Democracia y Política

Elecciones en EEUU: El halloween de Obama

 

I

Pocas elecciones recientes han tenido un resultado tan previsible como las de este martes 4 de noviembre en los Estados Unidos. Recordemos que se votaba para renovar toda la Cámara de Representantes, casi un tercio del Senado (33, los llamados “Senadores de la Clase II”), 36 gobernaciones estadales y las de 3 territorios (Islas Marianas del Norte, Guam, Islas Vírgenes). Al final, los republicanos le quitaron a los demócratas siete senadores, doce representantes y tres gobernaciones. La derrota demócrata fue mayor que en las elecciones de 2010. Hoy, sólo 18 gobernadores son demócratas, y entre ellos, únicamente 8 lo son de estados que no limitan con uno de los océanos, el Pacífico y el Atlántico.

No se menciona tanto, pero los norteamericanos también acostumbran votar, a nivel local, por toda una serie de temas variados y curiosos (como la prohibición o no de la caza del oso, en Maine). De hecho, paradójicamente, otra triunfadora, junto a los conservadores, fue la marihuana. Aunque Florida demostró su talante conservador al rechazar el uso de la marihuana con fines medicinales (se necesitaba un 60% de aprobación, y solo logró un 58%), hubo mayorías para su uso recreativo en Alaska y Oregón, que se unen así a Colorado y al estado de Washington, que ya lo habían aprobado hace dos años. También en la capital, Washington DC, se determinó que los residentes mayores de 21 años pueden poseer dos onzas de marihuana y cultivar hasta seis plantas para el consumo recreativo, fuera de los terrenos federales.

Merece destacarse que el peculiar diseño del modelo federal norteamericano hace que estas elecciones deban compararse fundamentalmente con las anteriores elecciones similares –las llamadas “midterm elections”, o elecciones intermedias- realizadas en 2010, y no con las más recientes, las presidenciales de 2012. La dinámica de una elección presidencial, y las próximas son en 2016, es muy diferente, sin negarse que los resultados parlamentarios y de gobernaciones sirven para iluminar de alguna manera cómo ve el ciudadano norteamericano su realidad, su vida, su relación con las instituciones estatales, y la labor que ellas están cumpliendo.

Es importante señalar que no todas las gobernaciones, diputaciones y senadurías en disputa eran consideradas “competitivas”. De hecho, en su gran mayoría, nadie dudaba sobre cuál sería el resultado. Pero en la minoría, donde los actuales poseedores del cargo sí estaban en peligro, muchos de los que colgaban de una cuerda floja eran demócratas. En la cámara alta los republicanos necesitaban quitarle al menos 6 senadores a sus contrincantes, y vaya si lo lograron. Al final, vuelven a ser primera fuerza. Asimismo, los gobernadores del GOP (Grand Old Party) mantuvieron la posición, pero los demócratas perdieron Illinois (el estado de Obama), Arkansas (el estado de Bill y Hillary Clinton), además de otro estado normalmente inclinado a favorecerlos, Massachusetts. Notable el caso del estado de Bill Clinton: perdieron la gobernación y el senador que estaba en juego. Durísima derrota para el casi siempre carismático “Bubba”. La senaduría la ganó el joven representante Tom Cotton, y para la gobernación Asa Hutchinson derrotó a Mike Ross, un antiguo congresista cuyo primer empleo fue ser chofer de Clinton. A pesar de todos los esfuerzos del expresidente, nada pudo hacer contra el inmenso rechazo que tiene Obama en el estado.

En victorias tan significativas como las de esta elección, al lado de las figuras acostumbradas y conocidas, surgen nuevos rostros que llaman la atención y alimentan ilusiones futuras. Así fue el caso con un joven Obama, por ejemplo. Podría decirse que el elegido de este año es el nuevo senador de Arkansas, Tom Cotton. El señor, que de cotton –algodón- solo tiene quizá su origen campesino, se graduó con honores en Harvard y luego sirvió como oficial en Irak y en Afganistán –llegó al rango de capitán-, con la 101 división aerotransportada, ganándose por sus esfuerzos en combate diversas medallas. De posiciones duras en materia de defensa, centró su campaña en identificar al senador demócrata en funciones, Mark Pryor, con Obama. En una muy difundida publicidad de TV, llamada “spelling bee” (concurso de ortografía, práctica muy popular en el país), en la cual una niña debe deletrear “Pryor”, ella responde “O-B-A-M-A”. Los jueces la miran y le dicen: “bastante cerca”. Esta por verse qué le traerá el futuro a Cotton, pero al menos puede desde ya aceptarse que Sarah Palin no será precisamente una posible medida de comparación de sus logros y gestas.

¿Qué dijeron los exit polls de la opinión ciudadana? El electorado estaba molesto, sin embargo no tan inclinado a favor de los republicanos como hace 4 años. De hecho lo que prevaleció fue una gran ira y desencanto con el gobierno y con el congreso, (ocho de cada diez le dieron nota negativa al parlamento), con ambos partidos llevando su ración de crítica por la percepción negativa del estado de la economía (aunque la realidad indique lo contrario), y el rumbo de la nación. La erosión de la imagen institucional aumenta. Y eso debe ser tomado muy en cuenta por las instituciones políticas gringas. Dos de las instituciones fundamentales, presidencia y congreso, lucen paralizadas. Y si bien buena parte del estancamiento parlamentario era culpa de los republicanos, los votantes castigaron a Obama y a su partido. Y es que el mensaje republicano, ante la indecisión y división demócratas, caló: “sufrimos un gobierno grande e incompetente.” Comparado con el 2010, hubo un leve repunte de los demócratas en el voto femenino, a tal punto que si bien los republicanos ganaron ese voto por un punto porcentual en 2010, esta vez la mayoría de ellas, por un margen muy estrecho, se inclinó por los demócratas. Los independientes, siempre decisivos, volvieron, como en 2006, a favorecer al partido de Abraham Lincoln. Los votantes mayores de 65 años, votantes muy confiables, beneficiaron sin dudas a los republicanos. El voto de los habitantes de los suburbios fue mayor que en 2010, y también se inclinó hacia el GOP. Un consuelo para los progresistas: los votantes menores de 30 años siguen apoyándolos con ventaja. Pero si bien el voto republicano disminuyó en los graduados universitarios blancos, votantes centrales para los demócratas, su participación fue menor, como también fue menor la de los votantes latinos. La abstención, sobre todo latina y juvenil, fue decisiva en varias derrotas demócratas.

II

 La decisión de Obama de retrasar hasta después de las elecciones cualquier medida ejecutiva que, a falta de una reforma migratoria, pudiera paliar las deportaciones de indocumentados, pretendía sacar de la campaña electoral un tema que podía dañar a aquellos demócratas que competían por un escaño con republicanos ultraconservadores.

Pero aun así, la reforma migratoria -y la demonización de los indocumentados- siguió siendo un recurrente tema de campaña. Incluso entre los demócratas. El tema de los indocumentados que le “quitan” el trabajo a los estadounidenses centró la campaña de la organización NumbersUSA, que aboga por restringir la inmigración, realizando anuncios en televisión e internet en estados clave.

Para Cristóbal Alex, presidente del Latino Victory Project, una organización que promueve la voz latina en las comunidades mediante la fuerza del voto, los mensajes antiinmigrantes de los dos partidos, pero sobre todo los procedentes de candidatos demócratas, constituyen un “esfuerzo desesperado que puede tener un efecto contraproducente”, porque los latinos tienen “una memoria larga”.

Muchos candidatos, de cara al futuro, crearon una “receta para el desastre”, advierte. “Esperan ganancias a corto plazo que en el largo plazo hundirán sus posibilidades de llegar a la Casa Blanca”.

Arturo Carmona, presidente de la organización latina Presente, durante semanas proclamó que “el Partido Demócrata no es nuestro amigo simplemente porque miembros del Republicano hayan trabajado tan duro para convertirse en nuestros enemigos”. “Si los demócratas quieren nuestros votos, harían bien en trabajar mucho para ganárselos”, sostuvo Carmona.

Consecuentemente, se publicaron columnas de prensa pidiendo a la comunidad hispana a salir a votar el 4 de noviembre, pero en varios casos para hacerlo en contra de los llamados “dirty four” (los cuatro sucios), los senadores demócratas que presionaron a Obama para que retrasara su orden ejecutiva sobre la reforma inmigratoria: Mary Landrieu de Louisiana, Kay Hagan de Carolina del Norte, Mark Pryor de Arkansas y Jeanne Shaheen de New Hampshire. De los cuatro, la única que se salvó, por los pelos, fue Shaheen. Landrieu debe ir a una muy difícil segunda vuelta en diciembre, gracias al muy peculiar sistema electoral de su estado -no hay primarias, desde 1975 hay una “jungle election” (la cual quizá debería llamarse “bayou election”) donde se inscriben todos los precandidatos de los partidos (incluyendo algunas variedades de cocodrilos, serpientes y otros reveladores representantes de la muy plural zoología política de Louisiana), y si ninguno saca al menos 50%, los dos más votados se enfrentan de nuevo-.

En inmigración Obama se convirtió en una especie de Houdini en negativo: él mismo se encerró en una caja, pero se le olvidó la llave que le permitiera escaparse con bien. (Igual que le pasó con Siria en materia de política exterior, por cierto.)

Lo más importante, sin embargo, es que la naturaleza del desencanto ciudadano en 2014 no es igual al existente en 2010. En 2010 el tema económico arropaba a todos los demás. Hace cuatro años, 9 de cada diez votantes afirmaban que la situación de la economía no era buena. Este número ha bajado a 7. En 2010, 6 de cada diez votantes citaron a la economía como un factor importante para decidir su voto; el pasado martes sólo 4 lo hicieron. Menos norteamericanos ven hoy su situación económica como peor en comparación a como la veían en 2010. Pero muchos más destacaron que la vida de las futuras generaciones será peor.

Un tema tan machacado por los republicanos, la reforma del sistema de salud, únicamente fue destacado como fundamental por un cuarto de los votantes, y quienes así lo hicieron votaron en oleadas por los demócratas. Pero de nuevo, nada de eso ayudó a estos últimos. Habían otros factores a considerar, mucho más poderosos.

Un dato fundamental es que quienes critican a Obama lo hacen con una pasión y una emoción de la que carecen quienes dicen apoyarlo. Un tic nervioso que se da en las elecciones de mitad de periodo es el deseo de los candidatos del partido gobernante de alejarse física y temáticamente lo más posible de un presidente impopular. El asunto es que tal estrategia no siempre funciona. Hay que entender que estos recientes candidatos no fueron los primeros en buscar alejamientos con su presidente por razones de sobrevivencia electoral local. Incluso, en 1994, un asesor electoral del entonces presidente Bill Clinton aconsejó a los candidatos en un memo interno: “los votantes desean saber que ustedes luchan por ellos, no que están apoyando una agenda nacional.” Lo mismo fue válido para los candidatos republicanos en 2006. Esta vez, los candidatos demócratas hicieron un esfuerzo sobrehumano para distanciarse del máximo líder de su partido. El martes, un 55 por ciento de los votantes opinaron de forma negativa sobre la gestión presidencial. Y eso que los temas de política exterior no encabezaron sus preocupaciones. A la mayoría de votantes no les importa mucho los detalles de Ucrania, las facciones en Siria, o las estrategias para combatir al Estado Islámico. Los latinoamericanos más conocidos –con total justicia- son los jugadores de béisbol venezolanos, cubanos, dominicanos, puertorriqueños o mexicanos. Pero sí existe una cierta percepción de que hoy los Estados Unidos enfrentan un momento de debilidad en el mundo.

Obama no ve las cosas de la misma manera. Según él, la elección era muy cuesta arriba –para recuperar la mayoría en el Senado, por ejemplo, los republicanos solo tenían que triunfar en algunos de los estados que ya Romney había ganado en 2012-. Por radio, el día de las elecciones, Obama afirmó: “este el peor grupo posible de estados para los demócratas en una elección desde los tiempos de Eisenhower”. También había afirmado, hace pocas semanas (para disgusto supremo de los estrategas y candidatos demócratas): “no se equivoquen, nuestras políticas están también en la papeleta de voto; cada una de ellas.” Sobre los senadores que mantuvieron su distancia: “al final del día, todos ellos han votado conmigo, han apoyado mi agenda en el congreso.” Nunca ocultó su molestia porque los candidatos de su partido no quisieran saber de él en la campaña. Pero aquí cabe una clarificación: usted es el presidente, usted no necesita permiso de nadie para defender con ánimo y entereza su gestión (desempleo disminuido, déficit reducido a la mitad, la economía ha crecido a un paso aceptable). La evidente recuperación económica es sentida por muchos como si fueran noticias de una tierra distante, ubicada en alguna novela de ciencia ficción. En los últimos días de campaña, Obama sólo visitó cinco estados. Incluso un muy tóxico George W. Bush, en 2006, visitó diez. Radicalmente distinta fue la conducta de un asediado y perseguido Bill Clinton en las elecciones de mitad de periodo de su segundo mandato; no sólo fue el primer presidente desde 1945 que evitó que su partido perdiera senadurías durante su segundo periodo de gobierno, sino que abandonó el cargo con el mayor porcentaje de popularidad de un presidente en los últimos 60 años.

Emocionalmente, Obama pareciera estar atravesando un muy shakespereano y largo “season of discontent”, como si él se hubiese convertido en un Hamlet afroamericano padeciendo un permanente Halloween, y nada parece indicar que los tiempos futuros lucirán mejor. De hecho, pocos piensan que Obama pueda impulsar alguna medida realmente significativa en los dos años que le quedan en el poder. En sus mejores momentos de oratoria Obama confrontaba la esperanza y el cinismo. De nuevo, en sus recientes intervenciones, volvió a las viejas maneras expresivas. Esta vez, perdida la novedad, y luego de seis años en el poder, el efecto mágico se ha perdido.

Obama, en estos tiempos hiper-acelerados y polarizados luce lejano y distante, como si la Casa Blanca fuera su particular torre de marfil. Ya no habla de cambio, mucho menos de esperanza. Alguien, por favor, que se apiade y lo despierte. Ha mostrado desde hace tiempo un recato suicida. Debería haber aprendido de Lyndon Johnson, quien en su segundo periodo presidencial, frente al consejo de sus asesores de mostrar cautela hacia un congreso de fuerte oposición, hizo lo contrario, y puso a los republicanos contra las cuerdas. Su respuesta a los asesores es famosa: “well, what the hell´s the presidency for?” (Entonces, para qué diablos es la presidencia?). En otro ejemplo más reciente, Bill Clinton demostró, después de la derrota de su partido en las elecciones intermedias de 1994, que la mejor manera de derrotar a los conservadores es enfrentarlos cuando intenten atacar políticas gubernamentales que beneficien a los menos favorecidos. Y si algo puede asegurarse hacia el futuro inmediato es que los más radicales parlamentarios del Tea Party, con Ted Cruz a la cabeza, lo intentarán apenas comience a funcionar el nuevo congreso.

III

¿Cuál fue el papel de la oposición republicana en la pérdida progresiva de popularidad del presidente? En “El Cínico”, una nueva biografía del jefe republicano en el Senado Mitch McConnell, –quien asumirá el liderazgo de toda la cámara próximamente- el autor del libro, Alec MacGillis, cita a un antiguo senador republicano, Bob Bennett, quien recordaba unas palabras de McConnell, en una reunión realizada en el 2009, al comienzo de la presidencia de Obama: “tenemos a un nuevo presidente con una popularidad del 70%. No lo vamos a atacar frontalmente, sino de forma indirecta. Buscaremos temas donde podamos ganar, y empezamos a derribarlo, un tema por vez. Crearemos un inventario de sus pérdidas. Así diremos “Obama perdió aquí”, “Obama perdió acá”. Y esperaremos hasta el momento en que su imagen esté tan dañada que podamos atacarlo de frente.”

Y es que la victoria republicana se da a pesar de una encuesta del Pew Research Center, del pasado mes de octubre, según la cual los demócratas eran vistos por los votantes registrados, con 21 puntos de ventaja, como “el partido más preocupado por las necesidades de la gente”, y a los republicanos, con una diferencia de 46 a 32%, como el partido “más influenciado por los intereses especiales”, y 52 a 36% como “el partido con posiciones más extremistas.” Pero es que McConnell lo tiene claro desde 2010. A raíz del resultado de esas elecciones, en las cuales los republicanos retomaron el control de la cámara de representantes, declaró: “No es que la gente se haya enamorado de los republicanos; simplemente se desencantó de los demócratas”.

 Al parecer Obama no aprendió de las lecciones del 2010, entre las cuales destacan que la mayoría del pueblo norteamericano desconfía de Wall Street pero admira el capitalismo; pide que el Estado sea un agente activo del bien común, pero que no exagere a la hora de actuar. El Estado es algo así como un excelente actor secundario, que puede incluso robarse alguna escena, pero nunca debe ser el protagonista de la película. Ya en 2010 las diferencias entre Obama y los parlamentarios demócratas comenzaron a aflorar con claridad: ¿Qué pensar del hecho de que el entonces candidato demócrata a senador por Virginia Occidental sacó una cuña de TV en la cual le disparaba y le abría un boquete…a las principales políticas del gobierno de su presidente y de su partido? El hombre ganó la elección. Victorias como esas terminan siempre siendo pírricas.

 No todo está dicho para lo que pasará en las presidenciales del 2016, donde los temas y estrategias son diferentes. Una reciente encuesta de Harvard muestra que los jóvenes votantes siguen siendo fieles a los demócratas –pero que están muy desencantados con Obama-, y por esto último pagaron sus candidatos en este pasado día 4. Asimismo, la demografía sigue anunciando cambios imparables que al día de hoy no son favorables a los conservadores. Fundamentalmente, no hay que olvidar que el electorado que vota en las elecciones intermedias es demográficamente menos variado que quienes se presentan a votar en las presidenciales. Y el ticket demócrata del 2016, al parecer, volverá a ser encabezado por alguien de apellido Clinton. Su primera prioridad será recomponer la coalición triunfante en 2008 y 2012: mujeres, afroamericanos, jóvenes, latinos, asiáticos. Mientras, los republicanos no tienen una figura que hoy destaque de manera significativa, y el Tea Party, con su amor fundamentalista por abstracciones y absolutos que la realidad repetidamente refuta y niega, seguirá haciendo daño. La discusión republicana acerca del futuro, alertaba recientemente Michael Gerson, ya ha comenzado como inician estas cosas los conservadores: con un minucioso debate sobre el pasado. Y todos los hasta ahora pesos mosca que dicen aspirar a la presidencia quieren mostrar una imagen imposible: ser vistos como los nuevos Ronald Reagan, el único y gran campeón dentro del reciente imaginario republicano. Ante la aparente imposibilidad de pensar por sí mismos y de generar ideas propias, todos ansían un imposible “sello de aprobación póstumo” del ex-presidente-actor. (Por cierto, pobre George W. Bush: al único sitio donde lo invitan por estos días es al estadio de los Texas Rangers,  a ver los juegos de beisbol de un equipo que este 2014 quedó en el último lugar de su división.) El siempre rotundo Ted Cruz ha afirmado: “Jimmy Carter nos dio a Ronald Reagan”, Rand Paul se dice “un gran admirador del presidente Reagan”, y a Marco Rubio lo han llamado “el hijo de Reagan” (aunque por su edad podría calificar si acaso de nieto.) Tanto pleito y protesta sobre su herencia, tantas muestras extrañas de idolatría, el peligroso abandono de la historia por la mitología, han llevado a Peter Wehner y Henry Olsen a escribir un ensayo (en el Commentary Magazine) con un título muy sugerente: “Si Ronald Reagan estuviera vivo, tendría 103 años.” Los republicanos hoy hacen recordar la época en que el ídolo demócrata era Franklin Roosevelt. Hasta que llegó Bill Clinton, claro. Las estrellas del Tea Party debieran recordar que sus fundadores fueron acerbos críticos de Reagan, y que no sólo Reagan no era un jacobino, sino que los detestaba.

Los republicanos ya han dado a entender que a partir de enero tratarán de aprobar con rapidez algunas medidas que den la imagen al electorado que este nuevo congreso, con mayoría conservadora, sí puede funcionar, que la parálisis se acabó. Para ello, sin embargo, la jefatura del GOP deberá amarrar a sus locos, a los ultrosos del Tea Party. No será tarea fácil.

Como no lo será, por cierto, para los republicanos mantener la mayoría en el Senado en 2016. Ese año, junto con la presidencia, los norteamericanos renovarán 34 puestos senatoriales. De ellos, 24 son republicanos y 10 demócratas. 7 de los senadores republicanos que deben saltar a la arena a defender el puesto, son de estos estados: Florida, Iowa, Illinois, Ohio, Pennsylvania, Wisconsin y New Hampshire. Todos estos estados fueron ganados por Obama en 2012. Se dice también que dos senadores senior, en Iowa y Arizona (John McCain) podrían estar contemplando su retiro, lo cual aumentaría las posibilidades competitivas de los demócratas en esas dos plazas. Se calcula que de las 12 senadurías más vulnerables, 8 serán republicanas. Por último, el joven Marco Rubio ha afirmado que de ser precandidato a la presidencia, no optaría por renovar su puesto senatorial en Florida. Otra posibilidad entonces que se abre para el partido demócrata.

Pero no nos adelantemos. Pregunta final pertinente: ¿Podrá sobreponerse ante tanta adversidad el presidente número 44, el Hamlet afroamericano, o finalizará su gestión convertido en el Jimmy Carter del siglo XXI? Al final, la voluntad de los votantes fue muy clara: el desencanto con la gestión de Barack Obama pudo más que otros factores que en situaciones menos polarizadas y tensas habrían jugado un rol principal. Y mientras toda la prensa destaca sus palabras de acercamiento inicial con los jefes republicanos en el parlamento, Obama haría bien en no olvidar que al menos tan importante es actuar decisivamente para lograr el necesario reagrupamiento de las fuerzas demócratas, hoy no sólo abrumadas por la derrota, sino emocional y prácticamente divididas. Deberán encontrar un nuevo mensaje, inclusivo y unificador. A fin de cuentas, se mantiene vigente el viejo dicho electoral: “a usted le resultará muy cuesta arriba ganar en la movilización de sus votantes naturales si usted está perdiendo la batalla del mensaje.”

Pero la lección final quizá sea que, al parecer, la reelección ya no funciona ni siquiera en la nación norteamericana.

 

 

 

 

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