Debate Rajoy-Sánchez: ¿Dónde está la política?
Dado que vivimos en una sociedad en la que todo se mide por la audiencia, el debate de Rajoy y Sánchez puede considerarse un rotundo fracaso. A pesar de ser retransmitido por la mayoría de las cadenas, de ser el único en el que participaba el presidente del Gobierno y de celebrarse, además, a seis días de las elecciones, el programa presentado por Campo Vidal fue seguido por 9,6 millones de espectadores. Es decir, tan sólo un 4,3% más que el emitido por Atresmedia hace una semana (9,2 millones) y muy lejos de los más de 13 millones del Zapatero/Rajoy de 2008, o incluso del Rubalcaba/Rajoy de 2011 (que superó los 12 millones).
El suspenso en seguimiento refleja el cansancio de los ciudadanos respecto a los dos grandes partidos. Tras lo que vimos durante dos horas en la noche del lunes, el hartazgo está más que justificado.
Los españoles no nos merecíamos eso. Los candidatos se comportaron con una total falta de respeto no ya hacia ellos mismos, sino hacia quienes se supone que tenían que convencer para que les dieran su voto.
Sánchez -ya lo había anunciado en los mítines- no quiso decepcionar a los que le pedían: «¡Dale caña a Rajoy!». Lo hizo desde el minuto uno. Su táctica fue siempre la misma: evitar que su contrincante pudiera armar un discurso coherente, desbaratando cualquier intento de que se produjera un debate sobre hechos e ideas.
¿Qué propuso el líder del PSOE? Nadie lo sabe. Lo que quedará de Sánchez en su cara a cara con el líder del PP será la frase: «Un presidente del Gobierno tiene que ser decente y usted no lo es».
Fue tan excesivo en sus ataques que ni siquiera supo reconocer las cosas que, evidentemente, ha hecho bien este Gobierno, algo que le hubiera dado más credibilidad a sus críticas.
Sánchez no se dirigió al país, sino a su parroquia, y a aquellos que han dejado de pertenecer a ella buscando en Podemos una opción más genuinamente de izquierdas que el actual PSOE.
Si ha logrado su objetivo (mantener a los suyos y recuperar algunos todavía indecisos), lo veremos en el recuento del domingo. Pero, pase lo que pase, el secretario general de los socialistas nunca podrá presumir de su actuación del pasado lunes. Es probable, incluso, que dentro de unos años sienta un poco de vergüenza.
¡Y qué decir de Rajoy! Voló tan raso que acabó enterrado. Es impresentable que acudiera a su único debate en la campaña más disputada de la democracia sin tan siquiera haber preparado la lección de economía. El presidente tenía a su disposición toda una batería de datos que, bien utilizada, podía haber acallado a su oponente.
Sea por un exceso de confianza, por desidia o por cansancio, el cabeza de lista del PP hizo el peor debate de su vida.
El uno porque pensó que hundiendo a su contrincante se salvaba él, el otro porque subestimó a su adversario y a la inteligencia del ciudadano medio, los dos nos brindaron un lamentable espectáculo en el que la política brilló por su ausencia.
Lo más triste es que ambos se mostraron ayer satisfechos con lo que hicieron. Sánchez cree que su maquiavélico planteamiento ha merecido la pena y Rajoy que será premiado por la condescendencia de los que vieron en él a un señor respetuoso que se presentó allí para ganar sin meterse con nadie.