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El desafortunado líder de Venezuela: Chávez sin el encanto

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La incompetencia de Nicolás Maduro acelera un final  caótico de su presidencia.

Cualesquiera que fueran sus terribles defectos, Hugo Chávez lo mostró cuando él estaba en su apogeo como el líder agitador de Venezuela. Lo mismo ocurrió con Fidel Castro cuando jugó un papel similar en Cuba. Un hombre fuerte ante una crisis necesita carisma. Nicolás Maduro, el actual presidente de Venezuela, no tiene ninguno.

Tomemos, por ejemplo, el momento en que el 2 de septiembre su caravana cruzaba el animoso municipio de Villa Rosa en la isla de Margarita. Villa Rosa solía ser una zona políticamente roja, cuyos habitantes en su mayoría respaldaban a los actuales gobernantes de izquierda. Pero ese apoyo está desapareciendo. Margarita, al igual que el resto del país, ha vivido meses de escasez de alimentos y de energía y, en particular, la falta de agua corriente. Cuando los vecinos escucharon que el presidente iba a venir, reaccionaron con todo un espectáculo de cacerolazos –ollas y sartenes siendo golpeados con mucho estruendo-.

Al oír la conmoción, Nicolás Maduro intentó usar su encanto con las masas tal como su predecesor podría haber hecho. Pero las burlas crecieron. Después de algunos intercambios bruscos, Maduro corrió en una especie de trote desafiante a través de la multitud. Sin embargo, aquello se parecía más a una huida. En un momento determinado incluso pareció atacar a una señora que portaba una cacerola.

Esta farsa, grabada en varios teléfonos móviles, pronto se hizo viral en las redes sociales, gracias a un destacado periodista de la oposición, Braulio Jatar. Desde entonces, él ha sido detenido y, supuestamente por mera coincidencia, acusado de blanqueo de dinero. El incidente puso fin a varios días desastrosos para el presidente. El 1 de septiembre la oposición llevó a cabo una marcha, apodada la «toma de Caracas«. A pesar de los cierres que hizo el gobierno de carreteras y medios de transporte,  un millón de manifestantes salieron a las calles. Su objetivo declarado era acelerar un «referéndum revocatorio» que podría expulsar del poder a Maduro: las autoridades electorales a favor del gobierno lo están frenando deliberadamente. Pero, tal vez más importante, la marcha fue una contundente demostración de que el chavismo es ahora claramente superado en número por la oposición.

Maduro parece incapaz de aceptarlo. Durante la «toma de Caracas» él llevó a cabo su propia manifestación. Decenas de miles de sus partidarios estaban allí; muchos habían sido transportados en autobús por los vehículos del gobierno. Se burló del evento rival, insistiendo en que sólo eran 35.000 personas. Empuñando una guitarra, usó un lenguaje aún más vulgar que lo habitual. En horario televisivo apto para todo público llamó al jefe de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, un «hijo de puta«. En un intento de exagerar su apoyo, se montó una enorme pantalla de televisión detrás del podio. Diversos funcionarios enviaban imágenes de una gran marcha-de-camisas-rojas. Luego se puso de manifiesto que en realidad mostraban otra concentración, de 2012, cuando Chávez estaba vivo. Un miembro del personal de la Asamblea Nacional que intentó volar un avión no tripulado sobre la marcha de la oposición, para mostrar su tamaño, fue encarcelado.

Un decreto del Tribunal Supremo nombrado por el gobierno para invalidar todas las decisiones futuras de la Asamblea Nacional ha hecho más difícil la posibilidad de alcanzar una solución política, al menos mientras el Sr. Maduro se mantenga. Se desharán de él sus compinches? Vladimir Villegas, un ex embajador que promueve conversaciones entre el gobierno y la oposición, hizo una alusión al respecto. Le dijo a un periódico de Colombia, El Espectador , que quienes están en el poder estaban luchando con la «nueva realidad» de que su periodo podría ser finito. Asimismo destacó que algunos podrían considerar a Maduro como prescindible: un movimiento no debe ser sacrificado por un «liderazgo ya agotado.»

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

THE ECONOMIST

Venezuela’s hapless leader

Chávez without the charm

Nicolás Maduro’s bumbling brings a messy end to his presidency closer

WHATEVER his awful defects, Hugo Chávez showed it when he was riding high as Venezuela’s firebrand leader. So too did Fidel Castro when he played a similar role in Cuba. A strongman in a crisis needs charisma. Nicolás Maduro, Venezuela’s current president, has none.

Take, for example, the moment on September 2nd when his motorcade passed through the gritty municipality of Villa Rosa on the island of Margarita. This used to be a red district, whose residents mostly backed the ruling leftists in December’s elections. But that support is vanishing. Margarita, like the rest of the country, has seen months of food and power shortages and, in particular, a lack of running water. When locals heard the president was coming, they reacted with a show of cacerolazo—banging pots and pans.

Hearing the commotion, Mr Maduro tried working his charm on the masses as his predecessor might have done. But the jeering grew. After some brusque exchanges, he set off on a sort of defiant jog through the crowd. But it looked more like running away. At one stage he seemed to lash out at a saucepan-wielding lady.

This farce, recorded on mobile phones, soon went viral on social media, thanks to sharing by a prominent opposition journalist, Braulio Jatar. He has since been arrested and, supposedly coincidentally, charged with money-laundering. The incident capped a disastrous few days for the president. On September 1st the opposition held a march, dubbed the “taking of Caracas”. Despite government closures of roads and transport, as many as 1m protesters took to the streets. Their ostensible aim was to accelerate a “recall referendum” which could oust Mr Maduro: the pro-government electoral authorities are deliberately stalling. But, perhaps more significant, the march was a vivid demonstration that the Chavista movement is now outnumbered by the opposition.

Mr Maduro seems unable to accept that. During the “taking of Caracas”, he held his own rally. Tens of thousands of his supporters were there; many had been bused in by government vehicles. He derided the rival event, insisting that only 35,000 people had showed up. Wielding a guitar at one point, he used even cruder language than usual. On daytime TV, he called the head of the national assembly, Henry Ramos Allup, a “motherfucker”. In a bid to exaggerate his support, a huge TV screen was mounted behind the podium. Officials tweeted images of a big red-shirted march. It emerged that these actually showed another rally, from 2012, when Chávez was alive. A national assembly staffer who tried flying a drone over the opposition march, to show its size, was jailed.

A decree by the government-appointed supreme court to invalidate all future decisions by the national assembly has made a political solution elusive, at least while Mr Maduro hangs on. Will his cronies ditch him? Vladimir Villegas, an ex-ambassador who hosts talks between government and opposition, hinted at this. He told a Colombian newspaper, El Espectador, that those in power were struggling with the “new reality” that their term could be finite. Some might see Mr Maduro as dispensable, he said: a movement would not be sacrificed for “an already worn-out leadership.”

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