Después de los partidos políticos, ¿qué viene?
Los partidos políticos enfrentan múltiples desafíos. Sin embargo, siguen siendo la mejor esperanza de que los procesos de cambio, de reforma, ocurran. Hasta el momento, la única esperanza
Sebastian Grundberger, Director del Programa Regional Partidos Políticos y Democracia en América Latina, con sede en Montevideo. Representante de la Fundación Konrad Adenauer en Uruguay:
Según la última entrega del Latinobarómetro, solamente 13 % de los latinoamericanos afirman tener confianza en los partidos políticos. No obstante, mayorías claras de latinoamericanos apoyan a la democracia, aunque con una tendencia a la baja. Entonces, ¿acaso creen que es posible una democracia sin partidos políticos? En tal hipotético caso, ¿quién o qué reemplazaría a los partidos?
Latinoamérica nos muestra tres escenarios.
1. El caudillo
El más clásico caso de un régimen pospartidista es el mismo de uno prepartidista. Es el viejo caudillo autoritario y populista de siempre.
El ejemplo más emblemático entre varios es el de Nayib Bukele en El Salvador, quien promete, a través de su persona, una especie de redención. Es una redención especialmente de los malos de los partidos políticos a quienes se ataca, ridiculiza, ningunea. La solución a todos los problemas es el caudillo, el salvador, el personaje mas cool.
Este personaje, tan típico de la historia, y a todo parecer también del futuro de Latinoamérica, apela así más a la fe de sus fieles en su poder milagroso que al apoyo de ciudadanos a soluciones políticas, el Estado de derecho o instituciones.
Juzgado estrictamente desde el apoyo popular, puede ser un modelo sorprendentemente exitoso, considerando la alta aprobación de Bukele.
2. La calle
En el entorno de las protestas sociales surgió —especialmente en Chile, pero también en otros países de la región— el intento de reemplazar a los partidos políticos por la calle.
Un pueblo virtuoso movilizado con una altísima carga moral, dueño de la verdad, se enfrentó parcialmente con violencia a la vieja política, los partidos, las instituciones, a los que reprochó no haber logrado cambios exigidos en materias diversas como sistemas de pensiones, salud, educación.
En un clima de hipermoralización del espacio público, los representantes políticos renunciaron parcialmente a su rol en la democracia indirecta y, sin mayor deliberación y a veces contra la consigna de sus partidos, apoyaron políticas muy riesgosas y muy criticadas, para apaciguar a la calle.
Aunque para los políticos es necesario tomar en serio los reclamos populares, en el entorno de las protestas sociales a veces daba la impresión de que la política se había convertido en solo una máquina de implementación inmediata de cada grito desde una calle enfurecida.
3. El tinder político
Un reemplazo silencioso de los partidos ocurre hace bastante tiempo en varios países de la región. Perú es un caso paradigmático. Los clásicos partidos programáticos son reemplazados por entes que solo tienen en común con los viejos partidos la denominación de tales. En realidad, son franquicias electorales, normalmente agrupadas alrededor de un individuo, sin ideología ni programa, que se hacen y se deshacen en periodos cada vez más breves.
Dirigentes cambian signos partidistas como prendas de ropa y viven en una especie de permanente tinder político, en que se busca matchear entre candidatos y estos partidos-franquicias.
Este dating electoral tiene costos colaterales graves: una enorme volatilidad del voto. Y, con ello, una debilidad muy acentuada de la política en general frente a otros poderes fácticos: la economía legal, en el mejor de los casos; o el crimen organizado, en el peor de ellos.
Partidos indispensables
En ninguno de estos tres casos: el caudillo, la calle y el tinder político, los resultados han sido convincentes. El caudillo lleva a la supresión de derechos y libertades, la calle a la hipermoralización pública y la justificación de la violencia, y el tinder político a la hiperfragmentación y la debilidad institucional.
Los procesos de cambio, de reforma, necesitan madurar si aspiran a ser sostenibles. A pesar de sus múltiples debilidades, los partidos políticos programáticos con vocación de mayoría y capacidad de forjar coaliciones y acuerdos, siguen siendo la mejor esperanza de que esto ocurra. Hasta el momento, la única esperanza.-