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El discurso del ‘Papa directo’ contra la pena de muerte

Speaker of the House John Boehner (R) and Vice President Joe Biden applaud as Pope Francis arrives to give his speech to the U.S. Congress in Washington, September 24 2015. REUTERS/Kevin Lamarque
Speaker of the House John Boehner (R) and Vice President Joe Biden applaud as Pope Francis arrives to give his speech to the U.S. Congress in Washington, September 24 2015. REUTERS/Kevin Lamarque

Todo lo que toca lo convierte en oro. Todo lo que hace le sale bien. Hasta cuando se equivoca, la humildad salva al Papa Francisco. Por eso, sale triunfante de todos los retos. Y el de ayer, en el Capitolio de los Estados Unidos, era histórico. Nunca antes un Papa de Roma había pisado el ‘sancta sanctorum’ de la democracia representativa americana. Siempre a la altura, Francisco no sólo les dejó a los congresistas americanos un discurso para pensar y rumiar en sus conciencias, sino que ganó sus corazones.

Y eso que había algunos republicanos recalcitrantes. De esos que utilizaban los tópicos del ‘Papa comunista’, para descalificar sus denuncias de un neocapitalismo salvaje, que impone en el mundo un sistema inicuo que deja tiradas en las cunetas de la vida a millones de seres humanos.

Hasta esos quedaron boquiabiertos. Porque Francisco les propuso una vía media y mediadora entre el igualitarismo cubano fracasado y el neoliberalismo americano, que está corriendo la misma suerte. El papa les ofreció lo que el filósofo y antropólogo español, Andrés Ortiz-Osés, llama «ecopersonalismo».

Es decir, un sistema cuyo centro lo ocupe la persona (no el capital ni el beneficio ni la ideología) y la naturaleza. Pura doctrina social de la Iglesia, olvidada por la propia institución durante tantos años y retomada por la encíclica ‘Laudato si’. El hombre en el centro del sistema económico y de una naturaleza («la casa común») a la que no somete, sino que cuida, custodia y recrea.

Como superador de la dinámica izquierda-derecha o comunismo-capitalismo, Francisco apuesta por sumar. Superar la dinámica tesis-antítesis, para llegar a la síntesis de una posición mediadora y remediadora.

Con un discurso claro, directo, profundo y, al mismo tiempo, sencillo. Este Papa no necesita intérpretes ni exégetas. Habla claro y se le entiende todo lo que dice. Incluso en su inglés para principiantes. Ante el mayor poder legislativo mundial, Francisco esbozó un discurso basado en sus «cuatro santos americanos»: Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton.

Cuatro ilustres hijos de la tierra de los «libres y valientes» que, a juicio del Papa encarnaron las cuatro virtudes esenciales para la vida personal y social. Lincoln o la libertad. Luther King, la inclusión y los derechos humanos. Dorothy Day, la lucha por la justicia, y Thomas Merton, la práctica del diálogo interreligioso.

Con ellos y en torno a ellos, el Papa fue desgranando los grandes temas de la agenda mundial que más le preocupan. Comenzando por la defensa de la vida. De toda vida. También de la ya nacida. Y por eso, pidió la abolición mundial de la pena de muerte. Pasando por la lucha contra la pobreza, la acogida de los inmigrantes, el cuidado de la «casa común» y la defensa de la familia.

Con frases cortas y contundentes: «No dividamos el mundo en buenos y malos, en justos y pecadores». «Que la política no se someta a la economía y a las finanzas». «No nos atemoricemos por el número de inmigrantes, miremos a sus rostros». «Abolición mundial de la pena de muerte». «Combatir la pobreza y el comercio de armas».

Los congresistas americanos se quedaron cautivados por la sencilla elocuencia del Papa de Roma. Y subrayaban las más significativas palabras del Papa con aplausos, puestos en pié. Algo que hicieron en numerosas ocasiones. A su espalda, el vicepresidente, Joe Biden, y el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, ambos católicos y entusiasmados con el ilustre visitante. Francisco estaba pronunciando una auténtica encíclica en este templo laico de la democracia.

Con un colofón pastoral. El Papa se acercó al balcón del Capitolio y, desde él, rezó una pequeña oración por las familias estadounidenses: «Señor, Padre de todos, bendice a este pueblo. Bendice a cada uno de ellos. Bendice a sus familias. Dales lo que más necesiten. Que Dios bendiga a América». Y se retiró con la sonrisa puesta e iluminado por el dedo de Dios.

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