EconomíaÉtica y Moral

De las cárceles de Perú a las tiendas de lujo

Dos marcas de ropa han usado exitosamente el trabajo de prisioneros peruanos para producir sus prendas y darles empleo y capacitación, una tendencia que crece en el mundo. ¿Es posible —y ético— construir tras las rejas un negocio rentable de moda?

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En un valle frondoso rodeado por los Andes peruanos —tras dos compuertas de seguridad, cercas altas, alambre de púas y una rigurosa revisión— trece mujeres se disponían a trabajar arduamente. Estaban tejiendo y cosiendo lujosos suéteres de lana de alpaca, cuellos de tortuga de fibra larga y pantalones de ejercicio sedosos, destinados a venderse a compradores adinerados que tienen vidas muy distintas y alejadas de las suyas.

Todas eran prisioneras en el centro penitenciario femenino en la ciudad de Cusco y cumplían largas sentencias, la mayoría por crímenes relacionados con drogas, así como asesinatos, tráfico de personas y robo. También eran empleadas de Carcel, una marca danesa fundada en 2016 específicamente para darles empleo, capacitación y, posiblemente, un futuro libre de delitos a las mujeres encarceladas.

Más de dos años después de haber empezado el programa, tanto las fundadoras de Carcel como las autoridades de la prisión peruana dicen que el proyecto ha sido un éxito mensurable. Es popular entre las prisioneras y los consumidores por igual, además de demostrar que la producción rentable y responsable de la moda de lujo puede ocurrir tras las rejas.

Perú se está volviendo una suerte de estudio de caso en el tema de la ayuda versus la explotación. Poco más de 5000 mujeres están encarceladas ahí actualmente, y más del 50 por ciento han sido empleadas para fabricar productos de cuero, ropa y textiles, de acuerdo con el Instituto Nacional Penitenciario de Perú (INPE).

No obstante, las preguntas sobre la ética de la labor en prisión y las regulaciones también han llegado a los titulares últimamente. Ha habido reportes de musulmanes prisioneros en campamentos de reclusión brutales en China que fabrican prendas deportivas, y huelgas contra el trabajo forzado a cambio de salarios miserables en prisiones estadounidenses. Este mes, las tensiones aumentaron en las redes sociales cuando Carcel presentó una nueva línea de prendas de seda producidas en cárceles de mujeres en Tailandia.

“Las empresas literalmente están anunciando que usan el trabajo de esclavos como un motivo para que compres sus productos”, escribió un usuario de Twitter, lo cual provocó un coro de indignación de cientos de personas.

“Su ‘modelo sustentable de negocio’ incluye la necesidad de que haya mujeres en prisión”, escribió otro usuario, seguido por una serie de emoticonos de rostros confundidos. Cuantas más explicaciones publicaba Carcel acerca de sus prácticas, sus modelos de pago y sus precios, más furiosas se volvían las respuestas en línea.

La larga historia de la moda y las prisiones

“La labor en prisión es un tema muy opaco y complicado”, dijo Peter McAllister, director ejecutivo de la Iniciativa de Comercio Ético, una alianza de empresas, sindicatos de trabajadores y organizaciones no gubernamentales que respaldan los derechos de los trabajadores.

“Por un lado, hay marcas bienintencionadas con programas de rehabilitación en vigencia que realizan una buena labor en todo el mundo”, comentó. “Por el otro, hay grandes preguntas que deben hacerse acerca de si los prisioneros deben conformar la producción principal de una marca con fines de lucro, sobre todo dada la cantidad inaceptable de casos de explotación de detenidos que hay en las profundidades de la cadena de suministro global de la moda”.

La moda tiene una historia bien establecida en las prisiones que data del siglo XVIII. Tradicionalmente, la mayoría de los programas de manufactura en países como Estados Unidos o el Reino Unido eran dirigidos por organismos gubernamentales o  consejos correccionales, con el fin de producir en masa artículos de poco valor a gran escala, como uniformes militares. Los prisioneros recibían sueldos muy por debajo del salario mínimo, si es que les pagaban. En la década de 1990, con un número récord de personas tras las rejas en muchos países, hubo una explosión en las empresas privadas que empleaban prisioneros para tareas tan variadas como el telemercadeo, la manufactura de circuitos impresos y la producción de prendas para marcas como Victoria’s Secret y J.C. Penney.

Actualmente, en el Reino Unido, el prisionero promedio que participa en algún tipo de empleo gana alrededor de diez libras a la semana, según hallazgos de un informe gubernamental de 2016. En Estados Unidos, el valor que aporta la labor en prisión a la economía sigue aumentando, aunque no para los prisioneros. La Oficina de Prisiones tiene un programa conocido como Industrias de Prisiones Federales que les paga a los reclusos aproximadamente 90 centavos la hora para producir colchones, anteojos, señalizaciones, artículos de protección corporal y otros productos para agencias de gobierno, las cuales obtuvieron 500 millones de dólares en ventas en 2016.

La tendencia de prendas hechas tras las rejas

En los últimos años, una subcategoría de ciertos productos ha ganado popularidad a nivel internacional: las marcas urbanas enfocadas en tendencias que venden ropa hecha por prisioneros, como Prison Blues en Estados Unidos, Stripes Clothing en los Países Bajos y Pietà, otra marca con sede en Perú. Todas aseguran que pueden fomentar un modelo sustentable de negocios y a la vez proporcionar nuevos empleos y oportunidades a los reclusos.

Pietà fue fundada en Lima en 2012 por Thomas Jacob, un francés que alguna vez trabajó para Chanel y actualmente emplea a alrededor de 50 prisioneros, hombres y mujeres, de algunas de las cárceles más grandes de Perú. Los prisioneros fabrican camisetas con logotipos en contra del sistema, sudaderas, suéteres tejidos a mano, chaquetas universitarias y zapatos deportivos altos usando materiales de origen local. Los precios van de los ocho dólares por las bolsas de mano hasta 120 dólares por los artículos de joyería.

“Hay muchos hombres y mujeres en la cárcel que se alejan mucho de la imagen que quizá se tenga de los prisioneros. Solo quieren salir adelante, aprender un oficio, trabajar, ganar dinero”, dijo Jacob, que ha abierto cinco tiendas de Pietà en la capital peruana y dice que está considerando la expansión internacional de la marca.

“Desde luego, hay grandes desafíos, desde los problemas de seguridad y logística en una prisión de máxima seguridad hasta mediar las relaciones con las administraciones carcelarias y entre los prisioneros”, comentó. “Pero ahora ya estamos acostumbrados a todo eso”.

Los detenidos no solo fabrican la ropa, dijo. A veces también contribuyen con sus diseños, lo cual les otorga un escape creativo y capacitación. A menudo son modelos para las campañas publicitarias y se les paga un porcentaje del precio de venta por cada unidad que producen, por lo que cuentan con ingresos que pueden enviarles a sus familiares. Después de ser liberados, los exprisioneros pueden seguir trabajando con Pietà o buscar trabajos en otras compañías con la recomendación y el apoyo de Pietà.

Louise van Hauen y Veronica D’Souza, fundadoras de Carcel (como cárcel pero sin acento), se conocieron mientras vivían y trabajaban en Kenia. Van Hauen era gerente creativa en una empresa de bolsos de cuero y D’Souza era la dirigente de una empresa emergente social que fabricaba y distribuía copas menstruales.

Veronica D’Souza, a la izquierda, y Louise van Hauen son las fundadoras de la marca CarcelCredit Ángela Ponce para The New York Times

D’Souza dijo que una visita a una prisión de mujeres en Kenia en 2014 hizo que cambiara su manera de pensar. “Me quedó claro que prácticamente todas las prisioneras eran madres que estaban ahí a causa de delitos relacionados con la pobreza, ya fuera robo o prostitución. Lo mismo sucede en Perú”, dijo. Como parte de la cadena de producción de drogas en Latinoamérica, la pasta de cocaína debe transportarse desde zonas de cultivo remotas a través de traficantes. Muchas son mujeres, y, a menudo, son personas no violentas que cometen ese delito por primera vez. De acuerdo con INPE, el 85 por ciento tiene hijos que mantener en casa.

“A menudo estas mujeres son encarceladas y después liberadas, pero tienen problemas para encontrar una manera de mantener a sus hijos, y el ciclo criminal empieza otra vez”, dijo D’Souza. “El sistema evidentemente no funcionaba. Me puse a pensar en cómo podríamos crear un nuevo modelo que pudiera acabar con ese ciclo”.

Van Hauen dijo que quería comenzar en algún lugar que tuviera cerca materiales naturales de alta calidad, donde algunas de las habilidades necesarias ya fuesen parte de la cultura local.

“Como uno de los exportadores de lana de alpaca más grandes del mundo, y un país donde el tejido es un pasatiempo nacional, Perú era el lugar ideal”, comentó. No obstante, en vez de diseñar prendas urbanas, ella y Souza decidieron enfocarse en el mercado de lujo.

“Históricamente, muchas marcas han tenido problemas para crecer o tener ganancias debido a la baja calidad de los productos o el diseño”, dijo van Hauen. La lógica dice que, al tener a prisioneros que crean productos de mayor valor, los productos tienen una mejor viabilidad de venta y márgenes de ganancias más saludables, además de que las mujeres perfeccionan un oficio que vale la pena.

Virginia Matamoros, directora del Centro Penitenciario de Mujeres de Cusco, dijo que la prisión ofrecía capacitación básica para coser, tejer, hornear y realizar trabajos de jardinería a todas las prisioneras nuevas con la esperanza de que pudieran salir adelante trabajando con empresas que las prepararan para su liberación.

“Aceptamos a Carcel porque es una compañía formal y organizada que trabaja con buenos salarios, lo que ha impulsado a otras empresas que operan aquí a mejorar sus salarios y horarios de trabajo”, dijo. Matamoros agregó que un mayor acceso a las oportunidades de trabajo podría disminuir la probabilidad de reincidencia. “Más que nada, es extremadamente positivo para su autoestima”, concluyó.

‘Lo hago para superar mi pasado’

En Cusco, las detenidas que trabajan para Carcel son capacitadas por tejedoras más experimentadas hasta que desarrollen las aptitudes vocacionales para trabajar en turnos de cinco horas, cinco días a la semana. Ganan salarios en efectivo de 650 a 1100 soles peruanos (de 180 a 329 dólares) al mes, según el nivel de experiencia. Las ganancias en Perú y Tailandia se comparan con el salario mínimo nacional. En Perú son 930 soles al mes.

“Las mujeres que trabajan para nosotros ganan lo mismo que un profesor de primaria”, dijo D’Souza. “Creemos que un empleo justo dentro de una prisión debe ser igual a un empleo justo fuera de prisión”.

La prisión toma un diez por ciento de los salarios de las prisioneras. Las trabajadoras se quedan con un porcentaje para sus gastos diarios, como comida y jabón, y Carcel abona el resto en las cuentas bancarias de sus familiares. Además del salario base, las mujeres también pueden recibir bonos por la calidad de su trabajo, su buen comportamiento y el tiempo extra.

“Cuando llegué aquí hace ocho años, esta prisión era un lugar muy triste”, dijo Teodomira Quispe Pérez, una viuda de 51, madre de seis hijos, que aún debe cumplir cinco años de una sentencia por tráfico de drogas. Ahora supervisa el control de calidad en el taller de Carcel. “Anhelo salir y comprar mi propia máquina. Trabajar en este taller textil me distrae de mi encarcelamiento”, dijo, mientras archivaba una orden de camisetas de alpaca bebé de 190 dólares para Net-a-Porter. La plataforma de comercio electrónico de lujo comenzó a ofrecer productos de Carcel el verano pasado.

Benigna Salinas opera una máquina de tejido. Credit Ángela Ponce para The New York Times

“Lo hago para superar mi pasado y salir adelante para el bien de mi hija porque espero estar con ella de nuevo algún día”, dijo Flor Rosa Quispe Jacinto, otra detenida. Jacinto, de 28 años, está a cargo de la capacitación de nuevas trabajadoras en los tres talleres y un salón de clases dirigido por Carcel. Jacinto, quien dijo que se sentía demasiado avergonzada como para revelar cuál fue el crimen que la llevó a prisión, mostró etiquetas dentro de las prendas que tienen impreso el nombre de Carcel y las mujeres que las fabricaron.

Puede sonar demasiado bueno para ser verdad. “Debido a su situación, los prisioneros están desconectados del resto del mundo”, dijo McAllister. “No tienen voz. Así que las únicas historias que escucharemos de los detenidos acerca de la labor en prisión tienden a ser buenas, pues las empresas o las autoridades involucradas las filtran”. (Ninguna de las once prisioneras entrevistadas por The New York Times parecieron haber sido obligadas a hablar).

No hay duda de que los productos se están vendiendo. De acuerdo con Elizabeth von der Goltz, directora global de compras de Net-a-Porter, las marcas de moda con propósitos sociales cada vez son más populares con los compradores.

“Casi todos nuestros estilos de Carcel se vendieron globalmente en tan solo las primeras dos semanas de lanzamiento, mientras que las camisetas de alpaca bebé siguen vendiéndose semana tras semana”, comentó.

Para satisfacer la demanda, Carcel ahora está buscando duplicar su base de personal en la prisión peruana. En la segunda base de producción de la empresa en Tailandia —el país donde hay más prisioneras en el mundo— se están desarrollando cuentas de comercio electrónico para algunas prisioneras y sus familiares con el fin de minimizar las malversaciones por parte de los carceleros o las empresas. Carcel dijo que esperaba operar en tres y hasta en cinco países más dentro de los próximos cinco años.

Aún hay desafíos considerables. Esta semana, Carcel detuvo las ventas en Estados Unidos cuando se dio cuenta de la existencia de una ley federal que prohíbe la importación de productos hechos por convictos. La empresa ahora está buscando una exención; señaló que Estados Unidos es uno de los pocos países que no ratificó una convención de la Organización Internacional del Trabajo en 2014 respecto del trabajo forzado, a pesar de que el trabajo en prisión es legal. Net-a-Porter confirmó el miércoles que suspendería las ventas de Carcel hasta que se resolviera el problema.

La OIT declara en su sitio web: ‘Un buen indicador de si los prisioneros aceptan trabajar libremente es saber si las condiciones de empleo se acercan a las de una relación de trabajo libre’, y en eso basamos los principios de Carcel”, dijo D’Souza desde Copenhague durante una entrevista telefónica. “Las tratamos como empleadas de una compañía, no como prisioneras en una cárcel”.

 

Elizabeth Paton es reportera de la sección Styles y cubre los sectores de moda y de lujo en Europa. Antes de unirse al Times en 2015 era reportera en el Financial Times en Londres y en Nueva York. @LizziePaton

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