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HAL

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Con frecuencia uno se cruza con gente muy ducha en temas digitales, habitantes privilegiados de la nueva tierra prometida. Según ellos, el mundo en muy poco tiempo será irreconocible. Se vale entonces salir a dar un paseo bajo la lluvia, mirar el panorama con nostalgia anticipada y echarse una lagrimita. ¿De veras que todo esto va a desaparecer? De regreso a casa uno enciende el PC y siente que está hablando con HAL 9000, el caprichoso computador de 2001-Odisea del espacio, la premonitoria película de Stanley Kubrick. Los computadores, para no hablar de los teléfonos, pronto empezarán a mandar en nuestras vidas, lo queramos o no. Los grandes leviatanes de la red —Facebook, Google, Amazon— dizque saben más de nosotros que nosotros mismos, así sean bastante burros a la hora de dar consejos comerciales, de suerte que no queda de otra que entregarse a ellos sin oponer resistencia.

Los convencidos de la mutación irresistible insisten en que la gente del futuro va a ser infinitamente más sabia que nosotros, aunque al mismo tiempo pronostican que solo una minoría tendrá trabajo. La ecuación aparente es: información = conocimiento. Y cabe poca duda de que cualquier parroquiano cuenta hoy con acceso a acervos de información impensables hace apenas treinta años. Pero en medio del desconsuelo suena la voz de Sócrates y nos recuerda que debemos dudar. Esa voz pregunta: ¿por qué esta gente tan sabia por lo informada dice tantas barrabasadas en las redes sociales o cuando uno se la encuentra por ahí? Y no solo dicen barrabasadas, sino que las hacen: eligen presidente a Trump, sacan al Reino Unido de la Unión Europea y le cierran la puerta en las narices a la paz en Colombia.

Una obviedad cae entonces del cielo: así como ahora abunda la información, abunda todavía más la desinformación. La verdad no es sencilla y suele tener aristas complicadas, mientras que la mentira es redonda y carece de matices. Hay varios análisis por ahí sobre los fake news y la posverdad que validan una frase atribuida en su momento a Mark Twain: “Una mentira puede darle la vuelta al mundo mientras la verdad apenas se está amarrando los zapatos”. Y ojo que en tiempos del viejo Mark acababan de inventar la electricidad y los telégrafos.

No sobra recordar que casi todas las predicciones apocalípticas del pasado estaban equivocadas. La experiencia indica que lo nuevo se yuxtapone a lo viejo y coexisten durante bastante tiempo, no sin rifirrafes. Lo nuevo a veces termina ganando la partida, a veces no. Los libros electrónicos no pudieron con los empastados, pese a los miles de millones de dólares invertidos y al esfuerzo infame de Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo. Yo mismo tengo un Kindle que no enciendo nunca. Será porque temo que se parezca a HAL.

No sobra aclarar que vivo feliz, aunque un pelín saturado, en medio de la abundancia digital. Hay desde luego muchas más cosas disponibles de las que uno podría remotamente utilizar. No le hace. La educación no es información, es formación e implica aprender a seleccionar entre lo poco o lo mucho para al final sacar conclusiones válidas. Jodida que es la posmodernidad, la conclusión últimamente ha sido que un mitómano vulgar con peluquín puede ser presidente de la principal potencia mundial, que una isla como Inglaterra puede volverse de nuevo una ciudadela impenetrable y que la paz es innecesaria en un país que lleva medio siglo matándose. Bonita sabiduría.

andreshoyos@elmalpensante.com@andrewholes

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