ortegas—that is the lesson of the Cuban embargo.

Nicaragua is not Venezuela. It poses no threat to its neighbours, nor is it a humanitarian tragedy. The most useful thing outsiders can do is to denounce Mr Ortega’s dictatorship publicly and succour, as best they can, its opponents. Nevertheless, November 6th will be a sad day for Latin American democracy.

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