Gehard Cartay: La muerte de la política
En Venezuela la política, entendida como el arte de lo posible en los asuntos públicos y en el manejo del Estado mediante diálogos y acuerdos, murió en 1999.
La mató el chavismo una vez que se consolidó en el poder a través de la sedicente Constituyente aprobada ese año. Como se recordará, al comienzo de su gestión el oportunismo del nuevo régimen hizo posible los acuerdos iniciales para instalar el Congreso de la República y su nueva directiva, y atraer, en paralelo, a una mayoría de magistrados de la Corte Suprema de Justicia para que “justificaran” el absurdo concepto de “la supraconstitucionalidad” (¿?) y poder convocar así su Constituyente, mecanismo que no aparecía en ninguna parte de la Constitución de 1961.
Obviamente que aquella maniobra resultaba inconstitucional desde todo punto de vista, pero la audacia sicópata del chavismo y la ingenuidad cómplice -por decir lo menos- de quienes controlaban el alto tribunal abrieron camino a la tragedia que sufrimos desde entonces. Y todo ello sin olvidar la cobardía institucional de aquel Congreso que se suicidó tempranamente en 1999 -año y medio después de haber sido elegido-, atemorizado por el nuevo gendarme de ocasión.
Fue así como el régimen electo en 1998 elaboró una Constitución a su medida, dándole mayor poder a la Presidencia de la República y estableciendo la reelección inmediata; despojando al Poder Legislativo de importantes atribuciones; y otorgándole beligerancia política a la Fuerza Armada, aunque mostrando algunos avances teóricos en materia de derechos humanos, que luego han desconocido para imponer una dictadura. Lo mismo han hecho con todo el articulado de esa Constitución.
Una vez que obtuvieron lo que querían entonces desecharon la política como medio de acuerdos y negociaciones con los adversarios. Lo que han hecho luego lo conocemos de sobra: se cerraron de manera radical a cualquier intercambio de opiniones con los opositores, desprestigiaron el diálogo con los demás como un recurso deshonesto e innecesario y se dedicaron a ejercer el poder en exclusiva, sin importar la opinión de quienes los adversaran.
Ya hemos padecido 20 años de tal despropósito. Como lo he señalado en otras ocasiones, la noción militarista del teniente coronel Chávez Frías, su incultura política, su devoción por la antipolítica, su enfermiza vocación por el poder vitalicio y su inocultable tendencia autoritaria lo llevaron a desechar el diálogo y la discusión con quienes no pensaban como él. Fue esa concepción antidemocrática la que le inoculó al régimen que encabezó -y que ahora dirigen sus deudos- ese total desprecio hacia quienes lo adversan.
Por desgracia, esta es una enfermedad contagiosa. Algunos de quienes se oponen hoy al régimen han terminado actuando casi igual, en especial los más radicales, también enemigos del diálogo y de los acuerdos. Los consideran -al igual que el chavomadurismo- sinónimos de traición y los condenan de antemano.
De esta manera también han ayudado al régimen a matar la política en su mejor concepto como mecanismo de inteligencia, relación y compromiso entre las partes ante un conflicto o en la búsqueda de soluciones para el bien común. Por supuesto que en toda esta situación absurda la mayor responsabilidad es la del chavomadurismo, al haber desprestigiado y condenado las conversaciones con el adversario y pretendido eliminarlo de cualquier manera, en su obstinado afán por establecer una dictadura en Venezuela.
Como se ha demostrado históricamente algunas guerras y conflictos se han dirimido en una mesa de negociaciones, sin que sus autores hayan traicionado ideales sino aceptado realidades y con el objetivo de minimizar costos humanos importantísimos. La guerra de Vietnam terminó así en los años setenta y hoy este pequeño país asiático es un importante socio comercial de Estados Unidos.
Sin embargo, aquí seguimos -sin solución definitiva- en esta descomunal tragedia humanitaria. Por supuesto que dialogar, conversar y acordar una salida entre todos los factores políticos sería lo ideal para alcanzar una solución cuanto antes a fin de evitar que los venezolanos continuemos en este calvario. Sin embargo, el régimen sigue negado a esta posibilidad y la bloquea cada vez que se plantea. Su objetivo es aferrarse al poder sin importarle el trágico destino de los venezolanos, cada vez más acogotados por la pobreza, el hambre, la carestía, el desabastecimiento, las enfermedades, los pésimos servicios públicos y todo tipo de calamidades, agravadas por la pandemia del Covid 19.
El desprecio del régimen por quienes lo adversan, justamente la gran mayoría de los venezolanos, se patentiza en la farsa electoral que pretenden hacer en diciembre, sin garantías ni condiciones de ninguna clase y en medio de la sospecha generalizada de que está orquestado un nuevo fraude, lo que agravará aún más la crisis que sufrimos.