Las cabalgatas de Franco
Para el conjunto de historiadores y politólogos que han estudiado el proceso de construcción nacional en España, el franquismo es un periodo prolífico. José Álvarez Junco, experto en la materia, ha definido el régimen salido de la guerra civil como ‘’el plan nacionalizador más intenso con el que nadie hubiera soñado nunca’’ (Álvarez Junco, 2016: 187). Ritos, conmemoraciones, cine, símbolos y escuela. La dictadura explotó todos los campos posibles con el fin imponer en las masas su idea de España: un país designado por Dios como el depositario y verdadero portador de la fe de Cristo. Bien es cierto que la coalición vencedora no fue nunca homogénea. Conocida es la tensión entre las corrientes católicas y tradicionalistas por un lado, y el falangismo joseantoniano por otro. Ambos bloques compitieron por unas cuotas de poder que les garantizaran la implantación de sus proyectos ideológicos, con Franco convertido en un árbitro que media entre partes irreconciliables.
Llegó hasta tal punto el esfuerzo nacionalizador del Régimen, que las cabalgatas, ritos que recuerdan la adoración de los Reyes al recién nacido Jesús, acabaron siendo actos de propaganda dirigidos curiosamente por Falange, donde el pueblo y los niños, además de mostrar su felicidad y alegría por la llegada de los Magos, hacen pública su adhesión a los valores patrióticos.
En su edición del 6 de enero de 1937, ABC de Sevilla cubrió la información de la cabalgata que se desarrolló en la capital hispalense. Lo primero que llama la atención es el papel que asume el partido único en la organización del evento. Es la Falange quien tiene la tarea de llevar a cabo los preparativos y la ejecución del acto: ‘’Falange se cuidó de mantener el orden de la carrera’’, dice el corresponsal del diario conservador. Llama la atención porque tratándose de la Epifanía del Señor, parece más coherente que fueran los sectores católicos quienes ejercieran el rol de protagonistas en la organización de la cabalgata. Es, en definitiva, la exhibición de un conflicto entre dos familias que luchan por apropiarse de los espacios públicos (e institucionales).
La comitiva, colorida con carrozas, llegó al Asilo de San Fernando. El éxtasis, recogido por la noticia, se produce cuando ‘’en el momento de adorar los Reyes al niño Jesús, se interpretó la Marcha Real’’. Es un gesto simbólico más del nacionalcatolicismo, que nos recuerda que hay pueblo en la medida en que existe una comunidad que cree en la Palabra de Dios. El himno nacional retumba en la celebración mientras los Reyes agasajan al neonato Mesías. Las notas de la Granadera en el punto álgido de la cabalgata inciden en el ‘status’ de una España guardiana de los dogmas cristianos; un pueblo que desde tiempos inmemorables ha hecho de la Fe su razón de existencia. Previamente, la Banda Municipal de Sevilla había tocado el Cara al Sol. El Hospicio de San Juan se engalanó para la ocasión: un cartel de ¡Viva España! y los escudos de Falange estaban adheridos a las paredes del edificio. Ya en 1937, dos años antes de la entrada en Madrid, la simbología franquista decoraba las sedes de las instituciones políticas y sociales.
En 1938, el número del 6 de enero de ABC de Sevilla informó de la cabalgata que transcurría por las calles de A Coruña. El periodista resalta el reparto de regalos ‘’a los niños pobres de La Coruña por deseo del Generalísimo Franco, pues el Caudillo no quiere que éste año ningún pobre se quede sin juguete’’. No solo el evento es utilizado por las élites franquistas como espacio para la transmisión de valores políticos. También como ejercicio de legitimación a través de la retórica de la justicia social. La figura de Franco sale reforzada, como hombre que intercede con los Magos para asegurarse de que ningún niño sin recursos se quede sin alegría en un día tan entrañable. Porque en la España de los discursos de Franco no había divisiones, relucía una armonía donde las diferencias eran disueltas en favor del fin supremo que era la Patria.
La cabalgata sevillana de 1939 bien puede ser adjetivada como premonitoria. A tres meses del final de la guerra, la carrera incluye una carroza de la Ilusión, ‘’montando el caballo alado bellísima señorita, vestida de hada, representando la Victoria a que nos conducirá la templada espada del caudillo Franco’’. Aquí tenemos que subrayar, por un lado, la importancia que tiene la Victoria Final en el imaginario nacionalista y, por otro, la exaltación de Franco como líder militar indiscutible que guía al bando sublevado. En el primer caso, la victoria que se pretende no es exclusivamente militar. Es, sobre todo, moral. El franquismo tiene como uno de sus objetivos la liquidación de la herencia liberal del siglo XIX y el legado ‘’ateo y marxista’’ de la II República. Los valores democráticos y laicos de los periodos precedentes son sustituidos por los de extracción militar (y religiosa): espíritu de sacrificio, disciplina y obediencia. En el segundo caso, el dictador es elevado a la categoría de excelso militar una vez haga entrar en Madrid a las llamadas tropas nacionales.
Posiblemente, la portada de la edición nacional de ABC del 6 de enero de 1941 sea la que mejor ilustre el sentido que el franquismo le dio a la festividad de la Epifanía del Señor. Con niños abriendo sonrientes los regalos traídos desde el lejano Oriente, el titular reza así: ‘’Los Magos depositaron sus presentes para el niño rico y para el niño pobre, unidos en el amor a España’’. Como en aquella cabalgata coruñesa de 1938, tanto familias pudientes como humildes han recibido la generosidad de los Reyes. Porque no hay distinción de clases ni de riquezas. Lo que hay es un denominador común: un amor incondicional a la Nación que hace de elemento nivelador y cicatriza las posibles heridas abiertas.
La celebración que se desarrolla en Madrid incluía, además de la parafernalia tradicional (camellos, carrozas, carros, tirada de caramelos, farolillos…), un conjunto de ‘’uniformados del Frente de Juventudes que portaban banderas de Falange’’. Además, estuvieron presentes fuerzas de las legiones ‘’José Antonio’’ y ‘’Hermanos García Noblejas’’. En ese mismo día, el 5 de enero de 1941, el cronista de ABC da cuenta del acto organizado por la Casa de Socorro de Chamberí, que ‘’entregará trece mil pesetas a familiares de militares caídos por Dios y por la Patria’’. Este es un buen ejemplo de la política de memoria que el franquismo impulsó durante cuarenta años, y en la que solo se reconocía a una parte de España, quedando huérfana aquella derrotada en la contienda. No hubo ningún esfuerzo de la dictadura por generar dinámicas reconciliadoras. Los tributos a la victoria militar y a los caídos ‘’por Dios y por la Patria’’ fueron una constante. Álvarez Junco lo ha identificado como un obstáculo para la realización de los deseos nacionalizadores del Régimen, en tanto en cuanto ‘’en la nueva España solo cabía la gente de orden, católico-conservadora, identificada con lo castellano’’ (Álvarez Junco, 2016: 189).
En conclusión, las cabalgatas fuero espacios que los dirigentes de la dictadura no desaprovecharon para transmitir los valores del ‘’nuevo orden’’. También para ensalzar la figura de Franco, tanto en su vertiente militar como soldado de cualidades extraordinarias, como en su rol de Caudillo que garantiza que ningún niño, independientemente de su condición social, se quede sin la felicidad de abrir los regalos un 6 de enero.
ENRIQUE CLEMENTE YANES: Estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid y en mis ratos libres Derecho en la UNED. Interesado en la incidencia de las instituciones en el desempeño económico, la calidad de la democracia, la transparencia y el estudio de los partidos políticos. Entiendo la política como herramienta para promover espacios de libertad.