Fernando Mires: Para leer Aporrea
Nacida como fuente de agravios hacia todo lo que no oliera a chavismo, la revista digital de tan feo nombre, Aporrea, ha experimentado durante Maduro un interesante proceso de cambio. De modo que a quien interese indagar acerca de los diferentes matices del pensamiento chavista (he escrito pensamiento sin comillas) Aporrea (Asamblea Popular Revolucionaria) ha llegado a ser una fuente de gran valor politológico.
Por cierto, existe en la revista un núcleo de opinadores gobierneros que viven del erario, o simplemente hinchas que confunden la adhesión a un partido político con la que se profesa a un equipo de fútbol. Gente que gasta tinta para injuriar sin introducir ni un gramo de ideas. Precisamente uno de esos personajes, Mario Silva -junto a su enemigo íntimo Diosdado Cabello, uno de los más detestados personeros del régimen- ha hundido dagas en contra de la revista calificándola como “nido de ataques a la revolución”.
Las crecientes divergencias con el régimen que apuntan en Aporrea llevan a verificar un hecho muy importante: la crisis de un sistema de dominación es irreversible cuando no puede ocultar más sus fisuras internas. Así sucedió en la URSS y sus satélites, así sucedió durante el franquismo, así ha sucedido en muchas partes, así está pasando en Venezuela. Aporrea es en ese sentido un síntoma de desintegración de un sistema. Uno más entre tantos. Pero uno de los más visibles.
En Venezuela hay definitivamente una oposición interna dentro del bloque de poder. Sin embargo conviene hacer diferencias. Una fracción de esa oposición es más interna que externa. Otra ya es más externa que interna. La primera fracción está formada por los críticos chavistas al gobierno. La segunda ya ha pasado, nadie sabe sí definitivamente, a la disidencia e incluso a la rebelión abierta en contra del madurismo.
Lo que une a ambas posiciones es una fidelidad casi religiosa al imaginario chavista. Pero aún en ese punto hay matices. Mientras que para los críticos chavistas Maduro no ha estado a la altura de Chávez, para los disidentes, Maduro (y Cabello) ha traicionado definitivamente su legado. Eso significa que mientras para los primeros hay un margen de reformas que podrían devolver a Maduro a transitar por el buen camino, para los segundos el proceso debe ser dado por terminado. Maduro, según estos últimos, ha llevado a su régimen a las más hondas profundidades de la corrupción, el latrocinio sistemático y a la ruptura definitiva con el mundo popular.
Para el chavismo anti-madurista el ideal de Chávez solo podrá renacer de una rebelión de las bases en contra de sus cúpulas. El chavismo, según ellos, debe comenzar a hacerse de nuevo. Extrema minoría al comienzo, quienes así opinan, a juzgar por los artículos de Aporrea, constituyen una tendencia creciente. Después del 6-D ya ni siquiera temen manifestarse públicamente. Han perdido hasta el miedo.
¿Pasarán estos grupos a engrosar el ya amplísimo espacio de la oposición democrática? Aunque en política todo es posible, no está escrito en ninguna parte que eso deberá ser así. 16 años de discordias, agresiones sin límites, odios paridos, no pueden ser borrados de un día a otro. Si va a existir alguna vez un encuentro entre la disidencia chavista y la oposición articulada en la MUD, ese encuentro debe ser aguardado con mucha paciencia.
Por ahora ni críticos ni disidentes han mostrado intentos para establecer un diálogo. De parte de la oposición, por lo menos de acuerdo a lo que se sabe, tampoco. Más difícil será ese diálogo si se considera que la mayoría de los columnistas de Aporrea, cuando atacan a Maduro, comienzan sus artículos con insultos a la oposición democrática a la que ellos llaman “la derecha” o la “contrarrevolución”. Pero no hay que dejarse engañar. Son solo rituales. Incluso si se lee con cierta atención algunos textos, será posible observar que mientras más furiosas las diatribas en contra de la oposición, más duros serán los ataques a Maduro. Ataques que antes había que leer entre líneas. Ahora basta leer las líneas.
Encontrar algún punto dialógico entre la oposición democrática y la disidencia chavista llegará a ser en un momento una necesidad política de primer orden. Para lograrlo no será necesario intentar convertir a nadie al ideario opositor.
Una de las condiciones primarias de todo diálogo es el reconocimiento del otro no como quisiéramos que fuera sino como es. Si los disidentes inter-chavistas mantienen un culto religioso al difunto, sus razones tendrán. Si algunos están convencidos de que el socialismo es el sucesor genético del capitalismo, de acuerdo a la libertad de culto que impera en todas las naciones civilizadas, están en su derecho para pensar así.
Nadie debe creer tampoco que no ser chavista otorga una credencial de superioridad cultural sobre alguien. Mucho menos si se tiene en cuenta que el chavismo comparte con ciertos sectores de la oposición elementos propios a una cultura política común como por ejemplo, el culto al líder heroico y mesiánico, la tendencia a la uniformidad, la intolerancia frente al que piensa diferente e incluso cierta maligna atracción por soluciones rápidas y violentas.
Las discusiones ideológicas y las identitarias, si se mantienen a ese nivel, estarán siempre condenadas al fracaso. No ocurre así cuando se trata de conversar sobre problemas concretos. Por ejemplo: no hay nada que impida dialogar a la oposición inter-chavista y a la anti-chavista sobre temas como las medidas anti-inflacionarias, los límites del asistencialismo, el monto justo de los salarios, la lucha en contra de la corrupción y el narcotráfico y, por cierto, la ampliación de las libertades públicas.
En toda relación interpersonal, aún en las más íntimas, es necesario mantener algunos temas encerrados entre paréntesis a fin de que sobre los puntos que más interesan surjan ciertos acuerdos. Con mayor razón ha de ser así en las relaciones políticas donde por definición la amistad y el amor deben ser excluidos en aras del cumplimiento de objetivos comunes y cercanos.
Hay, en consecuencia, que leer a Aporrea, aún cuando algunos artículos demanden el uso de un pañuelo en la nariz.