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El japonés que salvó a 6.000 judíos con su escritura


El canciller japonés Fumio Kishida, ante un  árbol plantado en memoria de Chiune Sugihara, en el jardín del Museo del Holocausto Yad Vashem, en Jerusalén. Crédito:  Gali Tibbon/Agence France-Presse — Getty Images

Lo que el asombroso Chiune Sugihara nos enseña sobre el heroísmo moral.

NAGOYA, Japón – «Ni siquiera un cazador puede matar a un pájaro que vuela hacia él para refugiarse». Esta máxima samurai inspiró a un hombre dotado y valiente a salvar a miles de personas desafiando a su gobierno y a costa de su carrera. El viernes llegué a Nagoya por invitación del gobierno japonés para honrar su memoria.

El asombroso Chiune Sugihara nos hace plantear de nuevo las preguntas: ¿Qué forma a un héroe moral? ¿Y cómo alguien elige salvar a personas que otros rechazan?

Las investigaciones sobre aquellos que rescataron judíos durante el Holocausto muestran que muchos de ellos, desde edad temprana, exhibieron un espíritu independiente. Sugihara era poco convencional en una sociedad conocida por premiar la conformidad. Su padre insistió en que su hijo, un gran estudiante, se convirtiera en médico. Pero Sugihara quería estudiar idiomas y viajar y sumergirse en la literatura. Obligado a someterse al examen para la carrera de medicina, dejó en blanco toda la hoja de respuestas. La misma obstinación se manifestó cuando entró al cuerpo diplomático y, como viceministro del Departamento de Asuntos Exteriores de Japón en Manchuria en 1934, renunció en protesta por el trato que los japoneses daban a los chinos.

Una segunda característica de estos héroes y heroínas, como escribe el psicólogo Philip Zimbardo, es «que las mismas situaciones que inflaman la imaginación hostil en algunas personas, convirtiéndolas en villanos, también pueden inculcar la imaginación heroica en otras personas, incitándolas a realizar actos valerosos«. Mientras que el mundo que lo rodeaba ignoraba la difícil situación de los judíos, Sugihara no podía ignorar su desesperación.

En 1939 Sugihara fue enviado a Lituania, donde dirigió el consulado. Allí pronto se encontró con judíos que huían de la Polonia ocupada por los alemanes.

Tres veces Sugihara envió un telegrama pidiendo permiso para expedir visados a los refugiados. El cable de K. Tanaka del Ministerio de Asuntos Exteriores decía: «En cuanto a los visados de tránsito solicitados con anterioridad, se aconseja absolutamente no ser expedidos a ningún viajero que no posea un visado de fin de viaje en firme con salida garantizada desde Japón, sin excepciones; no esperamos consultas adicionales «.

Sugihara habló de dicha negativa con su esposa, Yukiko, y con sus hijos, y decidió que a pesar del inevitable daño a su carrera, desafiaría a su gobierno.

Zimbardo llama a la capacidad de actuar de manera diferente la «imaginación heroica», un enfoque hacia el deber que uno siente de ayudar y proteger a los demás. Esta habilidad es excepcional, pero las personas que la tienen a menudo son subestimadas. Años después de la guerra, Sugihara habló de sus acciones como algo natural: «Teníamos a miles de personas alrededor de las ventanas de nuestra residencia«, dijo en una entrevista en 1977. «No había otra manera.»

El viernes hablé en la antigua escuela secundaria de Sugihara en Nagoya, durante una ceremonia de inauguración de una estatua de bronce de él entregando visas a una familia de refugiados. Después de la ceremonia, frente a unos 1.200 estudiantes, hablé con su único hijo vivo, Nobuki, que llegó de Bélgica para honrar la memoria de su padre. Me dijo que  él era «un hombre muy sencillo. Era bondadoso, amaba la lectura, la jardinería y sobre todo los niños. Nunca pensó que lo que hizo fuera notable o inusual».

La mayoría veía multitudes de extranjeros desesperados. Sugihara vio a seres humanos y sabía que podía salvarlos a través de acciones prosaicas pero esenciales: «Mucho fue trabajo de escritura a mano», dijo.

 

Chiune Sugihara, en una foto sin fecha.

Día y noche redactó visas. Emitió tantas visas en un día como las que habría entregado normalmente en un mes. Su esposa, Yukiko, le masajeaba las manos por la noche, doloridas por el constante esfuerzo. Cuando Japón finalmente cerró la embajada en septiembre de 1940, se llevó la papelería consigo y continuó escribiendo visas que no tenían validez legal pero que funcionaban debido al sello del gobierno y a su nombre. Se expidieron al menos 6.000 visados para personas que pudieron viajar a través de Japón a otros destinos y, en muchos casos, familias enteras viajaban con un solo visado. Se ha estimado que más de 40.000 personas están vivas hoy en día gracias a este hombre.

Con el consulado cerrado, Sugihara finalmente tuvo que irse. Le dio el sello del consulado a un refugiado para falsificar más visas, y literalmente lanzó visas por la ventana del tren a refugiados que se encontraban en el andén.

Después de la guerra, Sugihara fue despedido del Ministerio de Asuntos Exteriores. Él y su esposa perdieron a un niño de 7 años de edad y tuvo que realizar trabajos insignificantes. Su contribución no fue reconocida hasta 1968, cuando un sobreviviente, Yehoshua Nishri, lo encontró. Nishri había sido un adolescente en Polonia salvado por una visa emitida por Sugihara y que se encontraba en ese momento en la embajada israelí en Tokio.

En los años posteriores, Sugihara nunca habló de sus actividades en tiempos de guerra. Incluso muchos de sus allegados no tenían idea de que era un héroe.

Sugihara murió en 1986. Nueve años antes dio una entrevista y le preguntaron por qué lo hizo: «Le dije al Ministerio de Asuntos Exteriores que era un asunto de humanidad. No me importaba si perdía mi trabajo. Cualquier otro hubiera hecho lo mismo si hubiese estado en mi lugar».

Por supuesto, muchos estuvieron en su lugar, y muy pocos actuaron como Sugihara. El valor moral es raro y la grandeza moral aún más rara. Requiere una misteriosa y potente combinación de empatía, voluntad y profunda convicción de que las normas sociales no pueden ser quebrantadas.

¿Cómo habría respondido Sugihara a la crisis de refugiados a la que nos enfrentamos hoy, y a la réplica de tantos líderes de cerrar las puertas de entrada? No hay una respuesta sencilla adecuada a la enormidad de la situación. Pero tenemos que mantener ante nosotros la imagen de un solo hombre, sobrecargado, aislado y desbordado, que se negó a cerrar los ojos ante el caos que había fuera de su ventana. Comprendió las obligaciones comunes a todos nosotros y escuchó en los alegatos de una lengua extranjera el mensaje universal del dolor.

El viernes les dije a los estudiantes que un día en cada una de sus vidas habría un momento en que tendrían que decidir si cerrar la puerta o abrir sus corazones. Cuando llegue ese momento, les imploré, recuerden que vienen de la misma escuela de un gran hombre que cuando los pájaros volaron hacia él en busca de refugio, no los rechazó.

David Wolpe es el rabino del Templo Sinaí en Los Ángeles y autor de «David: El corazón dividido».

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

The New York Times

The Japanese Man Who Saved 6,000 Jews With His Handwriting

What the astonishing Chiune Sugihara teaches us about moral heroism.

David Wolpe

NAGOYA, Japan — “Even a hunter cannot kill a bird that flies to him for refuge.” This Samurai maxim inspired one gifted and courageous man to save thousands of people in defiance of his government and at the cost of his career. On Friday I came to Nagoya at the invitation of the Japanese government to speak in honor of his memory.

The astonishing Chiune Sugihara raises again the questions: What shapes a moral hero? And how does someone choose to save people that others turn away?

Research on those who rescued Jews during the Holocaust shows that many exhibited a streak of independence from an early age. Sugihara was unconventional in a society known for prizing conformity. His father insisted that his son, a top student, become a doctor. But Sugihara wanted to study languages and travel and immerse himself in literature. Forced to sit for the medical exam, he left the entire answer sheet blank. The same willfulness was on display when he entered the diplomatic corps and, as vice minister of the Foreign Affairs Department for Japan in Manchuria in 1934, resigned in protest of the Japanese treatment of the Chinese.

A second characteristic of such heroes and heroines, as the psychologist Philip Zimbardo writes, is “that the very same situations that inflame the hostile imagination in some people, making them villains, can also instill the heroic imagination in other people, prompting them to perform heroic deeds.” While the world around him disregarded the plight of the Jews, Sugihara was unable to ignore their desperation.

In 1939 Sugihara was sent to Lithuania, where he ran the consulate. There he was soon confronted with Jews fleeing from German-occupied Poland.

Three times Sugihara cabled his embassy asking for permission to issue visas to the refugees. The cable from K. Tanaka at the foreign ministry read: “Concerning transit visas requested previously stop advise absolutely not to be issued any traveler not holding firm end visa with guaranteed departure ex japan stop no exceptions stop no further inquires expected stop.”

Sugihara talked about the refusal with his wife, Yukiko, and his children and decided that despite the inevitable damage to his career, he would defy his government.

Mr. Zimbardo calls the capacity to act differently the “heroic imagination,” a focus on one’s duty to help and protect others. This ability is exceptional, but the people who have it are often understated. Years after the war, Sugihara spoke about his actions as natural: “We had thousands of people hanging around the windows of our residence, he said in a 1977 interview. “There was no other way.”

On Friday I spoke at Sugihara’s old high school in Nagoya, during a ceremony unveiling a bronze statue of him handing visas to a refugee family. After the ceremony, in front of some 1,200 students, I spoke with his one remaining child, his son Nobuki, who arrived from Belgium to honor his father’s memory. He told me his father was “a very simple man. He was kind, loved reading, gardening and most of all children. He never thought what he did was notable or unusual.”

Most of the world saw throngs of desperate foreigners. Sugihara saw human beings and he knew he could save them through prosaic but essential action: “A lot of it was handwriting work,” he said.

                         
Chiune Sugihara, in an undated photograph. Credit The Asahi Shimbun, via Getty Images

Day and night he wrote visas. He issued as many visas in a day as would normally be issued in a month. His wife, Yukiko, massaged his hands at night, aching from the constant effort. When Japan finally closed down the embassy in September 1940, he took the stationery with him and continued to write visas that had no legal standing but worked because of the seal of the government and his name. At least 6,000 visas were issued for people to travel through Japan to other destinations, and in many cases entire families traveled on a single visa. It has been estimated that over 40,000 people are alive today because of this one man.

With the consulate closed, Sugihara had to leave. He gave the consulate stamp to a refugee to forge more visas, and he literally threw visas out of the train window to refugees on the platform.

After the war, Sugihara was dismissed from the foreign office. He and his wife lost a 7-year-old child and he worked at menial jobs. It was not until 1968 when a survivor, Yehoshua Nishri, found him that his contribution was recognized. Nishri had been a teenager in Poland saved by a Sugihara visa and was now at the Israeli embassy in Tokyo.

In the intervening years Sugihara never spoke about his wartime activities. Even many close to him had no idea that he was a hero.

Sugihara died in 1986. Nine years earlier he gave an interview and was asked why he did it: “I told the Ministry of Foreign Affairs it was a matter of humanity. I did not care if I lost my job. Anyone else would have done the same thing if they were in my place.”

Of course many were in his place — and very few acted like Sugihara. Moral courage is rare and moral greatness even rarer. It requires a mysterious and potent combination of empathy, will and deep conviction that social norms cannot shake.

How would Sugihara have responded to the refugee crisis we face today, and the response of so many leaders to bolt the gates of entry? There is no simple response adequate to the enormity of the situation. But we have to keep before us the image of a single man, overtaxed, isolated and inundated, who refused to close his eyes to the chaos outside his window. He understood the obligations common to us all and heard in the pleadings of an alien tongue the universal message of pain.

On Friday, I told the students that one day in each of their lives there would be a moment when they would have to decide whether to close the door or open their hearts. When that moment arrives, I implored them, remember that they came from the same school as a great man who when the birds flew to him for refuge, did not turn them away.

Mr. Wolpe is the rabbi of Sinai Temple in Los Angeles and the author of “David: The Divided Heart.”

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