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El PRI y la sociedad civil

Un extraño consenso domina los círculos de analistas en el país desde hace décadas: la sociedad civil en el México post-revolucionario no existió, permanece aún en un estado incipiente, y el proyecto político a futuro es, por ende, su fortalecimiento. Ante el poder de los partidos políticos, ante la desinformación promovida por el Estado, ante la normalización de la corrupción, se eleva la fantasía de una ciudadanía que se protege del estado a través de su organización: voluntaria, autónoma, participativa. Intelectuales públicos de todas las corrientes han hecho este llamado.1 Esta lectura se consagro después del sismo de 1985, año en que el que según esto habría nacido la sociedad civil frente a un Estado ausente. Pero la historia del siglo XX mexicano esconde una tragedia poco reconocida: existió (existe) en efecto un terreno poblado de organizaciones que articularon intereses de particulares, que sirvieron de contrapeso al estado, que movilizaron de manera masiva a la población, sobre todo a las clases populares. Es decir, en el México post-revolucionario existió una sociedad civil. Una sociedad civil que incluso en términos relativos —si se le compara con el resto de Latinoamérica— fue robusta. La tragedia reside precisamente en esto: la sociedad civil en el país fue capturada por el PRI. Pasar por de lado este hecho nos prohíbe entender el poder del partido y distorsiona el análisis táctico a seguir desde la izquierda política.

Al hablar de sociedad civil en México, me refiero por supuesto al entramado de organizaciones sindicales, cooperativas agrícolas, comisariados ejidales, grupos estudiantiles, empresariales, taxistas, vendedores de tianguis…y un largo etcétera. Por supuesto que varias de estas organizaciones fueron creadas por el mismo PRI. Pero una cantidad significativa no tuvo este origen. Esto es particularmente evidente en cualquier estudio superficial del panorama organizativo durante las décadas de los 20 y 30.2 En este período —cuando la fase armada de la revolución llegaba a su fin y el partido aún estaba por consolidarse— hubo un florecimiento de asociaciones sectoriales. Durante los 20, por ejemplo, surgieron miles de partidos políticos (claro, la mayoría regionales, muchos solo maquillando a algún caudillo local). Surgió también un importante número de organizaciones y ligas agrarias (las que precisamente serian años después incorporadas a la CNC). Surgieron grupos de comerciantes. Los partidos, sindicatos, y organizaciones de este período fueron gradualmente subsumidas por el PRI. Y sí, al recordar que hay un momento de posibilidades perdidas en la historia de la democracia en México —al decir que la sociedad civil en México fue capturada por el PRI —se está al mismo tiempo aceptando que no fue autónoma— uno de los preceptos principales de la definición de sociedad civil utilizada por analistas. Pero esta es una definición caprichosa: no es sociedad civil si no se opone al Estado.

Relacionar a la sociedad civil con autonomía del Estado responde más bien a una especificación del efecto deseado. Puesto de otra manera, la noción liberal de sociedad civil presupone que un piso firme de organizaciones voluntarias tiene como efecto la democratización. Hay sin embargo una concepción más rigurosa y simple a la vez, que nos conduciría a otra conclusión: la sociedad civil es el espacio en el campo social que no corresponde al gobierno, a la familia, o a la producción. Como tal —como esfera de intermediación— es importante para entender la movilización política. Pero esta movilización no tiene por necesidad que ser pro-democrática. Siguiendo, por ejemplo, la lectura que Gramsci hace de Hegel, se puede decir: la sociedad civil puede como tal —precisamente por ser un campo relativamente diferenciado del Estado— servir para fortalecer y legitimar un régimen independientemente de si es autoritario o no. Un régimen puede apoderarse del campo de asociaciones y hacer uso de sus recursos organizativos: facilita la movilización electoral (algo que siempre intereso al régimen mexicano), pueden cooptar líderes populares emergentes, dar orientación ideológica a los agremiados creando identidades nacionales o de clase que sobrepasen las de la localidad geográfica, pueden absorber conflicto al canalizar disputas sobre distribución de recursos. Creer que la sociedad civil favorece a la democracia es proponer una hipótesis. En el caso mexicano —y en el de muchos otros— esa hipótesis es falsa: la sociedad civil reforzó un régimen anti-democrático.

Un punto importante a recalcar es que la ambigüedad que siempre caracterizó al régimen deriva precisamente de su relación con las organizaciones civiles. El desfile de categorías que los politólogos han utilizado para describir al PRI es testigo de este carácter confuso: autoritarismo pragmático, corporativismo, bonapartismo, alianza contradictoria, autoritarismo competitivo. Y claro, la frase de Vargas Llosa —quizá la frase más famosa para describir al régimen— responde también a un intento de describir su ambigüedad: dictadura perfecta.

De hecho, hay algo revelador comúnmente olvidado en los recuentos de lo sucedido en aquel debate televisivo en que el novelista peruano disparó la frase. Vargas Llosa respondía al argumento previo de Octavio Paz, quien sugería que México se había salvado de la tradición de dictadura militar característica en Sudamérica. Para Paz, lo que le daba un carácter único a México comparado con los otros países no democráticos de Latinoamérica era precisamente que “el PRI había conservado a la sociedad civil”. Después, en su breve contestación a la intervención de Vargas Llosa, Paz aclararía: México no es una dictadura, es un “régimen de dominación hegemónica” —haciendo alusión clara me parece a la noción de sociedad civil desarrollada por Gramsci. Claro, el uso de Paz del término hegemonía en su obra es inconsistente y el Nobel es a la vez responsable de popularizar una de las lecturas más simplistas del PRI cuando alegó que el partido era otra instanciación de la estructura piramidal de poder que ha existido desde tiempos prehispánicos.3 Aquel debate —a manera sólo de boceto trunco— dejó en evidencia la importancia de entender la relación del partido con la sociedad civil como manera de entender el poder del régimen.

Algo curioso: antes de que se asentara la idea de que en México no hubo sociedad civil, hubo una ola de pensadores que interpretaron al régimen como una auténtica “policracia”, donde el estado, el partido, y las organizaciones agremiadas tenían intereses relativamente diferenciados que negociaban constantemente, donde el Estado tenia vías formales e informales de comunicación con las clases populares, se mantenía abierto a recibir entre sus filas a líderes de base con interés en formar carrera política, donde (como apuntó Cosió Villegas) el presidente elegía al próximo candidato pero no sin consultar a distintos grupos que tenían capacidad de veto.4 Hay quienes incluso sostuvieron la tesis de que este era un caso de una “democracia de un solo partido”.5 Un gran error en el análisis, por supuesto.

Pero continuar negando la existencia de una sociedad civil, es también un grave error. Va más allá de una cuestión semántica. Al negar la sociedad civil que existió perdemos la capacidad de entender el poder del PRI tanto en el pasado como en el presente.

Cuando se pide el fortalecimiento de la sociedad civil en abstracto, se olvida un dato importante: las clases populares siempre han contado con organización, mucha más que las clases medias. Este es un doble problema para la izquierda en México: su base “natural” —fuera de la capital— está muchas veces capturada ya por el PRI. El objetivo de la izquierda electoral por default ha sido organizar a una minoría de la población, una clase media atomizada y difícil de cohesionar ideológicamente, siempre más susceptible a los proyectos que alimentan fantasías aspiracionistas, más orgánicos a la centro-derecha. Ningún análisis serio de estrategia y táctica política puede avanzar sin reconocer la relación entre el PRI y la sociedad civil.

Después del terremoto del 85, ante un estado “rebasado” por los ciudadanos, el llamado a construir una sociedad civil sin especificar su contenido ideológico y su base social, cobró fuerza. Ahora, que de nuevo nos encontramos claramente ante el límite de las instituciones, evidenciado una vez más por un sismo, un llamado similar seria, a decir lo menos, vacuo. Es momento de preguntar ¿qué sociedad civil se debe forjar?

Edwin F. Ackerman es profesor de sociología en la Universidad de Syracuse.


1 Ejemplos: 
L. Meyer: “La Sociedad Civil, Una Utopía no Utópica”. 
L. Zuckermann: “Sí a la participación social, no al clientelismo político”.
E. Krauze: “¿Dónde está la sociedad civil?”.

2 Véase, por ejemplo: J. Mac Gregor Campuzano. 2016. Imaginar el futuro: Partidos nacionales y programas políticos en México, 1918-1928, Universidad Autónoma Metropolitana, o J. Meyer. 1981. Estado y Sociedad con Calles: Historia de La Revolución Mexicana, 1928-1934, núm. 11. México: El Colegio de México.

3 O. Paz. 1971. Postdata. Siglo XXI.

4 D. Cosío Villegas. 1975. La Sucesión Presidencial. Editorial Joaquín Mortiz

5 F.R. Branderburg. 1956. Mexico: An Experiment in One-Party Democracy. University of Pennsylvania.

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