El nacionalismo fascista italiano es una locura. Y EEUU no es inmune
Vittorio Castellani
Si quieres ver cómo el nacionalismo fascista actual afecta a la vida cotidiana, no necesitas mirar más allá de Italia.
ROMA – El célebre chef italiano Vittorio Castellani, cuyo nombre artístico es Chef Kumalè, se hizo famoso al casar la cocina tradicional italiana con sabores exóticos. A veces mezclaba sushi y cocina regional tradicional; otras veces utilizaba ingredientes italianos en recetas de tierras lejanas. Se consideraba un gour-nómada y anunciaba su «curry-culum» en su popular blog.
Era una estrella en ascenso, y el chef presentador del programa de la cadena pública italiana RAI La Prova Del Cuoco (La Prueba del Chef). Pero cuando el nuevo gobierno populista de Italia nombró al periodista anti-inmigración Marcello Foa director de la RAI, los días de Castellani estaban contados. El chef dice que le dijeron que sus recetas extranjeras no eran bienvenidas en la televisión estatal, así que dejó el programa en protesta.
Castellani explicó en Facebook que su decisión fue tanto por el bien de su país como por el suyo propio. «No me preocupo por mí, puedo expresarme fácilmente en otros lugares y ciertamente no me falta un lugar», escribió en su página de Facebook. «Estoy bastante preocupado por el aire sofocante de este país, por esta forma de pobreza cultural, que de manera silenciosa pero sustancial refuerza sentimientos y opciones que considero muy peligrosos para nuestra pobre Italia».
Rai negó que hubiera expulsado a Castellani, y él más tarde retiró su mensaje en Facebook, pero dijo a varios medios de comunicación italianos que podía permanecer en el programa siempre y cuando pusiera la cocina regional italiana en primer lugar. «Sin curry, ni sabores extranjeros, ni recetas con nombres extranjeros», dice. «Era un mensaje de que no había lugar para ideas extranjeras, o en este caso, sabores.»
La temprana salida de Castellani del programa es sólo la última de una preocupante tendencia en Italia, ya que el gobierno populista del país, encabezado por el líder de extrema derecha del partido la Liga, Matteo Salvini, y el líder del Movimiento de Cinco Estrellas Luigi Di Maio, busca redefinir lo que significa ser italiano.
A principios de este mes, Salvini lanzó una propuesta de que lo que según él son «pequeñas tiendas étnicas» tuvieran que cerrar a las 9:00 p.m., mientras que las tiendas de propiedad italiana podrían permanecer abiertas por más tiempo. Las tiendas a las que se refería son negocios al estilo de las 7-11, dirigidas por dueños provenientes de Bangladesh, India y China que permanecen abiertas hasta tarde, vendiendo de todo, desde cebollas hasta papel higiénico. Salvini afirmó que los propietarios eran a menudo criminales y que las tiendas no eran más que «lugares de encuentro para los traficantes de drogas y la gente que arma jaleo».
En realidad, dichas tiendas a menudo dan servicio a italianos que trabajan en turnos nocturnos o necesitan suministros de última hora después de que se cierran las tiendas y los mercados italianos tradicionales. La propuesta de cerrar las tiendas de extranjeros, que aún no se ha convertido en ley, formaba parte de un polifacético paquete de «seguridad» que Salvini introdujo tras asumir el cargo de ministro del Interior en junio. Entre otras cosas, incluía la creación de un censo especial para gente nómada, el cierre de los puertos italianos a barcos no gubernamentales con bandera extranjera, dedicados al rescate de migrantes, así como despojar a miles de refugiados que ya residen en el país de su estatus de protección humanitaria. Afirmó que con ello estaba tratando de detener a «migrantes ingeniosos que no estaban escapando de la guerra«, y que, según él, venían al país a violar y saquear.
Antes de que Salvini asumiera el cargo, Italia había abierto sus fronteras a más de 600.000 migrantes y refugiados que cruzaron el Mediterráneo desde Libia. Según el Ministerio del Interior, sólo alrededor del 10 por ciento había solicitado protección de asilo en Italia. El resto continuó su viaje a países del norte de Europa. Ahora, los migrantes son devueltos a los centros de detención en Libia o dejados entrar para luego ser ubicados en centros de detención en suelo italiano.
Salvini se enfrenta a cargos por secuestro por no permitir que más de 180 migrantes desembarcaran de un barco de la guardia costera italiana en Sicilia el verano pasado, aunque es probable que el caso sea retirado gracias a magistrados que están de acuerdo con sus políticas de línea dura.
Bajo presión del gobierno populista, magistrados de Calabria pudieron abrir una investigación a Mimmo Lucano, el alcalde de la ciudad de Riace, una pequeña ciudad que había sido reconocida mundialmente como un ejemplo de integración después de que el alcalde invitara a los inmigrantes a hacerse cargo de tiendas y casas abandonadas gracias a la disminución de la población.
Lucano fue acusado de incitar la inmigración ilegal al promover «matrimonios de conveniencia» después de que un hombre italiano se casara con una inmigrante para ayudarla a obtener documentos luego de que se le había denegado el asilo. A Lucano se le ha prohibido regresar a la ciudad que puso en el mapa por su amabilidad con los extranjeros.
Italia también espera prohibir que personas nacidas en el extranjero que hayan obtenido legalmente la ciudadanía italiana participen en nuevas iniciativas económicas, incluido un salario garantizado que beneficiaría a los trabajadores con menores ingresos del país.
Estas iniciativas del tipo «Italianos Primero» se extendieron recientemente a los patios de recreo, cuando el alcalde de la ciudad de Lodi, al norte de Italia, que es miembro del partido nacionalista la Liga, de Salvini, prohibió que la mayoría de los niños inmigrantes almorzaran con niños italianos.
El alcalde firmó un decreto por el que los padres de todos los estudiantes tenían que declarar sus bienes en Italia y en sus países de origen para poder aprovechar el almuerzo proporcionado por la escuela o pagar el equivalente a 5 dólares al día por niño. La mayoría de los padres migrantes africanos en la escuela no tenían manera de obtener dicha documentación de sus países de origen, ya sea porque no poseen propiedades o porque sus países de origen están en guerra o en conflicto político.
Como consecuencia, sus hijos tuvieron que llevar el almuerzo a la escuela, y como va en contra de la política llevar alimentos a la cafetería de la escuela, los niños migrantes tuvieron que comer en un aula destartalada, lejos de sus compañeros italianos. Los residentes de la ciudad lanzaron una campaña de financiación colectiva que recaudó suficiente dinero para pagar todas las comidas escolares de los niños migrantes, pero la normativa sigue en vigor.
El gobierno populista de Italia sólo lleva cuatro meses en el poder. Sus prioridades parecen ser limpiar a Italia de cualquier influencia extranjera. Y al paso que van, podría tener éxito.
Traducción: Marcos Villasmil
NOTA ORIGINAL:
The Daily Beast
Italy’s Fascist Nationalism Is Sheer Madness, But Don’t Think America’s Immune.
If you want to see how present-day fascist nationalism affects daily life, you need look no further than Italy.
ROME—Italian celebrity chef Vittorio Castellani, whose stage name is Chef Kumalè, made a name for himself by marrying traditional Italian cuisine with exotic flavors. Sometimes he mixed sushi and traditional regional cuisine; other times he used Italian ingredients in recipes from far away lands. He considered himself a gour-nomad, and advertised his “curry-culum” on his popular blog.
He was a rising star, and the anchor chef on Italian public broadcaster RAI’s La Prova Del Cuoco or ‘Chef’s Test’ program. But when Italy’s new populist government named anti-immigrant journalist Marcello Foa director of the public broadcaster RAI, Castellani’s days were numbered. The chef says he was told that his foreign recipes were not welcome on state television, so he left the show in protest.
Castellani explained on Facebook that his decision was as much for the good of his country as for himself. “I’m not worried about me, I can easily express myself elsewhere and I certainly do not lack a venue,” he wrote on his Facebook page. “I am rather worried about the suffocating air in this country, for this form of cultural poverty, which in a silent but substantial way reinforces feelings and choices that I consider very dangerous for our poor Italy.”
Rai denied that it had pushed Castellani out, and he later removed his Facebook post, but he told several Italian media outlets that it was understood that he could stay on the program as long as he put Italian regional cuisine first. “No curry, no foreign flavors, no foreign name recipes,” he says. “It was a message that there was no room for outsider views, or in this case, flavors.”
Castellani’s early departure from the program is just the latest in a worrying trend in Italy as the country’s populist government led by far-right League leader Matteo Salvini and anti-establishment Five Star Movement leader Luigi Di Maio seek to redefine what it means to be Italian.
Earlier this month, Salvini launched a proposal that what he called “little ethnic shops” had to shutter up by 9:00 p.m., while Italian-owned shops could stay open longer. The shops he was referring to are 7-11 style convenience stores run by Bangladeshi, Indian and Chinese owners that stay open late, selling everything from onions to toilet paper. Salvini said the owners were often criminals and the shops were nothing more than “meeting places for drug deals and people who raise hell.”
In reality, the shops often service Italians who work late shifts or need last-minute supplies after traditional Italian grocery stores and markets are closed. The proposal to close the foreign shops, which has not yet become law, was part of a multi-faceted “security” package Salvini introduced after taking office as interior minister in June. It included creating a special census for Roma nomadic people, closing Italian ports to foreign-flagged nongovernmental migrant rescue ships and stripping humanitarian protection status from thousands of refugees already living in the country. He said he was trying to stop “crafty migrants who were not escaping war” who he said were coming into the country to rape and pillage.
Before Salvini took office, Italy had opened its borders to more than 600,000 migrants and refugees who crossed the Mediterranean from Libya. Only about 10 percent applied for asylum protection in Italy, according to the Interior Ministry. The rest moved on to countries in northern Europe. Now, migrants are turned back to detention centers in Libya or let in and placed in detention centers on Italian soil.
Salvini is facing charges for kidnapping for not allowing more than 180 migrants disembark an Italian coast guard ship in Sicily last summer, although the case is likely to be dropped thanks to magistrates who agree with his hard-line policies.
Under pressure from the populist government, magistrates in Calabria were able to open an investigation into Mimmo Lucano, the mayor of the town of Riace, a small town that had been recognized globally as an example of integration after the mayor invited immigrants to take over abandoned shops and houses thanks to dwindling population.
Lucano was accused of abetting illegal immigration by encouraging “marriages of convenience” after an Italian man married an immigrant to help her obtain documents when she had been denied asylum. Lucano is now banned from returning to the town that he put on the map for its kindness to foreigners.
Italy also hopes to bar foreign born people who have legally obtained Italian citizenship from participating in new economic initiatives, including a guaranteed wage that would benefit the country’s lowest earners.
These “Italians first” initiatives recently spilled over to the playground when the mayor of the northern Italian town of Lodi, who is a member of Salvini’s nationalist League party, made it impossible for most immigrant children to eat lunch with Italian children.
The mayor signed a decree that parents of all students had to declare their property assets in Italy and in their countries of origin in order to take advantage of school-provided lunch or pay the equivalent of $5 a day per child. Most African migrant parents at the school had no way of obtaining such documentation from their home countries, either because they don’t own property or because their countries of origin are in political strife or war.
As a result, their children had to bring packed lunch to school, and because it is against policy to bring outside food into the school cafeteria, the migrant children had to eat in a rundown classroom away from their Italian peers. Residents of the town launched a crowdfunding campaign that raised enough money to pay for all of the migrant children’s school meals, but the regulation is still in place.
Italy’s populist government has only been in power for four months. Their priorities seem to be to whitewash Italy of any foreign influence. And at the rate they are going, they just might succeed.