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Ivan Krastev: «Los europeos tenemos que protegernos de Estados Unidos y China»

Es considerado uno de los pensadores más interesantes y originales de Europa. Filósofo y politólogo, investigador en el Instituto de Ciencias Humanas de Viena, acaba de publicar uno de los primeros análisis sobre las consecuencias políticas y sociales de la pandemia. Hablamos con él. Por Lothar Gorris / Foto: Daniel Novotny

 

Ivan Krastev, nacido en 1965, es un filósofo y politólogo búlgaro que investiga en el Instituto de Ciencias Humanas de Viena. Está considerado uno de los pensadores más originales de Europa. Tras sus libros Europa después de Europa y La luz que se apaga, sobre la confusión política y de ideales en el mundo occidental, publica ahora, pasado el cierre total en el continente, uno de los primeros análisis políticos sobre este estado de excepción que hemos vivido: ¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo (Editorial Debate).

XLSemanal. ¿Se preocupó mucho cuando estalló la pandemia?

Ivan Krastev. No, tardé algo en preocuparme de verdad. Un amigo que trabaja para el Wall Street Journal en Berlín me llamó a principios de marzo y me dijo que la cosa se iba a poner seria, que todo iba a cambiar. Lo primero que hice cuando le colgué fue hablar con mi hija, que estaba en España, y decirle que mejor se volviera a casa.

XL. ¿Y qué pensaba el filósofo de lo que estaba ocurriendo?

I.K. ¿Conoce esa situación en la que vas en un tren, hablando con tu vecino de asiento, y de repente el vagón entra en un túnel? ¿Y en ese instante te quedas callado? La oscuridad acaba con la conversación. Cuando empezó la pandemia, enseguida tuve claro, creo que como todo el mundo, que estaba pasando algo grande. La política está marcada por guerras y revoluciones. Y siempre queremos saber quién está detrás y con qué medios. Y, de repente, ocurre algo sin que haya un actor. Un virus no tiene motivos. Como no estoy muy versado en temas médicos, preferí no convertirme en virólogo amateur y leí muchos libros de historia; por ejemplo, sobre la gripe española, que se cobró más vidas que la Primera Guerra Mundial. ¿Sabía usted que se han escrito 80.000 libros sobre la Primera Guerra Mundial, pero solo 400 sobre la gripe española? Casi nos habíamos olvidado de ella. Aquello hizo que me preguntara si la COVID-19 permanecería en nuestra memoria.

XL. ¿Y…?

I.K. No tengo forma de saberlo, como es lógico, pero es interesante reflexionar sobre ello. La segunda pregunta que me hice fue: en el caso de que al final sí la recordemos, ¿cómo lo haremos, de qué nos acordaremos exactamente? Ya en los primeros momentos nos dijeron que si queríamos salvar a la humanidad teníamos que quedarnos en casa. Aquello venía a decir: aquí no hay heroísmo. Y también que la mayor expresión de solidaridad hacia los demás consistía en no tener contacto físico con ellos. Así que nos quedamos en casa sin hacer nada, al tiempo que nos convertíamos en personas totalmente individualistas.

XL. ¿Volveremos a la vieja normalidad?

I.K. Creo que ha cambiado algo. Hay una famosa novela de Saramago, Ensayo sobre la ceguera, en la que de repente aparece una enfermedad contagiosa que deja ciega a la gente. Las personas afectadas son llevadas a un sanatorio mental vacío, vigiladas por soldados que tienen miedo de contagiarse; es una especie de campo de concentración. La epidemia termina tan rápido como empezó. Uno de los personajes dice algo así como: «Somos ciegos que ven, somos ciegos que viendo no ven». Las epidemias no transforman la sociedad, pero nos permiten ver la verdad de nuestra sociedad. Vemos lo que antes no podíamos ver.

XL. ¿Y qué era lo que antes no veíamos?

I.K. Las últimas crisis cambiaron el mundo de una forma sustancial, pero nosotros seguíamos viendo las cosas como si todo siguiera igual. No fuimos capaces de diagnosticar las enfermedades que ya presentaba el sistema. La crisis actual la hemos visto como una mera continuación de las anteriores. Pero no me convence.

XL. ¿Por qué esta es distinta? Ponga un ejemplo.

I.K. En la crisis financiera, los alemanes les dijeron a los griegos: «Endeudaos tanto fue decisión vuestra, ahora tenéis que responder por esa decisión». Curiosamente, aquella vez el debate estuvo dominado por la idea de la solidaridad, pero sin que al final hubiera un reparto verdadero de las cargas. Esta vez, en los países de la Unión Europea, los intereses nacionales están en primer plano y, sin embargo, se ha aprobado un enorme paquete de ayudas económicas.

XL. ¿El cierre de las fronteras significa la vuelta a los estados nacionales?

I.K. Es otra forma de nacionalismo. Durante la crisis de los refugiados se trataba de un nacionalismo étnico, basado en el origen de las personas. Esta vez es un nacionalismo territorial, derivado del intento de proteger a la población dentro de las fronteras del Estado. Y yo no creo que eso sea algo terrible. Cuando el Gobierno de Portugal anunció el cierre del país, dijo: «Todas las personas que viven aquí serán consideradas ciudadanos de este país y tratadas como tales». Extranjeros pasaron a ser aquellos que vivían fuera y que querían volver a su país de origen y no eran bien vistos por miedo a que trajeran el virus. La residencia ahora es más importante que el pasaporte.

XL. ¿Cómo cambiará su vida académica?

I.K. El mundo de la universidad no verá un retorno a la vieja normalidad. Habrá una reducción del número de estudiantes extranjeros. Las universidades se renacionalizarán. Y ya están sufriendo graves dificultades financieras. En el futuro viajaremos menos.

“Las videoconferencias no sustituyen a los viajes. Faltan las pausas para el café, que son fundamentales: permiten contagiar ideas”

XL. Todo será on-line

I.K. Las videoconferencias por Zoom no pueden sustituir a los viajes, falta en ellas algo esencial: las pausas para el café.

XL. Las conversaciones informales…

I.K. Son lo más importante con diferencia. Se pierde la intensidad de los encuentros intelectuales. Las ideas son como virus que contagian al interlocutor. On-line no hay contagio.

XL. ¿La era de la globalización ha llegado a su fin?

I.K. En realidad, la pandemia debería ser un motor de la globalización. Hay un interés común, global, en vencerla. ¿Y qué es lo que ocurre? Que el mundo es incapaz de encontrar una respuesta común. Los dos países más poderosos, Estados Unidos y China, profundizan el conflicto que los separa. En la era de las cadenas de suministro globales, la interdependencia parecía una fuente de seguridad: las economías nacionales se necesitaban las unas a las otras. Pero ahora esas cadenas de suministro han quedado interrumpidas. A cambio, se ha extendido la idea de que los países ya no son parte de esas cadenas, sino elementos que fabrican y almacenan los productos de forma independiente para dejar de estar supeditados a otros países, como ocurre, por ejemplo, con los envíos de material médico procedentes de China. En estos momentos, a la dependencia se la ve como una fuente de inseguridad.

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El ‘virus Bolsonaro’. Acusado de promover el contagio, el líder brasileño desprecia la amenaza. «Una gripecita de nada», dijo. También que usar «mascarilla es cosa de maricas». Él mismo se contagió hace unas semanas.

 

XL. Situación de la que en principio deberían beneficiarse los regímenes autocráticos y nacionalistas…

I.K. Eso es lo que dice el sentido común. Pero ¿es cierto? No. Les gustan las crisis, pero no esta.

XL. ¿Por qué no?

I.K. Porque los líderes autoritarios prefieren crear ellos mismos o, al menos, elegir las crisis. Solo quieren actuar en los escenarios que ellos han escogido. El constitucionalista Carl Schmitt acuñó una bella metáfora sobre este fenómeno: el dictador intenta ser Dios, pero Dios no resuelve los problemas que otros han creado. Desde el momento en el que estalló la crisis, estos líderes ya estaban obligados a comportarse de otra manera. Por eso, no es raro que al principio Bolsonaro o Lukashenko dijeran: la COVID-19 no existe. El propio Trump también tuvo que admitir que la situación era grave.

“Esta crisis no les gusta a los líderes autoritarios. Ellos prefieren crear sus propias crisis, actuar sobre escenarios que hayan elegido”

XL. ¿Qué es lo que más temen los autócratas?

I.K. Que los comparen con otros. Esta crisis ha permitido a los estados adoptar medidas excepcionales, pero al mismo tiempo también ha permitido a todos los ciudadanos comparar y ver qué gobiernos están actuando mejor. Lo que este virus le ha contagiado al mundo es sobre todo una inseguridad total. No conocemos la verdadera naturaleza del virus. No sabemos lo que debemos hacer. No sabemos cuánto tiempo tenemos.

 

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El 11 de julio, Trump apareció en público con mascarilla por primera vez. A cuatro meses de las elecciones, el avance del virus en Estados Unidos es la principal amenaza a su reelección.

 

XL. Confinamiento, cierre de fronteras… Las personas que tienen que soportar condiciones excepcionales necesitan saber que lo que están haciendo es lo correcto.

I.K. Las crisis de este tipo siempre dibujan escenarios de conformidad. Pero todos hemos visto en nuestro entorno que, a partir de un momento dado, el confinamiento empieza a dividir a la gente de una forma muy emocional. Por ejemplo, una cuestión clave a la hora de diferenciar actitudes ha sido si los padres vivían o no. O también lo viejo que era uno. Las personas que tienen entre 55 y 65 años, en realidad, se sienten como si siguieran teniendo 40, y de repente les dicen: sois vulnerables. Quien se sabe vulnerable a veces echa en falta un poco más de respeto y consideración, sobre todo por parte de los jóvenes. En ese sentido, la pandemia está resultando ser justo lo contrario de la crisis climática, en la que los jóvenes decían: «Los viejos habéis vivido de una forma que ha puesto en riesgo nuestro futuro». Ahora, los viejos dicen: «Los jóvenes nos ponéis en riesgo porque a lo mejor nos toca pagar vuestras decisiones con nuestra vida».

XL. En su último libro afirma que, a pesar de la renacionalización de la política, en todos los lugares del mundo se ha hablado de lo mismo: del coronavirus. Es como si hubiesen desaparecido las diferencias entre los distintos países.

I.K. Vaya paradoja, ¿verdad? El cierre de las fronteras y el aislamiento nos han vuelto cosmopolitas. En todas partes, la gente habla de lo mismo, comparte los mismos miedos. Sentarse por la noche delante del ordenador y compararse con los demás es lo más parecido a un mundo sin fronteras. Aunque en Bulgaria no había tantos contagios como en España o Italia, se hablaba y reflexionaba sobre la COVID-19 todo el tiempo.

“El sueño americano ha muerto. No pueden vivirlo ni los pobres ni los negros ni buena parte de la clase media. Es un estado fallido”

XL. ¿Los disturbios en Estados Unidos están relacionados con la pandemia? La proporción de pobres y personas de color entre los fallecidos por coronavirus es bastante alta.

I.K. En el caso de Estados Unidos, la crisis solo saca lo que ya estaba ahí. Cuando le dices a la gente que se quede en casa, das por hecho que tienen una casa, algo que no siempre es así. No hay país del mundo que dedique un porcentaje tan alto de su PIB a la sanidad. ¿Y cómo es posible que el país más rico de la Tierra no sea capaz de garantizársela a todas las personas? Un periodista norteamericano ha escrito recientemente: aceptémoslo, somos un Estado fallido. Este reconocimiento es abrumador. Va más allá de la idea de que se ha elegido al presidente equivocado o de que la pena de muerte no está bien. El sueño americano ha muerto. Los pobres y los negros no tienen la oportunidad de vivir ese sueño, pero tampoco la tiene buena parte de la clase media. En las protestas de los años setenta, siempre se veían banderas estadounidenses. Existía la idea de que América tenía que volver a ser América. Se desafiaba al sistema para salvar al sistema. Eso ya no existe.

Ivan Krastev: "Los europeos tenemos que protegernos de Estados Unidos y China"

El líder bielorruso, Alexander Lukashenko, también despreció al virus. Ha rechazado tomar medidas, sugiere vodka y sauna para luchar contra él y dice que el hockey sobre hielo protege.

 

 

XL. ¿El país se recuperará después de las elecciones?

I.K. Esa esperanza carece de fundamento. Ya no volveremos a donde estuvimos. Ya no podemos seguir viendo a América como la vimos durante tanto tiempo. Y eso lo dice un hijo del 89, heredero de la caída del Muro de Berlín, nacido en la Europa del Este, representante de una generación americanizada como ninguna otra.

XL. ¿Dónde queda entonces ese espíritu del 89 que vino de Europa del Este?

I.K. Es otra de las cosas que ya se veían antes de la pandemia: Europa está muy sola en este mundo. Lo que la crisis ha cambiado es que, a pesar de que la gente vuelve a creer con más fuerza en la nación y en la idea de seguridad, quiere más cooperación europea. No la quiere porque desconfíe de su propio Estado, sino porque es la única forma de que su Estado siga siendo relevante. No es tanto un federalismo europeo como un proteccionismo europeo.

XL. ¿A qué se refiere exactamente?

I.K. A que tenemos que protegernos de Estados Unidos y China. Lo que no quiere decir que Europa deba regresar al nacionalismo del siglo XIX. Para los europeos, la UE es el único refugio posible mientras Estados Unidos está en decadencia y China practica una política cada vez más agresiva. Somos una comunidad de destino. Todas las sociedades humanas tienen algo así como un instinto de supervivencia, y ese instinto nos está diciendo: solo sobreviviremos como Europa, no como naciones aisladas. Hasta ese punto ha sincronizado a Europa el coronavirus. Los europeos nos hemos dado cuenta de que estamos muy solos en el mundo.

 

 

 

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