Filosofar con Charles Aznavour
Hay artistas cuya sola existencia crea un puente entre las generaciones. Charles Aznavour, quien nos dejó a los 94 años de edad, era uno de esos. Más “popular”, más “internacional» que los otros cantantes eminentes de su generación (Brassens, Moustaki y tantos otros), él compartía con ellos una misma preocupación por el texto, una misma exigencia en la exploración de las posibilidades de la lengua francesa.
Muchos se burlaron mucho del hombre, primero de su físico, luego de su voz algo trémula, de sus posturas en política, de su exilio fiscal, de su “última” gira como cantante que duraba desde hacía más de veinte años… Pero nunca nadie le cuestionó su arte de la escritura. Él partió dejándonos más de 1.400 canciones, decenas de las cuales figuran entre los más grandes éxitos del siglo XX. Con algunos temas recurrentes que pueden suministrar una buena materia para la reflexión.
El sentimiento contra los principios: “Hay que saber” (1961)
Como Brassens, Aznavour canta a lo cotidiano, a lo banal, a las pequeñas cosas. Si la mayoría de sus textos está destinada al tema del amor, casi nunca es para hacer grandes declaraciones, sino más bien para examinar lo que el amor tiene de concreto. Utilizando las más de las veces el “yo” y el “tú”, él “encarna” el sentimiento en personajes que uno puede casi visualizar: un hombre que bebe para olvidar la ruptura (Bebo), la vida cotidiana de un travestido (Como ellos dicen), el comportamiento de una pareja en la cama (Después del amor). Aznavour es un cantante “realista”, en el sentido literario del término.
Esta preeminencia de lo que una persona puede sentir en su existencia concreta puede incumbir a una filosofía según la cual los principios abstractos, válidos teóricamente, no tienen valor sino cuando pueden aplicarse en la vida “real” (más exactamente “material”). Es esto lo que ilustra la canción Hay que saber, en la cual el personaje, después de haber descrito lo que es imperativo hacer en el momento de romper, concluye diciendo que él simplemente es incapaz de ello:
Hay que saber ser de hielo […]
Hay que saber salvar la cara
Pero yo te amo demasiado
Pero yo no puedo
Hay que saber pero yo
Yo no sé.
En ese instante, todo se derrumba, los buenos consejos, las “recetas”, las prescripciones. Todo se desvanece ante la constatación desnuda y definitiva: quizá los otros pueden hacerlo, pero yo no, por lo tanto eso pierde todo valor ante mis ojos. Al final, los valores no son sino maneras de “vestir” las pasiones, de legitimar su propio comportamiento para él y para los demás, de hacer callar en sí mismo lo que hay de vivo, es decir, de inasible, de “poderoso”.
El tiempo que pasa: “Su juventud” (1956)
La tragedia de la condición humana es probablemente la fugacidad inexorable del tiempo, según la paradoja bien conocida de Agustín: el pasado no es ya, el futuro no es todavía, y el presente se pierde en el pasado. Tal vez sólo la poesía es capaz de “decir” algo de esta fugacidad, y Aznavour se alineó al lado de los más grandes, como Aragón (No hay amor feliz) o Léo Ferré (Con el tiempo).
La mayor parte de sus éxitos son por lo demás canciones llenas de nostalgia: La bohemia (letra de Jacques Plante), Todavía ayer, e incluso Mis incordios. Estos éxitos dicen mucho acerca del cuidado que el artista ponía en sus textos y de la escogencia de sus letristas a este respecto, pero también de la universalidad del tema. Pero, a mi parecer, es Su juventud la canción que describe mejor este sentimiento mezclado de alegría y de lamentos en la evocación del pasado. Y ella adquiere un relieve muy particular en las grabaciones más recientes:
Cuando uno ve lejos ante sí reír la vida
Adornada de esperanza, rica de alegrías y locuras
Hay que beber hasta la embriaguez
Pues todos los instantes de nuestros veinte años están contados
Y nunca más el tiempo perdido nos hace frente
Él pasa
A menudo en vano uno tiende la mano y uno añora
Es demasiado tarde, en su camino nada lo detiene
Uno no puede retener sin cesar
Su juventud
En pocas frases, todo el problema del paso del tiempo esta resumido: cuando uno es joven, uno se proyecta, uno mira al porvenir y uno puede olvidarse de vivir el instante presente. Ahora bien, uno no puede volver atrás y uno se arriesga a lamentarse cuando sea demasiado tarde.
Lo que yo hallo formidable en este texto es que esto no es un enésimo “consejo” de un abuelo a sus nietos. Como se ha visto más arriba, este tipo de prescripción no tiene valor mientras uno no ha tenido la experiencia. Dicho de otro modo, esta canción es una advertencia: invariablemente, todos nosotros terminaremos por sentir la nostalgia. No podemos jamás vivir plenamente, nos faltará siempre algo, es “siempre ya demasiado tarde”, y es eso lo que es trágico y bello a la vez.
¡Significa la desaparición de Charles Aznavour el fin de una época? ¿No era él el último representante de la gran canción realista de la posguerra? Concluyamos, más bien, con esta magnífica canción que él había compuesto basado en las palabras de Robert Gall en 1963, La Mamma (**):
Hay tanto amor, recuerdos
A tu alrededor […]
Hay tantas lágrimas y sonrisas
A través de ti […]
Que jamás, jamás, jamás
Tú nos dejarás.
________
Thomas Shauder. Escritor y filósofo francés. Profesor de filosofía en el Instituto Universitario Rachi, en Troyes, Francia. Es cronista del blog colaborativo Pitágoras y Aristóxenes Están En Un Barco y del sitio de Internet de Le Monde Campus.
(**) En italiano en el texto original en francés.