Guy Sorman: Los antivacunas son unos criminales
No nos vacunamos solo por egoísmo, sino también por altruismo. Las personas no vacunadas arriesgan su vida -es su elección- pero, lo que es más importante, arriesgan las de todos los que les rodean. Una persona no vacunada, deliberada y orgullosa de serlo, es, por tanto, un delincuente en potencia y en libertad
Nuestra civilización y el resto del mundo están al borde de un abismo, cada día más profundo debido a la pandemia de Covid-19. Nos hacemos ilusiones imaginando que este virus desaparecerá por sí solo o será contenido por nuestras mascarillas y nuestras inciertas vacunas. En realidad, la pandemia no ha hecho más que empezar: está trastocando nuestras costumbres, pero, en general, estamos convencidos de que todo terminará como antes, con una vuelta a la normalidad. Nada es menos seguro, sobre todo porque el insignificante número de vacunaciones a escala mundial abre la puerta a una proliferación de variantes que, muy probablemente, serán más contagiosas y más peligrosas.
En estos momentos, la denominada cepa Delta se propaga como un incendio forestal, provocando enfermedades extraordinariamente dolorosas y, cuando no mata, deja secuelas de por vida cuya gravedad aún se desconoce. Exactamente igual que ocurrió con la viruela, el sarampión y la poliomielitis, o se vacuna a todo el mundo y estas enfermedades desaparecerán, o dejamos grandes sectores de la población sin vacunar y volveremos a una plaga comparable a la del siglo XIII, que destruyó Occidente, o con la gripe ‘española’ de 1919.
Me parece que, extrañamente, se subestima esta gigantesca amenaza para la humanidad y para nuestra civilización: a los medios de comunicación no les gustan las malas noticias y a los líderes políticos todavía menos. La tragedia en cámara lenta, en la que nosotros somos los actores, podría haberse evitado desde el principio, y todavía se puede controlar si tomamos las medidas adecuadas. Imaginemos por un instante que, en noviembre de 2019, cuando los médicos de Wuhan detectaron la aparición de este nuevo virus y lo comunicaron, los dictadores chinos, que siempre ocultan las malas noticias, hubieran aislado Wuhan y a los pocos pacientes localizados: no habría habido una pandemia. En este caso, Trump tenía razón: el Covid es chino o, más exactamente, es producto del régimen político chino. Sigue siendo vital no olvidarlo, porque las condiciones sanitarias y políticas que han sido la cuna del Covid-19 son ahora idénticas a las de 2019. ¿Para cuándo la próxima pandemia por los mismos motivos? Nuestro respeto diplomático por China debería encontrar ahí sus límites, aunque solo sea para proteger al pueblo chino de sus gobernantes de mente estrecha.
Pero, gracias a Dios, con su determinación ilustrada, la ciencia occidental ha producido la solución final a la pandemia: la llamada vacuna de ARN. Sería de esperar una explosión de alegría universal, una fiebre de vacunación masiva, como en el caso de la poliomielitis, y una estrategia global comparable a la que erradicó la viruela. Lamentablemente, en los países ricos solo la mitad de la población se ha vacunado, sin prisas. Los países pobres, inconscientes y desorganizados, esperan absurdamente que la tormenta pase de largo. Y los europeos todavía no comprenden que mientras el África negra no esté completamente vacunada, la pandemia volverá incesantemente desde el sur.
La situación es comparable a la de Estados Unidos que, a su virus endémico, suma los contagios llegados de México. Pero, paradójicamente, en lugar de una concienciación y una estrategia universales, la pandemia está suscitando un amplio movimiento de indiferencia y, peor aún, de rechazo a la vacunación. Los argumentos de estos ‘antivacunas’ son tan extraños que no merece la pena analizarlos, y tampoco pueden ser debatidos, pues proceden del pensamiento mágico o de la alquimia medieval. En lugar de discutir sin esperanza de convencer, olvidemos el discurso científico y situemos el debate en el terreno filosófico y penal.
De hecho, no nos vacunamos por nosotros mismos -todo el mundo tiene derecho a suicidarse- sino para proteger a los demás. No nos vacunamos solo por egoísmo, sino también por altruismo. Las personas no vacunadas arriesgan su vida -es su elección- pero, lo que es más importante, arriesgan la de todos los que los rodean. Una persona no vacunada, deliberada y orgullosa de serlo, es, por tanto, un delincuente en potencia y en libertad.
Esto, que no se explica claramente, permite que algunos movimientos antivacunas reclamen ‘libertad’; lo oímos en Europa y en Estados Unidos, pero no en Asia, un continente ahora más racional que Occidente. Los gobiernos occidentales, en lugar de enfrentarse a estos criminales en potencia, que dicen ser ‘libres’, prefieren sortear el obstáculo con artimañas inspiradas en la ‘teoría del empujón’, incentivos en lugar de sanciones. Puede ser políticamente inteligente, pero moralmente dudoso. Creo que un activista antivacunas debería ser tratado como un delincuente infinitamente más peligroso que los traficantes de drogas o los carteristas. Dejar que los antivacunas apelen a la ‘libertad’ es perpetuar durante mucho tiempo que una gran parte de la población no vacunada provoque millones de víctimas en todo el mundo. También es tolerar que la noción de libertad, manipulada así en la dirección equivocada, ya no tenga sentido. Como escribió Jean-François Revel, «así mueren las democracias».
Guy Sorman es un economista, periodista, filósofo y autor francés. Ha escrito varios libros en los que aboga a favor de los ideales de la creatividad y el capitalismo moderno. Se lo considera partidario del liberalismo clásico y seguidor de la tradición de Alexis de Tocqueville.