Los argentinos y la cultura de los «sobrevivientes»
Resuelto finalmente el escenario electoral, el foco del análisis se centra ahora en el escenario económico. Sin embargo, sería un error pensar únicamente en esa dimensión a la hora de dilucidar qué puede ocurrir en el futuro próximo. Todas las medidas que vayan a tomarse no se ejecutarán en la asepsia del laboratorio, sino que se asentarán en la complejidad de una trama humana que las procesará a su modo. Y como bien afirmó Peter Drucker, el padre de la gestión empresarial, «la cultura se come a la estrategia en el desayuno».
Por lo tanto, ya sea para la toma de decisiones políticas que afecten la economía cotidiana como para las de carácter empresario que pretendan modificar patrones de consumo resultará imprescindible considerar siempre a la hora de estimar sus resultados cómo opera esa cultura. Es decir, cómo funciona la cabeza de los argentinos.
El modo de pensar de ese gran colectivo social que podemos caracterizar como «el ser nacional» fue forjado por la «ciclo-crisis». El carácter de los argentinos es, en esencia, el de un eterno «sobreviviente». Por lo tanto, sus reglas son esas, las de quien antepone por sobre todas las cosas lo más básico y primitivo. Algo bastante lógico, por cierto, luego de haber vivido tantas instancias límite.
En un estudio reciente que hicimos en Consultora W y que presentamos en el último Coloquio de IDEA, a la hora de indagar el vínculo de los argentinos con la ley y pedirle a una muestra representativa de la población nacional que lo calificara de 1 a 10, el 46% le puso a la sociedad una nota de 4 puntos o menos y el 41%, 5 o 6 puntos. El promedio de la calificación general fue de 4,94. En cambio, a la hora de solicitarles a los entrevistados que se autocalificaran en su relación con el cumplimiento de la ley, el 70% se puso una nota de 8 puntos o más, y el promedio de la autocalificación fue de 7,86 puntos. «Ellos no cumplen, yo sí», sería la síntesis que expresa el pensamiento nacional.
Los estudios cualitativos que realizamos también lo confirman. Surgen reflexiones de los participantes como: «Para los argentinos, la ley es un listado de sugerencias», o: «Acá todo es charlable, todo se arregla».
¿Causa o consecuencia?
La lógica vincular entre los individuos y el sistema que los define y los contiene se acrecentó con los años y hoy resulta imposible dilucidar qué es causa y qué consecuencia. ¿Somos así porque las circunstancias nos obligaron o las circunstancias terminaron configurándose de ese modo porque nuestro modo de ser y actuar nos condujo a eso? A esta altura no lo podemos saber a ciencia cierta, y el debate es rico desde el punto de vista intelectual, pero poco operativo para la toma de decisiones de corto plazo.
Este hallazgo en una temática específica, como es la relación de los argentinos con las reglas de juego, puede extrapolarse a otros ámbitos. Si «no soy yo, son los demás», no hay motivos que ameriten el involucramiento personal porque el problema «está afuera», en «los otros». Por ende, de la solución tendrá que ocuparse «alguien». Mientras tanto, yo me estoy ocupando de cuidar lo poco o mucho que tengo.
La recurrencia de los procesos cíclicos de alzas y bajas nos transformó en una sociedad que vive permanentemente con la guardia alta. Que está siempre a la defensiva y que ante la primera señal de riesgo corre a buscar refugio.
Un colectivo que tiende, por motivos más que sobrados, a una conducta de impronta individualista casi instintiva. El «sálvese quien pueda» es un patrón de conducta arraigado que atraviesa múltiples campos, desde comprar dólares preventivamente para cuidar los ahorros hasta remarcar precios aun a costa de perder ventas cuando se presume que no hacerlo sería peor. Y no solo por «cobertura», sino porque se sabe que, del otro lado, también hay argentinos que bajo la misma matriz cultural, pero con intereses contrapuestos, tratarán de comprar antes de que lleguen los nuevos valores.
La velocidad y la capacidad de reacción son mandatos propios del manual del sobreviviente. Para los argentinos, hay pocas cosas peores que «llegar tarde». Ya sea al ciclo alcista -no ver el negocio del momento, no viajar cuando el dólar está barato, no disfrutar y pasarla bien cuando es momento de hacerlo- como al bajista -quedar atrapado con demasiado stock, no estar líquido, no protegerse a tiempo, no haber comprado dólares cuando se podía ni productos cuando convenía-. En definitiva, una sociedad en lucha permanente con el sistema.
La recurrencia de los procesos cíclicos de alzas y bajas nos transformó en una sociedad que vive permanentemente con la guardia alta. Que está siempre a la defensiva y que ante la primera señal de riesgo corre a buscar refugio
Si hay un cepo, se buscará cómo eludirlo; si hay controles, se estudiarán los modos de sortearlos; si hay nuevas leyes, se tratará de encontrarles las zonas grises; si hay descuentos, se esperará el momento justo para aprovecharlos sin caer en la tentación de llevar otras cosas; si se paga por una clave de acceso, se la compartirá para amortizar el costo entre varios; si hay una promoción para nuevos clientes, habrá que darse de baja del servicio y empezar de nuevo para tomar esa ventaja.
El 43% de la población piensa que «la viveza criolla es necesaria para vivir y sobrevivir en Argentina». No es poca cosa que -extrapolando los datos- casi 19 millones de personas confíen en una conducta que a la larga genera desconfianza. Conducta que el escritor argentino Marco Denevi definió de manera sutil: «La viveza es la habilidad mental para manejar un problema sin resolver el problema».
Impuestos y «vida digna»
Más de la mitad de la población confirma, además, algo que es una especie de saber popular propio de la argentinidad. El 52% cree que «en este país son tan altos los impuestos que si los pagás todos, no podés tener una vida digna».
Chris Colbert, fundador del Innovation Lab de Harvard, fue invitado al Coloquio de IDEA para hablar de innovación. Sorprendió al auditorio al disertar muy poco sobre tecnología y mucho sobre seres humanos. «Para mejorar un país, una empresa, una familia, ustedes deben empezar por entender el comportamiento humano. El 84% de la transformación digital falla, el 95% es plata tirada. En el mundo de hoy no ganan los más innovadores, ganan los que mejor entienden el comportamiento humano», sentenció.
Combinando las certezas que tenemos hoy sobre la manera de ser y actuar del argentino promedio y las incógnitas sobre la economía del año próximo, emergen tres características que podrían ayudar a configurar la toma de decisiones: prudencia, plasticidad y paciencia.
La prudencia es la cuarta virtud de la sabiduría griega. En La República, fue agregada por Platón a la tríada original de valentía, sensatez y justicia.
Se la definió como la virtud de actuar de forma justa, adecuada y con moderación. En la actualidad se entiende como «la precaución para evitar posibles daños». Ante la incertidumbre, cabeza fría.
La plasticidad es una característica imprescindible en un país que está mucho más cerca del rally que de la Fórmula 1. Terreno sinuoso, pozos por todas partes, curvas y contracurvas y la necesidad de leer bien el mapa yendo a alta velocidad. Temple y capacidad de reacción.
Y finalmente la paciencia, definida como la actitud que lleva al ser humano a poder soportar contratiempos y dificultades para conseguir algún bien. Se impone calmar la ansiedad y moderar las expectativas.
Es mucho más probable que la mejora de la economía sea progresiva y gradual, antes que un boom o un shock. El mundo crece más lento -se proyecta 2,7% para 2020- y está lleno de conflictos, muchos de ellos inéditos. Estados Unidos pasaría de crecer 2,9% en 2018 a hacerlo 1,6% en 2020. La Argentina, cuyo PBI se contraerá 2,8% este año, volvería a caer el año próximo 1,5% y recién crecería 1,9% en 2021.
Las 3 P, prudencia, plasticidad y paciencia, serán muy necesarias en el futuro próximo. La Argentina no es fácil. Para nadie.