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Juan Manuel de Prada: Libertad de expresión

 

 

En qué se está quedando la libertad de expresión dentro y fuera de  Internet? | Periodistas en Español

 

Las ideologías modernas, como están fundamentadas en conceptos por completo erróneos, convierten nuestra vida intelectual y moral en un completo despropósito, pues la obligan a guiarse por las distorsiones cognitivas más graves y delirantes. Para ilustrar este aserto, quisiera referirme a un debate completamente desquiciado que se suscitó recientemente, en torno a una reforma del reglamento del Congreso que impide el acceso al antro a ciertos reporteros muy combativos que hacen preguntas incómodas. En el ámbito progresista, donde tales reporteros levantan sarpullidos, tal reforma fue en general aplaudida con fervor democrático; pero hubo algunas voces disidentes que se atrevieron a señalar que, si bien lo que tales reporteros preguntaban a los diputados era improcedente, debía defenderse su libertad de expresión, pues en el futuro esa reforma del reglamento del Congreso podría aplicarse también a reporteros progresistas. De inmediato, muchos comentaristas conservadores y liberales echaron su cuarto a espadas en el debate, sumándose ancilarmente a la tesis del progresismo disidente.

 

Tiene que ser responsable y guiada por la razón en su búsqueda de la verdad

 

Tanto los progresistas disidentes como los conservadores y liberales que han defendido la ‘libertad de expresión’ de estos reporteros lo han hecho desde la convicción –tan engreída como condescendiente– de que son una chusma con la que no desean mezclarse, porque defienden posturas ideológicas que se les antojan abyectas. Pero, aun considerando que estos reporteros desbarran, defienden que puedan seguir ejerciendo su trabajo, para que el día de mañana no les ocurra a ellos lo mismo, si la mayoría parlamentaria cambia de signo (o sin cambiar siquiera, pues siempre el autoritarismo se envalentona cuando nadie le para los pies, y expande sus ansias represivas). Sin embargo, al considerar que sus opiniones pueden correr la misma suerte que las opiniones de estos reporteros, están implícitamente reconociendo que son opiniones de la misma naturaleza. Y puesto que consideran que las opiniones de esos reporteros son abyectas, están reconociendo que las suyas también lo son. A nadie que ofrece en el mercado viandas sanas y frescas le parecería bien que otros puedan ofrecer, en libre competencia, viandas podridas o envenenadas. Sólo a quien ofrece viandas podridas o envenenadas le conviene que haya otros que vendan idénticas bazofias, para que las suyas pasen inadvertidas.

En cuanto a los progresistas más autoritarios que aplauden que estos reporteros no puedan trabajar en el Congreso… ¿Lo hacen porque quieren impedir que las viandas podridas o envenenadas lleguen al mercado o más bien porque quieren tener el monopolio de la venta de viandas podridas y envenenadas, evitándose cualquier competencia? O todavía peor, puede que hayan detectado que esos reporteros, cuando formulan preguntas incómodas a los diputados, están haciendo aflorar verdades mucho más incómodas que conviene mantener ocultas; y por eso no les basta con desprestigiar y estigmatizar a esos reporteros, sino que desean también silenciarlos.

Todo este debate se vuelve todavía más desquiciado si advertimos que, para todas las ideologías modernas, la llamada ‘libertad de expresión’ es un derecho humano inalienable, recogido en todas esas Cartas o Declaraciones que hacen llorar de emoción a sus adeptos. Es decir, para progresistas, liberales y conservadores la ‘libertad de expresión’ se funda en la propia naturaleza humana; o bien en la autodeterminación del individuo, que puede hacer uso de ella sin restricciones ni interferencias externas, siempre que no afecte a la ‘libertad de expresión’ de los demás. Pero ¿qué mierda de derecho humano es ese que puede ser limitado, restringido o incluso vedado a determinadas personas mediante un reglamento de chichinabo?

Los seres humanos tenemos derecho, ciertamente, a expresarnos libremente. Pero esa libertad tiene que ser responsable y guiada por la razón en su búsqueda de la verdad. Pues el fin de una auténtica libertad de expresión no consiste en permitir un zurriburri de opiniones diversas, todas ellas mentirosas, o al menos la mayor parte (para que la voz de la verdad quede sepultada entre el griterío); el fin de una auténtica libertad de expresión consiste en captar la esencia de las cosas, su verdad escamoteada o recóndita. En realidad, la ‘libertad de expresión’ es tan sólo el mecanismo que las ideologías modernas idearon para acallar la verdad; y cuando no pueden hacerlo completamente, idean reglamentos que niegan la posibilidad de expresarse a quienes pueden llegar a alumbrarla.

 

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