Gabriela Bustelo: ‘Spain is a problem’
«La sinceridad descarnada del líder americano encapsula lo que cientos de miles de personas piensan, tanto dentro como fuera de España»

Ilustración de Alejandra Svriz.
La imagen internacional de España sufre en 2025 la mayor autolesión desde la crisis económica de 2008. Una cascada diaria de noticias sobre tramas de corrupción, desgastes gubernativos, fricciones institucionales y enfrentamientos directos con organismos internacionales sitúan a nuestro país en el punto de mira no solo de la Unión Europea, sino del entorno global al completo. Hasta ahora la tónica habitual de España ha sido el perfil internacional bajo, limitado a lo estrictamente necesario, con líderes que en general no hablan idiomas ni pretenden interactuar con las cúpulas políticas occidentales. El actual presidente Pedro Sánchez ha abandonado ese modus operandi, buscando el protagonismo internacional con maniobras que no siempre le salen bien.
Nuestro prime minister, como le llama la prensa occidental que se ocupa de él con frecuencia, trasluce una más que evidente debilidad interna y externa. Dentro de nuestras fronteras vive asaeteado: por la ofensiva de una oposición que ha despertado súbitamente como Blancanieves; por el espectáculo erótico-festivo de sus antiguos colegas acusados de corrupción y putiferio; por el sicodrama de sus socios de coalición falsamente escandalizados; y por la gota malaya de exclusivas y noticias sobre el cuestionable proceder del avispero sanchista.
En el exterior el clima diplomático occidental es gélido: desde el recorte de fondos europeos hasta la petición del Senado estadounidense de revisar la inteligencia compartida con España tras contratar el Gobierno sanchista a la multinacional china Huawei, sin olvidar las palabras demoledoras del presidente estadounidense Donald Trump sobre la insolidaridad financiera española con la OTAN: “España siempre es un problema“.
Conviene tener presente que, en nuestra civilización del espectáculo, casi doscientos países compiten por dar la mejor imagen. Bajo la globalización, la marca de cada país funciona como un estereotipo codificado que ubica a una nación en el peldaño supuestamente merecido. Pero, en realidad, la imagen-país no la construyen los datos, sino una percepción subjetiva de la realidad.
Pedro Sánchez arriba a la segunda mitad de este año 2025 terribilis con la autoridad presidencial gravemente socavada. Por momentos impresiona que siga trasteando pactos utilitarios con unos socios tan multiformes como vampíricos, instalado ya en una crisis de gobernabilidad sostenida. La espada de Damocles pende sobre todo lo que hace y lo que no hace, con la convocatoria de elecciones acechante tras la parálisis legislativa y el cabreo popular ante una agonía política que claramente trasciende nuestras fronteras.
Las grandes cabeceras mediáticas internacionales ―desde las británicas como The Economist y The Times, hasta Le Monde, Der Spiegel, Le Figaro y La Repubblica― han coincidido en los últimos meses en señalar el «bloqueo estructural» y el «lamentable espectáculo» de la política en España, descrita como una democracia arraigada que, por algún motivo, no consigue hacer las reformas imprescindibles ni establecer un frente coherente ante las necesidades y los obstáculos de nuestro tiempo.
España se mantenía en una relativa penumbra ―salvo excepciones negativas como el rescate europeo tras la crisis de 2008 legada por Zapatero a Rajoy o el eterno número uno en paro juvenil―, mitigando el foco internacional sobre las andanzas de un ejército de líderes políticos blindados por aforamientos medievales. Pero la búsqueda de notoriedad de Pedro Sánchez atrae sobre España la mirada no solo de la UE, sino del eje trasatlántico entero. El empeño de incrustar los mini-idiomas regionales españoles en las instituciones europeas resalta nuestras desigualdades territoriales crónicas; la ley de amnistía cuestionada por la Comisión Europea hace aflorar dudas sobre la independencia judicial española; el inexplicable contrato con la tecnológica china Huawei parece querer reconfirmar la desconfianza estadounidense. Y sobre todo ello planea un runrún cada vez más oíble sobre la apropiación partidista de las instituciones, que tiene encendidas las alarmas en Bruselas y Washington.
«Sánchez ya no es el reluciente político español que habla inglés y saluda con palmadas en la espalda a los popes internacionales»
Entre los impactos recientes que ha recibido la imagen exterior de España destaca la interrupción parcial de los fondos europeos. Sin ser una retirada total, el freno de la Comisión Europea a varios tramos del Plan de Recuperación y Resiliencia es un golpe demoledor. Las autoridades comunitarias han hecho saber su «preocupación» por la falta de mecanismos de control fiables y por la opacidad en los procesos de adjudicación de ayudas. Ya desde los tiempos de la pandemia, países miembros como Alemania y Países Bajos han sido críticos con la gestión española de los fondos. Desde entonces la cosa no ha mejorado, sino que la credibilidad del país como receptor de fondos europeos se ha visto gravemente comprometida.
Pero si un episodio condensa el deterioro de la imagen internacional de España, es la frase lapidaria de Donald Trump tras la Cumbre de la Haya de la OTAN a finales de junio: «Spain is a problem». Es decir, España es un problema. Aunque al presidente estadounidense se le conoce por su retórica agresiva y provocadora, sus palabras resuenan todavía a ambos lados del charco. Trump se refería a la dejadez de la España sanchista en cuanto a asumir su compromiso económico con la OTAN, que no es una casa de beneficencia. Pero la sinceridad descarnada del líder americano encapsula lo que cientos de miles de personas piensan, tanto dentro como fuera de nuestro país. Sánchez ya no es el reluciente político español que habla inglés y saluda con palmadas en la espalda a los popes internacionales. Su escaso protagonismo en los foros multilaterales ―lo de Mauritania parece una broma pesada― abanica la impresión de que España, en efecto, es una astilla en el pie de Occidente.
Entre tanto, los inversores nacionales e internacionales observan con creciente escepticismo el rumbo económico de nuestro país. Y la frase de Trump resuena con fuerza. España no respeta sus compromisos globales, recibe fondos europeos a espuertas sin querer colaborar con sus socios atlánticos y parece creer que todo le es debido. No mira al mundo ni el mundo parece interesarle. Pero el afán de protagonismo de Pedro Sánchez ―¡Miradme, que no me lo creo ni yo!― ha logrado atraer las miradas de unos líderes globales alineados en esto con Trump: España es un problema.