La OEA ¿tiempo de apretar o tiempo de aflojar?
En los últimos días el ambiente político interno ha sido envenenado, todavía más, a causa de las embestidas represivas del régimen: capturas, embargos a medios de comunicación, asedios a hogares, amenazas, muertes misteriosas, acoso fiscal, con el remate del más reciente discurso de Ortega en el cual exhibió un auto-retrato de sus sentimientos, percepciones e intenciones.
La arremetida del régimen
En su discurso del 15 de septiembre, un día que debería ser de concordia nacional, confirmó que estaba en guerra, bramó como en “los tiempones” en contra del imperialismo, destiló odio en estado puro y realizó un dibujo pormenorizado de su perfil psicológico.
Arremetió en contra de la inmensa mayoría de los nicaragüenses que claman por libertad y justicia y les llamó vendepatrias: el mismo personaje que mantiene hipotecada por 100 años la soberanía nacional ante un oscuro especulador chino. También les denominó cobardes: el mismo personaje que cuando se atreve a salir de su guarida lo hace custodiado por un cerrado perímetro de varios círculos de policías y guardaespaldas, además de sembrar vigilantes, metro a metro, cada tramo de su recorrido.
Y no tuvo empacho en utilizar el calificativo de diabólicos: el mismo personaje que manda a profanar templos católicos, a incendiar la catedral de Managua y que realizó un acto público postrado ante un símbolo satánico. En su diatriba también señaló a los nicaragüenses que se cobijan en la bandera azul y blanco de criminales: la misma persona que está señalado de cometer delitos de lesa humanidad por los más connotados organismos de derechos humanos, entre otros, La Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Derechos Humanos, Amnistía Internacional, La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, El Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, además del MESENI y el GIEI.
El discurso bien podría titularse: Auto-retrato.
Pero también dejó aflorar lo que han sido y son sus verdaderas intenciones: Con el mayor desparpajo afirmó que convenios internacionales le impedían recetar pena de muerte a sus opositores y que por esa razón tenía que optar por cadena perpetua.
En la misma acera, los sirvientes del monarca en la Asamblea Nacional presentan un proyecto de ley que solamente tiene parangón en la Alemania de Hitler. Además de violentar casi todos los derechos y libertades consignados en la Constitución, encierra dos amenazas gravísimas: Autoriza a Ortega a inhibir de optar a cargos públicos, a su gusto y antojo, por vía administrativa, no solo a sus opositores, sino a cualquier ciudadano que desempeñe funciones legítimas. Y, lo más grave, levanta la funesta espada de las confiscaciones, sin forma ni figura de juicio, en contra de cualquier ciudadano.
En la otra acera, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció nuevas sanciones en contra del régimen.
Una alfombra roja para Ortega en tiempos recios
En este contexto, en el que los derechos humanos del pueblo nicaragüense demandan al menos una expresión de apoyo, resulta francamente inexplicable un proyecto de resolución presentado a consideración de la próxima Asamblea General de la OEA que despliega una alfombra roja a Ortega, para que continúe con sus desmanes. Dado que en el encabezado del proyecto no aparece ningún país promotor, como suele suceder cuando países o grupos de países presentan una propuesta de resolución, mientras no se diga lo contrario debemos suponer que el documento se origina en la oficina del Secretario General de la OEA.
El proyecto se concentra en el escenario electoral y encomienda a la Secretaría General que apoye negociaciones con Ortega sobre un conjunto de reformas electorales. Que conste, el listado de temas es pertinente. Sin embargo, el proyecto no dice nada más. Ortega bien puede ignorar la resolución, o hacer como que negocia algunos puntos, o asumir compromisos y no cumplirlos, es decir, lo que ha hecho hasta ahora, sin consecuencia alguna, al menos conforme el texto de la resolución.
Cuando de lo que se trata es precisamente de arreciar las presiones al régimen, alguien, o algunos, proponen aflojar la cuerda, con una floja resolución.
Un poco de historia
Hagamos un poco de historia para que no nos perdamos.
En el 2016 Luis Almagro suscribió un acuerdo con el gobierno, que le sirvió en bandeja a Ortega la legitimación de la farsa electoral de ese año, al menos por parte de la Secretaría General de la OEA. Ortega estiró las negociaciones hasta donde le sirvieron y después abandonó el proceso. Un año más tarde el dictador ahogaba en sangre las protestas de abril del 2018.
Cuando las protestas masivas a lo largo y ancho del país arrinconaron al dictador, convocó a un diálogo nacional, estiró, encogió, firmó acuerdos, ganó tiempo para organizar sus bandas paramilitares y sofocar a sangre y fuego las protestas. Cuando lo logró, pateó la mesa del diálogo. Dos y van cero.
En febrero del año pasado, cuando todo parecía indicar la inminencia de la caída del régimen de Maduro, Ortega corrió a buscar quién le pusiera la escalera para un nuevo diálogo. Prominentes empresarios le pusieron la escalera y se abrió una nueva mesa de negociación. De nuevo estiró, encogió, suscribió acuerdos y cuando sintió que la borrasca había pasado, volvió a patear la mesa. Tres y van cero.
Ahora plantean nuevas negociaciones, sin dientes ni garras.
Cabe recordar que, en la Asamblea General del año pasado, la resolución sobre Nicaragua mandó a constituir una Comisión de Alto Nivel para promover una salida pacífica a la crisis sociopolítica del país. Ortega ni siquiera los dejó entrar al país. La misma resolución mandaba a convocar a una Asamblea General extraordinaria para considerar la aplicación del artículo 20 de la Carta, esto es, separar a Ortega de la OEA, si se contaba con los votos necesarios.
El nuevo proyecto de resolución se olvida de la Carta Democrática, se olvidan los acuerdos que Ortega no cumplió, se olvida la Comisión de Alto Nivel, y no se plantea ningún curso de acción que no sea presentar a Ortega un menú del que puede escoger, o incluso rehusar en su totalidad, sin mayores consecuencias. Es una invitación a lo mismo: Ortega puede de nuevo estirar, encoger y patear la mesa cuando se le antoje, a sabiendas de que al final del tramo simplemente no pasa nada, al menos conforme el proyecto de resolución.
¿Cuatro y van cero? A la cuarta ni los bueyes, decimos en Nicaragua.
Lo único positivo de este proyecto es que ofrece a liderazgos y organizaciones opositoras un acicate para concertar un curso de acción tendiente a lograr que los gobiernos democráticos, que son mayoría en la OEA, adopten una resolución que contribuya efectivamente a promover la democracia en Nicaragua y que no sea una alfombra roja para el dictador.
Jamás debemos olvidar que para Ortega esto es una guerra y que cada mañana y cada noche se levanta y se acuesta con la funesta plegaria: “Podemos pagar cualquier precio, digan lo que digan, hagamos lo que tengamos que hacer, el precio más elevado sería perder el poder”. Ese es el padrenuestro de todos los días de Daniel Ortega. Olvidarlo es sencillamente mortal. En el sentido literal del término.