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El Mensaje Presidencial: visiones y contradicciones

En lo esencial, el gobierno debe definir pocas prioridades para lo que resta de su mandato. Sería un error mostrar ambiciones desmedidas e incumplibles, pero también resulta un problema fijar metas que dependen principalmente de la definición parlamentaria.

 

El próximo sábado 1 de junio el Presidente Gabriel Boric pronunciará su tercer Mensaje Presidencial ante el Congreso Pleno, de acuerdo con lo prescrito por la Constitución. Como suele ocurrir, desde semanas antes han comenzado los análisis –también las especulaciones– sobre los temas que enfatizará el gobernante, las prioridades que fijará para los últimos veinte meses de su administración y también sobre las reales posibilidades de hacer un giro o mantener algunas líneas de lo que ha trazado hasta ahora.

No es fácil tomar una decisión. El margen de maniobra, como sabemos, es cada vez más estrecho, pues se ha iniciado la cuenta regresiva de una administración que nació con fuerza, mística, aires revolucionarios y que representó un importante cambio generacional. No es que el gobierno esté viviendo la cuenta regresiva ni el “pato cojo”, pues todavía queda camino por recorrer, pero ya está en la segunda mitad y ya no representa una promesa, sino que puede ser analizado por sus resultados, por la realidad del ejercicio del mando o su “habitación” en La Moneda.

Los mensajes presidenciales son una tradición y representan una gran oportunidad para los gobiernos. En el siglo XIX se realizaban los 1 de junio, situación que cambió en 1925, cuando la fecha se trasladó al 21 de mayo. En tiempos del general Augusto Pinochet la fecha escogida fue el 11 de septiembre, y tras la restauración de la democracia, se volvió al día de la gesta de Arturo Prat y la Marina en Iquique. Finalmente, desde el 2017 una reforma fijó nuevamente el 1 de junio como la fecha en que el Presidente de la República rinde su cuenta sobre el estado político y administrativo de la nación.

En la práctica, como es obvio, el Mensaje Presidencial no es solo una cuenta, sino sobre todo una ocasión para hacer anuncios, ofertas, eventuales proyectos de ley o análisis sobre la situación nacional. Ese es el sentido de las discusiones prácticas que han precedido al 1 de junio, sobre lo que será el discurso y los énfasis de La Moneda para la segunda parte de la administración. ¿Qué alternativas tiene el presidente Gabriel Boric? ¿Qué le pide o exige su sector político? ¿Cuáles serían las expectativas de la ciudadanía? ¿Por qué se produce el autogol de discutir durante los días previos acerca de la condonación del CAE, que ha generado más contradicciones que aclaraciones?

Sobre los logros y la cuenta propiamente tal, es previsible que el Ejecutivo destaque algunas áreas en la que ha logrado triunfos, como la ley de las 40 horas, la reducción de la inflación, el nuevo royalty minero y alguna otra que pudiera ser atractiva para la ciudadanía. Es probable que el Presidente de la República insista en la necesidad de acordar la reforma de pensiones (bajo la lógica de tres puntos para cuentas individuales y el otro tres por ciento en una forma encubierta de impuesto al trabajo que iría a un fondo común estatal), así como aumentar los impuestos a través de un nuevo “Pacto Fiscal” y quizá en alguna otra propuesta que considere emblemática. También aparecerán algunas iniciativas en seguridad –tema de moda en estos tiempos– y quizá en economía. 

Como suele ocurrir, la autocrítica no es un factor que esté habitualmente presente en este tipo de instancia. Esto no es un problema del actual gobierno, sino de la forma como se ha consolidado el acto republicano: es una ocasión para fortalecer al gobernante y a la coalición de gobierno, no para aguar la fiesta. De esta manera, temas como los fallecidos por influenza, las debilidades en la inversión y el empleo, la evolución de los casos de corrupción o el aumento de los asesinatos y otros temas menos amables, no deberían tener especial relevancia en este discurso.

En lo esencial, el gobierno debe definir pocas prioridades para lo que resta de su mandato. Sería un error mostrar ambiciones desmedidas e incumplibles, pero también resulta un problema fijar metas que dependen principalmente de la definición parlamentaria. El centro del trabajo debe estar en cuestiones que el Ejecutivo pueda definir y llevar a la práctica a través de una adecuada gestión y del trabajo de sus equipos ministeriales y locales, pero no de la voluntad de la oposición o de algunos gobiernistas que se descuelgan en diversos temas de interés.

En sus primeros dos mensajes del 1 de junio, el presidente Gabriel Boric pronunció discursos que fueron bien recibidos por la ciudadanía. De hecho, inmediatamente significó un alza en la aprobación presidencial en las encuestas y en 2022 la cuenta presidencial incluso implicó una recuperación de la opción Apruebo para el plebiscito que se realizaría el 4 de septiembre. Sin embargo, como en otras ocasiones –los discursos pronunciados en Icare, por ejemplo– los efectos tienden a difuminarse, el Presidente de la República baja en las encuestas y las prioridades no se consolidan ni tienen efectos prácticos. Habrá que observar atentamente qué ocurre en esta ocasión.

No obstante, son previsibles al menos un par de cosas. La primera se refiere a las evaluaciones que habría sobre la cuenta presidencial, que se caracterizan por el cumplimiento estricto de una minuta gubernativa –tampoco es un tema exclusivo de esta administración– que lleva a los parlamentarios y dirigentes de partidos oficialistas a felicitar el macizo discurso, valorar los énfasis puestos y destacar uno o dos temas como prioritarios que la sociedad debe valorar y el Congreso debe atender prioritariamente. Por su parte, los líderes opositores destacarán las ausencias, el olvido de las prioridades ciudadanas, la falta de autocrítica y otras cosas por el estilo.

Es necesario pensar con mayor proyección y de forma más profunda, salir de los temas meramente contingentes y ocuparse de otros de más largo plazo, que no caben en la propaganda política, tampoco en los estrechos límites de un mensaje ni en la dinámica habitualmente estéril de las descalificaciones y el partidismo. Los dramas de la falta de vivienda, los síntomas de decadencia y mediocridad que han aparecido en los últimos años y los problemas repetidos en la educación, son algunas de los temas que deben escapar a la lucha política destructiva. Lo mismo ocurre con otros grandes asuntos que deberemos asumir con decisión y que hoy escondemos debajo de la alfombra, la ausencia de políticas públicas para apoyar a la familia y los niños, así como la baja de la natalidad, y la merma de la población, en un problema que es internacional y del cual algunas potencias ya empiezan a preocuparse, como ha destacado un interesante artículo publicado por el The Economist reproducido por El Mercurio este sábado 25 de mayo (“La merma de la población significa menos crecimiento y un mundo más fracturado”).

Por lo mismo, aunque el mandato constitucional obliga a hacer una cuenta anual, la dinámica gubernativa lleva poner la mirada claramente en los próximos dos años, llenos de elecciones. Sin embargo, una mirada patriótica y con sentido de futuro exige pensar más y hacer mejor, no solo desde el mundo político, sino también desde la empresa privada, las universidades, los medios de comunicación y de todos aquellos que tienen una genuina preocupación por la situación de Chile y quieren pasar a ocuparse por un futuro mejor.

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