Hasta hace 15 días, Harvard se consideraba la mejor universidad del mundo. ¿Qué estudiante no ha soñado con ser admitido? ¿Qué profesor no ha anhelado enseñar allí? Este prestigio, arraigado en una historia que se remonta al XVII, ha desaparecido de repente. La dimisión forzada de su presidenta, Claudine Gay, es la culminación de un lento descenso a los infiernos. Harvard ya no merece el lema que reivindica para sí: ‘Veritas’. Sería mejor sustituirlo por «Propaganda», o «Renuncia».
Renuncia a los valores fundamentales de Occidente que Harvard ejemplificó durante tanto tiempo y ya no ejemplifica más. Para quienes no hayan seguido la degradación de esta universidad y las circunstancias que rodearon la salida de su presidenta, conviene recordar que esta se produjo en dos tiempos. Primero, Gay pasó por alto condenar la masacre perpetrada por Hamás contra ciudadanos israelíes el 7-O. Y permitió que se manifestaran grupos de estudiantes que exigían la desaparición total del Estado de Israel y, por consiguiente, de todos los judíos, dondequiera que estuvieran, Harvard incluida. La rectora, sospechosa de tolerar el antisemitismo, fue citada para dar explicaciones ante el Congreso de Estados Unidos. Se limitó a señalar que la Constitución garantiza la expresión de todas las opiniones. Cuando se le preguntó si las consignas antisemitas proferidas en el campus no eran una llamada al crimen (y por tanto contrarias a la Constitución), respondió: «todo depende del contexto».
Esta desafortunada expresión no bastó para sellar su destino. Algunos periodistas examinaron el trabajo académico que había justificado su nombramiento como presidenta hacía 6 meses. ¡Sorpresa! Sus trabajos eran escasos: una docena de artículos en revistas, dedicados a la representación política de las minorías negras. Y ni un solo libro publicado en 26 años de carrera. Resultó además que su obra menor estaba plagada de plagios, algunos tomados de la web. Por ello, el Consejo de Administración pidió a Gay que se marchara. La duda que se plantea es por qué la nombraron. ¿Por ser una mujer negra? Se trata de una hipótesis que sería incorrecto contemplar. Gay se considera ahora víctima de un complot racista que va más allá de su persona.
Este asunto nos lleva a profundizar en la historia de Harvard y en la evolución de las universidades más destacadas de Estados Unidos, las que marcan la pauta de la enseñanza superior. Descubrimos que, en realidad, Harvard nunca ha estado obsesionada con la verdad. En la década de 1920, el Consejo de Administración, preocupado por el aumento del número de estudiantes judíos, se preguntaba cómo impedirles el acceso. La idea que se les ocurrió, y que hoy nos hace sonreír, fue introducir el deporte en las pruebas de admisión. Estaban convencidos de que los judíos sabían pensar, pero no correr. Craso error. Los judíos en cuestión, cuando se les desafiaba, corrían tan rápido y saltaban tan lejos como los blancos anglosajones y cristianos.
En la década de los sesenta, se impuso la idea de que la universidad no debía ser sólo un lugar para la educación y la investigación, sino que debía convertirse en un espejo de la sociedad. Así es como se introdujeron cuotas para que los afroamericanos pudieran ser admitidos, aunque sus notas estuvieran por debajo de la media. Estas cuotas, una forma de discriminación negativa, fueron prohibidas por el Tribunal Supremo en los noventa. Pero por eso que no quede. Harvard, seguida de otras universidades, introdujo el concepto de «diversidad», en cuyo nombre se favorecía a los alumnos no blancos, independientemente de sus notas. Hace una década se hizo evidente que los estudiantes de origen asiático, al igual que los judíos en los años veinte, estaban desproporcionadamente representados en Harvard en comparación con su población en Estados Unidos. El Consejo de Administración introdujo entonces un sistema secreto de calificaciones, cuyo resultado fue la exclusión de la mayoría de los solicitantes asiáticos. Estos llevaron su caso ante al Supremo y demostraron con éxito que habían sido discriminados. Toda discriminación, sea o no en nombre de la diversidad, está prohibida desde entonces.
La discriminación racial, claro, porque la ideológica, más solapada, campa a sus anchas. Las encuestas llevadas a cabo entre los alumnos de Harvard muestran que 80% de ellos se definen como «progresistas» y apenas 20% como «conservadores». La desproporción es más flagrante entre el claustro, ya que solo el 1% de los catedráticos se declaran conservadores. Los que lo son ni siquiera intentan ser contratados en un entorno tan hostil.
Si nos remontamos a las manifestaciones antisemitas que provocaron la marcha de Gay, no nos atrevemos a imaginar expresiones de odio comparables que hubieran cuestionado a personas negras, árabes u homosexuales. La Veritas en Harvard es ante todo políticamente correcta o woke, es decir, absolutamente izquierdista y feminista. En 2006, el presidente de Harvard, Larry Summers, exministro de Economía con Clinton, tuvo la desgracia de señalar que las mujeres estaban poco representadas en los departamentos de Matemáticas. No fue más que una observación pero señalar los hechos bastó para desencadenar una oleada de rechazo que obligó a Summers a dimitir.
Por tanto, al diablo con la meritocracia, que fue el pilar de esta universidad y la savia de la civilización occidental. Renunciar a ella es abandonar los valores que hicieron de Occidente lo que es: un Occidente que ahora es detestable visto desde Harvard. Estén tranquilos: los propios excesos de esta emblemática universidad han provocado una movilización en sentido contrario. En primer lugar, por parte de los estudiantes: el número de candidatos a entrar en Harvard este año ha descendido 20%. También los grandes bufetes de Nueva York, que antes contrataban sólo a estudiantes de Harvard, han anunciado que ya no contratarán a nadie que tenga un título de esta universidad. Por último, está la reacción de los donantes, ya que estas grandes universidades no viven de las matrículas sino de las donaciones de los antiguos alumnos. Estas donaciones han caído en picado desde el escándalo. Además, por todo Estados Unidos surgen nuevas universidades privadas que muestran sus tendencias conservadoras. Tal vez estemos pasando de un exceso a otro pero al menos allí la gente se ha dado cuenta de que lo que estaba en juego era mucho más que el destino de una presidenta vagamente antisemita y abiertamente plagiadora.
Artículo publicado en el diario ABC de España