En una de sus obras, Gabriel García Márquez afirma que va a poder contar cómo ocurrió un acontecimiento porque llegó antes que los historiadores. Con esa fina frase, el genial escritor colombiano apuntó a los falsificadores de la historia que radica en el oficio de historiador. Habiendo sido un reconocido partidario de la izquierda, García Márquez debe haber tenido muy buenas razones para poner esa ironía en letras de molde puesto que no existen mejores falsificadores de la historia que los políticos de izquierda.
Vale la pena recordar al inicio de 2023, en que podemos garantizar que la izquierda chilena va a esforzarse en culminar la falsificación de la historia que sustenta en relación al año 1973, con la caída de Allende y la instauración del régimen militar. Y como yo, antes de esos aquelarres que lloverán sobre Chile, puedo contar la historia verdadera porque llegué antes que ellos a lo que realmente ocurrió, deseo prestarles a mis conciudadanos el servicio de subrayarles ciertas cosas en que la falsificación de la historia ha sido ya extrema.
No es cierto que el programa de gobierno de Salvador Allende haya sido un serio intento de instaurar el paraíso socialista por la vía democrática. Como él mismo lo declaró en más de una oportunidad, el preludio democrático era solo el mínimo necesario para provocar una correlación de fuerzas que permitiera pasar a la etapa revolucionaria y violenta con cierto grado de seguridad. No solo lo dijo, sino que se preparó para ello importando guerrilleros cubanos, acumulando armas, entrenando fuerzas de choque y controlando casi todo lo relevante del sistema productivo del país. El camino al socialismo “con empanadas y vino tinto” nunca pasó de ser una frase eufónica para consumo de bobalicones.
No es cierto que el movimiento militar de septiembre de ese año haya sido inducido por un oscuro complot fraguado entre Estados Unidos y Brasil, como tantas veces ha afirmado la izquierda. El golpe militar se produjo porque llegó un momento en que la seguridad nacional estaba muy seriamente amagada y se precipitó a pesar de las reticencias militares y sólo cuando se convencieron los uniformados de que era lo único que se podía hacer para salvar a Chile de una Guerra Civil.
No es cierto que el movimiento militar haya truncado un proceso que estaba a punto de convertir a Chile en un paraíso. La realidad era que el país estaba quebrado cuando asumió el nuevo gobierno militar y no puede haber mejor testigo de eso que yo, puesto que me correspondió la durísima tarea de subsanar una situación económica tan apremiante como para que no hubiera pan a pocos días de distancia. Y, a la ruina económica, se sumaba un desorden social y político de tal envergadura que ya era imposible sustentar un régimen democrático a lo menos por un tiempo.
No es cierto que Salvador Allende fuera un gran estadista o siquiera un gran político. Era un ser humano excepcional por muchos conceptos, pero no por aquellos. Sin embargo, se diferencia de los políticos de izquierda del montón por su inflexible consecuencia. Nunca abdicó de sus propósitos políticos ni de sus lealtades y, por eso, supo morir como un héroe y, como el Cid Campeador, conquistó la inmortalidad después de muerto.
Es especialmente infame la mentira de que el golpe de Estado se precipitó porque él estaba a punto de transar su programa. Eso no es otra cosa que negarle su pasaporte a la inmortalidad para salvarle la cara a los cobardes políticos de izquierda que en los días que siguieron al 11 de septiembre lo único que hicieron fue llenar los espacios debajo de sus camas.
No es cierto que Allende cayera porque la CIA repartió unos cuantos dólares en Chile para comprar voluntades. La verdad es que fue la gran mayoría nacional la que a fines de 1972 demostró en las calles que Chile había dicho “basta”.
Todo lo demás fue una larga e inútil agonía en que el Gobierno tuvo todas las oportunidades del tiempo y del mundo para rectificar rumbos, como ahora hace Boric, y eso habría ocurrido de no ser por la consecuencia que el Presidente Allende tuvo con su programa de siempre.
Lo que sí es cierto es que la izquierda, y particularmente la extrema izquierda y el PC, no pueden permitir que el pueblo chileno recapacite sobre la verdad de lo ocurrido, porque ello sería certificar su rotundo fracaso como factor de gobierno.
Para ese segmento político, es intolerable aceptar que fue el pueblo chileno el que los desbancó en 1973 y, por tanto, es necesario falsificar la historia en la forma que lo han hecho y que intentarán sellar indeleblemente con el aquelarre que preparan para este año que recién empieza.
La otra verdad inaceptable para ellos es que debemos reconocer que, si bien el gobierno militar se hizo inexcusable por las violaciones a los derechos humanos y por su transformación en una dictadura personal de Pinochet con ambición de eternidad, hizo muchas cosas loables y necesarias en su tiempo, echando las bases ineludibles de un país próspero y donde la democracia volvió a ser factible. Le guste o no a la extrema izquierda, el gobierno militar fue la base de un nuevo Chile, moderno, ágil y consecuentemente próspero.
Con estos breves párrafos he pretendido mostrarle a mis compatriotas más jóvenes la verdad de lo que ocurrió en 1973. Lo puedo hacer porque llegué antes que los falsificadores de la historia invadieran la escena y la prepararan para la película que siguen vendiendo.
*Orlando Sáenz es empresario.