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Lawrence Ferlinghetti, el último Beat, cumple cien años

El poeta, fundador de la mítica librería City Lights en San Francisco, llega al siglo convertido en mito

Ahora Lawrence Ferlinghetti cumple 100 años. Los mitos o mueren jóvenes o se hacen eternos echándose décadas a la espalda. Ferlinghetti ha optado por esto último. Por eso, tal vez, no tiene solo una biografía, sino una constelación de biografías, legales e ilegales. Ha profesado el optimismo tanto como el desencanto, el sentido comunitario y la apología de lo individual, ha sido un huérfano desde que murió su padre y su madre se precipitó por el abismo de las crisis nerviosas y, sin embargo, supo conectar con los nuevos aires de la juventud de América en los años 50 y 60 y, desde luego, ser uno de sus guías en aquella nueva sensibilidad. En su novela «Little Boy», aparecida ahora como regalo de cumpleaños, está toda la infancia de Lawrence, el barrio, los amigos, los pequeños y grandes dramas que vive ese niño entre el entusiasmo del mundo y la iniquidad vital, Nueva York y Francia, adonde se trasladó con la rama materna de su familia.

Nueva juventud

 

En su biografía legal podemos decir que no faltan títulos universitarios, como un doctorado en la Soborna, o su participación en la Segunda Guerra Mundial donde formaría parte de las tropas en el desembarco aliado en Normandía.

Las marcas de la guerra le hicieron construirse, sin embargo, una biografía contestataria, una repulsa a todo lo que supusiera un sistema, un orden, una moral. Descubrió entonces que la poesía era la voz de una nueva juglaría, la de la épica de los orillados por la historia, de los marginados en las sociedades del capital. Anidó en la atalaya de San Francisco para convertirse en un mito de la nueva juventud a través de una pequeña librería de libros de segunda mano y de tapa blanda, la City Lights, pero cuando dio el salto y fundó con el mismo nombre la mítica editorial, toda la maquinaria beat se puso en marcha y conquistaron el mundo. A golpe de polémica, de escándalo y de recital limpiaron la escena poética norteamericana de señores con traje y corbata, poesía aseada y versos convencionales. Lo suyo era el furor y la sinrazón, la obscenidad, la pornografía, la oposición política, la marginalidad social, la marihuana y el alcohol.

Todo empieza cuando «Aullido», de Allan Ginsberg, es denunciado en 1956 precisamente por inmoralidad. La pequeña City Lights deja de ser una editorial en los márgenes y ellos unos bardos que escribían desde la periferia. El juicio los une y les da una publicidad con la que nunca habían soñado. Ellos, los cansados, los abatidos, los pasotas, los que estaban todo el día por ahí vagabundeando, eran también W. Burroughs, J. Kerouac o G. Corso y pasaron a ser los guías estéticos y éticos de esa juventud norteamericana que quería quitarse el polvo de la moral de sus padres y fundar una nueva moral. Que Ginsberg fue el motor de todo nadie lo duda. Había en él el abismo del poeta y la estrategia del comerciante, la tensión heredada de Walt Whitman y el publicista rendido a los redactores de cultura de los medios de comunicación.

Estados de conciencia

 

Ferlinghetti hace suya esa otra acepción de beat que tanto les gustaba, la de ser gente que se abría a nuevos estados de conciencia. Su poesía siempre describe una apertura, un intento de comunicación con lo que llamamos otredad. Cotidiana, alucinada, con imágenes poderosas, nunca deja de reflejar ese interés por el compromiso social, las irrealidades que pueblan la realidad, el desbordamiento sentimental y esa nueva religión con la que se ve el mundo cuando es contemplado desde el estupor y la maravilla.

Su libro más conocido sigue siendo «Un Coney Island» en la mente, editado entre nosotros por Hiperión, pero en realidad él siempre sintió la poesía como una sensibilidad viva, por eso sus poemas no mueren en el libro sino que son transformados, reescritos por él continuamente. Como tampoco dejó que la poesía quedara fosilizada en la palabra escrita de forma convencional, sino que la devolvió a la oralidad porque intuía que el poeta debía hacer sociedad con sus versos.

Hoy, cuando cumple 100 años, en San Francisco se ha declarado el Día Lawrence Ferlinghetti. No es una atracción turística, es la grandeza de un mito.

 

 

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