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La ira populista de Joker

[Alerta de spoilers]

 «El mundo será de los pueblos si los pueblos decidimos enardecernos en el fuego sagrado del fanatismo».
Eva Perón

 

A partir de Nietzsche, se ha glorificado la figura de Dioniso, dios griego de la vendimia, y también de la embriaguez, tanto de la ebriedad en sentido literal, es decir, de la intoxicación producto de los efectos del alcohol en el torrente sanguíneo, como en sentido metafórico, donde la locura suprime las inhibiciones de la mente. Las seguidoras de Dioniso, las Ménades, entran en un éxtasis furioso sediento de sangre. El antropólogo René Girard describe el violento comportamiento de los devotos dionisiacos:

“Los agresores se precipitan como un solo hombre sobre su víctima. La histeria colectiva es tal que los agresores se comportan, literalmente, como animales de presa. Destrozan a su víctima, la despedazan con las manos, las uñas, los dientes, como si la cólera o el miedo multiplicara por diez su fuerza física. A veces incluso devoran el cadáver.” (Veo a Satán caer como el relámpago).

Dicho comportamiento lo encontramos magistralmente representado en la tragedia de Eurípides, Las Bacantes. Allí Dionisio aparece como el dios nuevo que castiga al rey de Tebas, Penteo, su primo, quien se niega a reconocer su carácter divino, conduciéndolo a una emboscada, para que sus seguidoras, entre ellas su propia madre, lo descuarticen.

Estos elementos de furor violento parecen indispensables para la lectura de la película Guasón, la última creación de Todd Philips, director de la trilogía de comedias sobre la resaca. El argumento nos cuenta la vida de Arthur Fleck, interpretado genialmente por Joaquín Phoenix, un candidato a comediante que vive con su anciana madre, acosado por la pobreza y la frustración.

Arthur es la cumbre del fracaso, el cual ha encarnado en su cuerpo desnutrido. Trabaja como payaso en una empresa de ínfima categoría donde no es respetado por nadie. Además, como explica una tarjeta laminada que Arthur lleva consigo, sufre de una patología neurológica que le obliga a explotar en risa compulsiva. Ni siquiera vislumbra la sorpresa que le depara el destino.

El nuevo nacimiento

El punto de inflexión en la frágil psicología de Arthur se produce cuando descubre que no sabe quiénes son sus padres biológicos; que el amante de su madre adoptiva abusó de él sexualmente durante años, y que ella no hizo nada para impedirlo. Aquí comienzan sus homicidios.

Después se prepara para su iniciación definitiva. Asiste al programa del famoso animador de televisión, Murray Franklin (Robert de Niro), quien se burla de su desdichada carrera de comediante. Ya con su nuevo traje y maquillaje, le dice al animador:

“¿Qué te parece un último chiste, Murray? ¿Qué ocurre cuando te cruzas con un solitario enfermo mental al que el sistema ha abandonado y le tratas como si fuera basura? Lo que pasa es que obtienes lo que te mereces”.

Entonces, Arthur dispara a Murray en la cabeza ante las cámaras de televisión nacional. Seguidamente lo arrestan, pero la transmisión ha despertado las más bajas pasiones de la ciudad: manifestaciones violentas y vandalismo. Esa no es la culminación de la iniciación, sino un par de hechos inesperados que vienen  a continuación.

Cuando la policía lleva a Arthur a la comisaria, la patrulla donde lo transportan es  impactada por un camión conducido por manifestantes con máscaras de payaso. Luego, Arthur es rescatado por sus simpatizantes. Metafóricamente, ha sido parido de nuevo.

La multitud lo coloca sobre la patrulla como el santo patrón de la ira. Arthur ha muerto definitivamente, y ahora ha sido glorificado como el Guasón. Esta macabra apoteosis, le confirma el nuevo sentido de su vida: danzar al ritmo del caos e interpretar una comedia sangrienta. Es el motivo por el cual delinea su risa siniestra con su propia sangre.

El furor existencialista 

El viaje del héroe, o mejor del antihéroe, del Guasón, ilustra la evolución del existencialismo desde la neurastenia hasta la exaltación. Al principio de la historia, Arthur es un depresivo para quien la vida no tiene sentido. Eso corresponde con la experiencia del absurdo de que nos habla el Camus de El hombre rebelde. El absurdo conduce al suicidio. Eso confirma que Arthur está al borde de quitarse la vida. Su existencia es una carga excesiva. Esta etapa de su desarrollo corresponde al del hombre del subsuelo de Dostoievski.

Arthur sufre una transformación. Abandona su antigua personalidad y se rebautiza con otro nombre: ‘Guasón’. Ha logrado salir del estado neurasténico al de exaltación de la rebeldía metafísica que tanto glorificaba Nietzsche. Ha logrado convertir su débil voluntad en una voluntad poderosa. Le ha permitido a las energías destructivas correr por su cuerpo. Ha pasado del suicidio al asesinato lógico, lo que quiere decir en el lenguaje de Camus, al genocidio. Ya no es el pusilánime hombre-rata de Dostoievski. Se ha transformado en el superhombre nietzscheano.

La ira populista 

Todd Philips nos hace compadecer a Arthur cuando, en el metro, unos ejecutivos, petimetres y abusivos, lo golpean sin razón, luego de molestar a una mujer. Por eso pareciera lógica la defensa propia. De esta forma, comprendemos su ira y nos convertimos en implícitos cómplices de sus actos. Después nos enteramos de que su ira no se reduce a su persona, sino que encuentra una caja de resonancia en un clima social convulso. Son tiempos de desesperación; vale decir, momentos de caos.

El genocidio solo es posible si se convierte la ira individual en pasión política. El libro de Peter Sloterdijk, Ira y tiempo, tiene dos grandes reflexiones históricas. Una sobre el catolicismo; la otra sobre el comunismo. El catolicismo sacó la ira del mundo y la proyectó en Dios, es decir, en la eternidad. El comunismo eliminó a Dios y trajo la ira de vuelta, es decir, la sacó de la eternidad y la hizo caer en la temporalidad. El mismo movimiento implicaba que el paraíso no estaría en el más allá, sino en este mundo.

Sloterdijk afirma la importancia de la ira en la historia humana. Muestra cómo esta, que era potestad divina, fue heredada por el hombre moderno. La muerte de Dios implicaba que ahora, la ira fuese una potestad humana. Esa ira fue representada por los diversos partidos revolucionarios mesiánicos en el siglo XIX y el XX. Al final, la franquicia quedó como exclusividad del comunismo. Sloterdijk afirma que hay bancos de ira, y que la Unión Soviética se convirtió en el mayor de ellos.

Con la caída de la Unión Soviética, entró en bancarrota el banco de la ira. Ahora se busca el sucesor. Algunos de los candidatos son los populismos, ya sea de izquierda o de derecha; otros, los movimientos antiglobalización. También se podría agregar el terrorismo islámico.

El personaje del Guasón representa muy bien la ira de los resentidos. El dolor que no logra transmutarse en amor por la humanidad, tal como sucede en la película Espartaco de Kubrick.

Amar el destino 

La película debería haber terminado con la risa pintada en sangre. El director le ha agregado un epílogo que no parece tener mucha lógica. Después de haber sido rescatado, el Guasón aparece internado en el tristemente célebre manicomio de Arkham.

Debemos desarrollar una hipótesis hermenéutica para comprender la coherencia de este epílogo. El final trata de responder a si el Guasón es o no responsable de sus actos. Si se le califica como loco, no tendría control sobre sus acciones. Su comportamiento estaría determinado por la mecánica de una disfunción psicológica.

Durante la presentación de la vida de Arthur, lo vimos como víctima de las circunstancias. El destino parece empujarlo a convertirse en asesino. Los primeros homicidios que comete son en defensa propia, mientras que los siguientes son vengativos. En ambos casos, el carácter es reactivo.

Si bien el destino lo ha empujado a cambiar de existencia, él ha decidido “amar el destino”, como dice Nietzsche. Esto significa dar un sí a la vida, aceptar el absurdo, y dejar de ser víctima de las circunstancias. Ha asumido libremente su fatum. Eso significa que el Guasón es consciente de sus acciones, y ahora, dueño de su propio poder.

Por eso, el colofón da lugar a una tercera forma de asesinato: el gratuito. Ahora el Guasón ha pasado a otro nivel. Ya no necesita vengarse. Ha accedido al homicidio como forma de humor, es decir, como expresión artística. El matar le brinda a su existencia su “rapto de sublime belleza”. Tal estado alterado de conciencia encuentra su manifestación en la serpenteante danza que acompaña cada ejecución.

Hay algo implícito que es necesario aclarar. En términos de Camus, podríamos decir que hay una transición de la rebeldía contra las injusticias humanas a una rebeldía contra la justicia de Dios. En otras palabras, el Guasón ha logrado encarnar el mal radical, pues ha aceptado libremente la locura divina, o demoniaca. La del Dioniso de Nietzsche.

 

 

 

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