Escuchar los colores, ver la música
El lienzo ‘ Composición VII’, de Vasili Kandisnki.
El misterio de la sinestesia en la Fundación Juan March.
«El amarillo suena como una trompeta» y «el violeta se parece al sonido del corno inglés». Esto escribió el pintor Vasily Kandinski. El compositor Olivier Messiaen no pedía al público que viera «los mismos colores que yo» en las partituras pues era consciente que su ‘sexto sentido’ no era ni mucho menos habitual. A esta afecciónle está dedicando un ciclo la Fundación Juan March, un peculiar club en el que militan Rimbaud, Baudelaire, Debussy, Scriabin…
» Estoy contando los colores hasta el viernes». Así relató un paciente a Oliver Sacks la primera ocasión en que su profesor lo sorprendió en clase con la mirada perdida. Según escribió el gran neurólogo y escritor en Musicofilia, una mujer. SueB., que pasó por su consulta le dijo: «Cuando oigo música veo pequeños circulo o barras de luz verticales que se hacen más blancas o más brillantes, o más plateadas, en las notas más altas y adquieren un delicioso marrón intenso en las más bajas».
El de Sue B. era un caso de sinestesia musical convertido en trastorno neurofisiológico. El compositor Olivier Messiaen, antes de comprender que era «un músico del sonido-color», sufrió enormemente por el extraño cruce de cables que padecía, y toda su producción cabe interpretarla como un empeño de que el público perciba en sus acordes los colores que veía su cerebro.
La Fundación Juan March ha programado un ciclo de cuatro conciertos que profundiza en este fenómeno misterioso, que se ha prestado desde siempre a teorías esotéricas y ha dado con los huesos de más de un artista en un sanatorio mental. Por fortuna, otros pudieron hacer de esta confusión de percepciones (que puede afectar a todos los sentidos y no sólo a la vista y el oído, si bien éste es el caso más frecuente) una poderosa fuente de inspiración.
El primero de los conciertos estuvo dedicado a Debussy, encargado de traducir musicalmente tanto el impresionismo pictórico como la estética simbolista representada por Baudelaire, Rimbaud o Mallarmé. El poema Correspondencias, de Baudelaire, se erigió en una especie de manifiesto de dicha corriente artística, y los versos de Vocales, de Rimbaud, abanderaban un desorden de los sentidos en el que encajaba como un guante el recurso a la sinestesia.
Antes que los simbolistas, y por la vía científica, Newton estudió las relaciones físicas entre los colores y las notas musicales, estableciendo medidas de correspondencia entre éstos y los intervalos de la escala tonal. El pintor Giuseppe Arcimboldo construyó ya en el siglo XVI un órgano que fundía sonidos y luces de colores, y a éste se sumaron en siglos posteriores artilugios como los diseñados por Castel y Von Helmholtz.
La invención de la electricidad hizo posibles instrumentos como el órgano de colores de Rimington y el más famoso clavier à lumières de Scriabin, hipersensible músico ruso a quien se dedicó, el pasado miércoles, la segunda velada del ciclo en la Juan March. Sinestésico en grado patológico, seguidor obsesivo de Nietzche y Schopenhauer y de estrafalarias doctrinas teosóficas, Scriabin -que, él sí, acabó sus días en un manicomio- desarrolló aquel teclado luminoso para acompañar la ejecución de algunas de sus obras con un juego de luces en la sala.
El pianista y compositor no asociaba los colores a notas musicales aisladas -como otro sinestésico ilustre de su época, Rimski-Kórsakov-, sino a acordes y especialmente a modulaciones. La Fundación ha tomado al pie de la letra las indicaciones de Scriabin al disponer que los preludios que interpretó Eduardo Fernández fueran secundados por creaciones lumínicas basadas en los colores que el autor percibía con cada tonalidad.
Judith Jáuregui, una de nuestras pianistas más descollantes en la actualidad, acaba de presentar un disco que se adentra en la música enigmática de Scriabin. La grabación, que incluye piezas de Chopin y Szymanowski -su precursor y su epígono, respectivamente-, lleva por título X en alusión a la incógnita, lo prohibido, lo simbólico (la cruz de cualquier mapa del tesoro que se precie), y también al éxtasis al que aspiraba de manera compulsiva el músico ruso.
«Scriabin es un imán que atrae todo lo que se pone en contacto con él, tiene esa fuerza que nos arrastra a su mundo de carácter, de sensualidad, de riesgo. Y en contrapartida a su potencia y temperamento ofrece también otro mundo sonoro espiritual y místico. Es una personalidad deslumbrante, y pianísticamente en sus obras el instrumento brilla en todas sus posibilidades», destaca Jáuregui.
El equivalente pictórico del intenso Scriabin fue otro artista nacido igualmente en Moscú aunque establecido en Múnich, Kandinski, cuyo ideal sería justamente el contrario: una pintura en la que los colores sean las notas. Bajo la influencia de Wagner y de un Schoenberg que acaba de mostrar al mundo el abismo de la atonalidad, el artista rompe con la figuración y explora las equivalencias entre formas y colores, entre tonos y timbres, de modo que «el amarillo suena como una trompeta» y «el violeta se parece al sonido del corno inglés», escribe en su ensayo Sobre la espiritualidad en el arte.
Telas de Kandinski como las tituladas -nada casualmente- Composición IV y Composición VII adquieren dimensiones sinfónicas y persiguen que uno comience «a escuchar el cuadro, a identificar sonidos en sus pinceladas», como recuerda Juan Manuel Viana en las notas al programa del ciclo. Al mismo tiempo que el ruso, otros artistas abstractos experimentan con el color y la música; así el checo Kupka, el francés Delaunay y el germano-suizo Klee, hijo de músicos y violinista destacado antes de pasarse a los pinceles.
El protagonista del tercer concierto programado será György Ligeti, compositor a quien fascinaban las arquitecturas fantásticas de Piranesi y los laberintos e ilusiones ópticas de M. C. Escher. Una proyección de cuadros y grabados del artista holandés acompañará el día 23 la interpretación de una selección de la Musica ricercata de Ligeti por parte del pianista Imri Talgam.
Cerrarán el ciclo las composiciones del sinestésico por excelencia del siglo XX, Olivier Messiaen, que -como las de Scriabin- sonarán al tiempo que se proyectan en la sala los colores asociados por el autor a cada obra. Tanto las partituras como los escritos del francés están repletos de descripciones de los colores que observaba con cada cambio de tonalidad.
Hasta tal punto hablamos en todos los casos de percepciones genuinas y no de recursos metafórico o mistificaciones, que Messiaen se refería a su sexto sentido como una » afección» de las que tomo conciencia por primera vez a los 20 años, en casa de un amigo pintor. El autor de las Veinte miradas sobre el niño Jesús no se hacia demasiadas ilusiones sobre su capacidad de transmitir al público y a los interpretes de su música lo que veía él.
» No pido que vean los mismos colores que yo- eso, por otra parte,es imposible- pero sí que vean colores, cada cual a su manera«, se resignó.