El Comercio – Editorial: El voto que no se pierde
A veces respaldar una candidatura con posibilidades de triunfo es más importante que respaldar la que uno prefiere.
La filosofía del ‘voto perdido’ y su anverso (la del ‘voto ‘útil’) son probablemente tan antiguas como la democracia.
El razonamiento que las sostiene es sencillo: ¿de qué me sirve votar por una opción que expresa exactamente lo que yo pienso, si no tiene chance de ganar y de esa forma, además, facilito la llegada al poder de una opción que representa más bien todo lo que yo rechazo?
Se trata, por supuesto, de una filosofía que se aplica al voto presidencial y no tanto al congresal, porque mientras aquel es una apuesta a ‘todo o nada’, este está diseñado para que mayorías y minorías alcancen representación en el Legislativo.
Hoy los peruanos enfrentamos una situación en que hay una candidata -Keiko Fujimori- que con toda seguridad estará en la segunda vuelta y que, así como genera en algunos una adhesión a rajatabla, suscita en otros un rechazo visceral y entendible, teniendo en cuenta el recuerdo de la violación sistemática del estado de derecho y la no menos sistemática corrupción que caracterizaron al gobierno de su padre. La magnitud de este sentimiento es tal, que eleva significativamente las posibilidades de acceder al poder a quien quiera que sea su eventual contricante. Es decir, tiene una especie de efecto trampolín, que hace crecer inmediatamente a cualquier candidatura que pase a disputarle la segunda vuelta, sumándole más apoyo que el que normalmente hubiera tenido
Este último efecto ocasiona que acaben teniendo oportunidades de acceder a la presidencia personas o proyectos que de otra forma no hubieran sido los preferidos por el electorado. Dicho de otra manera: es un efecto que distorsiona nuestras elecciones, al hacer que los “antis” pesen más que los “a favor”.
Nos guste o no, sin embargo, el anterior es un hecho de nuestra realidad política actual. Lo que hace que la batalla por el segundo lugar tenga un peso sui géneris en nuestros procesos electorales, incluyendo al que tendrá lugar mañana.
Así las cosas, el otro hecho relevante que los peruanos tenemos al frente para tomar nuestra decisión es este: solo hay dos postulaciones que tienen posibilidades efectivas de llegar a competir con Keiko Fujimori en el balotaje y ambas constituyen visiones absolutamente opuestas de cómo traer el progreso para el país y para cada vez más peruanos.
Ya no corresponde hoy discutir el fondo de estas propuestas. Queremos hacer más bien un punto que consideramos objetivo. Cualquiera que sea el lado del espectro político en el que uno se ubique, a estas alturas del partido lo razonable para quien ha apostado a una candidatura distinta a las dos que han acabado teniendo posibilidades es ubicar cuál de estas dos se acerca más a la suya y migrar hacia ella. Es lo razonable, decimos, al menos asumiendo que todos queremos que nuestro voto sirva para lograr lo que, dentro de lo posible, se acerca más a lo que hubiéramos escogido en un escenario ideal.
Esta lógica, por otra parte, solo se potencia cuando consideramos lo ya expuesto: que las dos visiones del país, la economía y el Estado con posibilidades de pasar a la segunda vuelta son antagónicas y consideradas muy nocivas por los grandes sectores del electorado que, respectivamente, las rechazan. Entonces, los motivos para optar por el voto que sirve no son solo –como lo serían normalmente– intentar ayudar a lo que más se parece a lo que queremos, sino también intentar impedir aquello que nos parecería muy negativo. Desde luego, hay un sacrificio en dejar la opción que hubiéramos preferido, pero es un sacrificio que debería de doler menos cuando uno considera que es muy probable que, si no prima el voto racional, muchos de quienes hoy votan por su opción número uno se sientan realmente violentados y molestos con la elección que les quede para la segunda vuelta.
Por otro lado, es un sacrificio que también tiene un premio. Si sucede masivamente, servirá para contrarrestar el antes descrito efecto distorsionador de nuestras segundas vueltas, e impedir, por tanto, que acabe rigiendo el futuro de los peruanos una propuesta que, en realidad, la mayor parte de ellos nunca quiso en primer lugar.
Si vamos a tener las consecuencias de tal o cual visión, que esta no sea escogida por un efecto carambola: regalémonos siquiera el estar seguros de que es la visión que la mayoría de los peruanos quiere.