Economía

Editorial: Cómo el euro se convirtió en una trampa

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Celebraciones por la llegada del euro, en 1999.

A continuación, la traducción castellana de un reciente editorial del New York Times: «Cómo el euro se convirtió en una trampa» («How the Euro Turned Into a Trap».) Luego, puedes leer el original en inglés.

América 2.1

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CÓMO EL EURO SE CONVIRTIÓ EN UNA TRAMPA

Cuando el euro fue introducido en 1999, los líderes europeos afirmaron que la moneda común sería irreversible, y llevaría a una mayor integración económica y política de sus países. Esa promesa de permanencia, siempre bajo la duda de los euro-escépticos, parece menos creíble que nunca.

Si bien la eurozona ha evitado temporalmente una salida de Grecia, es difícil ver cómo un acuerdo que exige más recortes de gastos, mayores impuestos, y sólo vagas promesas de alivio de la deuda puede ayudar a una economía paralizada a recuperarse lo suficiente como para mantener a dicho país en la unión monetaria. El pasado jueves, el Parlamento griego aprobó un nuevo conjunto de reformas exigidas por los acreedores. Otros cambios, como mayores impuestos para los agricultores, serán aprobados posteriormente, este mismo año.

El combativo ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, ha minado aún más la confianza en la cohesión del euro, al afirmar que Grecia estaría mejor si abandonara la moneda común por un plazo de cinco años. En la práctica, una salida de la unión monetaria sería casi con seguridad un hecho permanente, dado que la readmisión implica un proceso muy agotador. La eurozona exige a los nuevos miembros mantener la inflación por debajo del 2 por ciento y tener un déficit fiscal máximo de 3 por ciento del producto interno bruto, y una deuda pública que no sea mayor que el 60 por ciento del PIB. El sufrimiento griego ha llevado a países que no tienen el euro, como Polonia y Hungría, a ser menos entusiastas sobre su ingreso a la unión monetaria, ya que la misma ha llegado a significar pérdida de soberanía, y un compromiso con políticas de austeridad, independientemente de la realidad económica.

Por supuesto, el euro nunca fue solamente un asunto económico. Los líderes europeos creían que la moneda única era un gran paso adelante hacia la creación de una alianza irrevocable entre los países del continente. Pero muchos expertos advirtieron que ello podría generar inestabilidad entre sus miembros, a menos que fuera seguido por una unión monetaria y presupuestaria más fuerte. Debido a que esto último no ha ocurrido, la unión monetaria ha quedado mucho más vulnerable ante las crisis económicas y ante la voluntad de las economías europeas más poderosas.

Todos esos temores han aparecido en Grecia, especialmente luego de que la amenaza de la salida del euro se cierne sobre otros países debilitados, como Italia, Portugal o España. Líderes importantes en Alemania, Finlandia y Eslovaquia, que públicamente han sugerido la salida de Grecia, parecieran pensar que con ello asustarán a las economías más débiles, con el fin de que acepten más austeridad. Eso quizá no sea necesario; algunos partidos radicales en dichos países están abiertamente señalando que debe abandonarse el euro.

Hoy la pregunta es cuál es el costo de irse; ¿puede una economía moderna soportar el daño inmediato de un cambio abrupto de moneda si los beneficios de la devaluación y de recuperar un control total sobre las políticas fiscales y monetarias pudieran ser limitados, y tardar años en alcanzarse?

Por ejemplo, el retorno del dracma, que podría negociarse con un buen descuento frente al euro, ayudaría a la economía griega al hacer que sus lugares vacacionales en las islas, el aceite de oliva y el queso feta, fuesen más baratos para los turistas y compradores foráneos. El país podría asimismo controlar su política monetaria, inyectando más dinero en la economía para estimular el préstamo, en lugar de confiar en el Banco Central Europeo, que ha hecho demasiado poco.

Pero abandonar el euro significaría además que muy pocas instituciones extranjeras y posibles inversionistas estarían deseosos de hacer préstamos al gobierno después de su salida, incluso por años. El gobierno tendría entonces dificultades para adquirir importaciones esenciales, como medicinas, petróleo y gas. El sistema financiero posiblemente colapsaría bajo la presión de corridas bancarias. Muchos griegos temen que el retorno al dracma podría también conducir a una inflación galopante si el banco central del país imprime demasiados dracmas para impulsar la economía. Y lo anterior ni siquiera toma en cuenta los retos logísticos, como los contratos de redenominación y la impresión de nuevo papel moneda.

Por muy mal que pudiera irle a los deudores, los países acreedores como Alemania también podrían sufrir daños. Perderían la mayor parte del dinero prestado en los últimos años a los países en problemas. El gobierno de Grecia debe más de trescientos mil millones de euros ($326 mil millones); en su mayor parte, a otros gobiernos europeos, al Fondo Monetario Internacional y al Banco Central Europeo. Es posible además que la salida de Grecia fortaleciera al euro, lo cual dañaría las exportaciones de otros países de la eurozona, al encarecer sus bienes en el mercado internacional.

Dado el número de perdedores inmediatos en el escenario del “Grexit”, o salida de Grecia, los acreedores serían unos tontos si la hicieran inevitable –como parecieran insinuar los recientes términos del rescate financiero-. Lo que deberían estar haciendo es cambiar las políticas económicas que han convertido a la unión monetaria en una trampa debilitante de la cual los países no pueden escapar sin sufrir aún mayor daño.

Traducción: Marcos Villasmil

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How the Euro Turned Into a Trap

When they introduced the euro in 1999, European leaders said the common currency would be irreversible and would lead to greater economic and political integration among their countries. That pledge of permanence, long doubted by euro-skeptics, seems ever less credible.

While the eurozone may have temporarily avoided a Greek exit, it is hard to see how a deal that requires more spending cuts, higher taxes and only vague promises of debt relief can restore the crippled economy enough to keep Greece in the currency union. On Thursday, the Greek Parliament passed a second set of reforms required by the country’s creditors. Other changes, like higher taxes on farmers, are expected later in the year.

The combative finance minister of Germany, Wolfgang Schäuble, has further undermined confidence in the euro’s cohesion by saying that Greece would be better off leaving the common currency for a five-year “timeout.” As a practical matter, an exit from the currency union would almost certainly be permanent, since readmission involves a grueling process. The eurozone requires new members to keep inflation below 2 percent and to have a maximum fiscal deficit of 3 percent of gross domestic product and a public debt that is no more than 60 percent of G.D.P. The plight of the Greeks has made countries that do not use the euro, likePoland and Hungary, far less eager to join the currency union, which has come to mean a loss of sovereignty and a commitment to austerity, regardless of economic reality.

Of course, the euro was never entirely about economics. European leaders believed the single currency was a big step toward creating an irrevocable alliance among countries on the continent. But many experts warned that it could make its members less stable unless it was followed by a tighter political and budgetary union. Since that did not happen, the currency union was left fully vulnerable to economic crises and to the will of Europe’s more powerful economies.

All those fears have played out in Greece, even as the threat of exits from the euro hangs over other weakened countries, like Italy, Portugal and Spain. Senior leaders in Germany, Finland and Slovakia who have publicly suggested a Greek exit seem to think it would scare weaker economies into accepting more austerity. That may not be necessary; some radical parties in those countries are already openly talking about leaving the euro.

The question now is what is the cost of leaving? Can a modern economy withstand the immediate damage of an abrupt currency change if the benefits of devaluation and regaining full control over fiscal and monetary policies could be limited and could take years to realize?

For example, returning to the drachma, which would trade at a deep discount to the euro, could help the Greek economy by making its island resorts, olive oil and feta cheese cheaper for tourists and foreign buyers. The country would also be able to control its own monetary policy, by pumping more money into the economy to stimulate lending rather than relying on the European Central Bank, which until recently has done too little.

But leaving the euro would mean few foreign institutions and investors would be willing to lend to the government, possibly for many years after exit. That could make it harder for the Greek government to buy essential imports like medicines, oil and gas. The financial system would most likely collapse under the strain of bank runs. Many Greeks fear that a return to the drachma could also lead to runaway inflation if the country’s central bank prints too many drachmas to prop up the economy. And that doesn’t even account for logistical challenges like redenominating contracts and printing new paper currency.

As bad as an exit could be on the debtors, the creditor countries like Germany could also be damaged. They would lose most of the money they lent to the troubled nations in the last few years. The government of Greece owes more than 300 billion euros ($326 billion), most of it to other European governments, the International Monetary Fund and the E.C.B. It is also possible that a Greek exit could strengthen the euro, which would hurt exporters in other eurozone countries by making their goods more expensive on the world market.

Given all the immediate losers in the Grexit scenario, the creditors would be foolish to make it inevitable — as the latest bailout terms appear to do. What they should be doing is changing the economic policies that have turned the currency union into a debilitating trap that countries cannot escape without suffering even more pain.

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