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Los cubanos que se repatrían

dossier12516En los últimos años, la cifra de cubanos emigrados que deciden repatriarse ha aumentado. Las razones son muchas.

Aunque la emigración cubana no es un fenómeno que surge a partir de enero de 1959, los números demuestran que ha sido durante los últimos 56 años cuando los cubanos han sentido más necesidad de abandonar su tierra natal. Es por ello que las crisis migratorias, que han servido como pretexto a este trabajo, solo reflejan los momentos más críticos de la continua y sostenida emigración cubana que se produce a partir de ese año.

En abril de 1980, más de 11,000 cubanos penetraron en la embajada de Perú y, a finales de ese mismo mes, salieron unos 125,000 por el Puerto del Mariel. La otra gran crisis migratoria se produjo en 1994, cuando más de 30.000 ciudadanos abandonaron la Isla, entre ellos un número significativo en balsas artesanales, que internacionalmente son conocidos como balseros. Y, más recientemente, más de 3,000 cubanos estaban en Costa Rica, intentando llegar a Estados Unidos.

El gobierno cubano, una vez agotado el argumento de que quienes se marcharon fueron en primer lugar los esbirros y la elite afín a Fulgencio Batista, y más tarde los contrarrevolucionarios y la escoria —delincuentes que obligaron a una libertad sujeta a la condición de abandonar el país por el Mariel—, ha intentado hacer ver que toda esta emigración se produce por razones puramente económicas.

Tal afirmación implica simplificar un fenómeno tan complejo como la emigración, pero al mismo tiempo, negarla en lo absoluto sería incurrir en el mismo error. Si el sistema político de un país tiene profunda incidencia en la economía, es muy difícil separar lo económico de lo político en las motivaciones de una persona para emigrar.

Jesús Arboleya, autor cubano estudioso del fenómeno migratorio en Cuba, define el acto de emigrar como «una decisión compleja, traumática y multicausal, que refleja un determinado grado de insatisfacción de los individuos con su situación, con sus expectativas de vida y con un entorno socio-político determinado, en este encuadre es casi imposible discernir donde termina lo económico y empieza lo político, o incluso, lo psicológico».

Para decir adiós… cuatro relatos y un mismo destino

Bernardo, un cubano que, a diferencia de la mayoría de sus compatriotas, tenía un trabajo que le proporcionaba un buen salario, una moto y la posibilidad de viajar al extranjero periódicamente, tenía además una relación estable de varios años y un hijo tan suyo como si llevara su sangre, porque lo había criado. Nada de esto le impidió tomar la decisión de abandonar el país en 2004.

«Profesionalmente, sentía que había llegado a mi techo. Lo que me quedaba aquí era ocupar un cargo directivo, trabajar tras un buró, engordar la barriga. Quería probarme desde el punto de vista profesional y personal, ver lo que podía ser mi vida fuera de aquí», confiesa.

Bernardo viajó a Italia, para recibir un curso de superación, y no embarcó el avión de regreso a Cuba. En Barcelona lo esperaba un amigo, al que ya había puesto al tanto de su situación. Aún no estaba seguro de quedarse, pero enseguida apareció una oferta de trabajo y el salario lo ayudó a decidirse de una vez.

Alberto, un premiado chef de cocina y dueño de la panadería Salchipizza, en la calle Infanta del municipio Centro Habana, viajó a Italia en el año 2000 por una beca de estudios de alta cocina, y no regresó a Cuba:  «Aquí dejé un fogón de cuatro hornillas sin termostato, sin mesa de pan, sin área caliente. Allá me encuentro una escuela equipada con todo, posibilidad de trabajo y, lo más importante, el trato humano, la compensación de mi trabajo que fue automática. Pero olvídate de lo económico, adquirí además el doble de conocimiento».

Rafael, por su parte, salió de Cuba cuando comenzaba el presente siglo: «No podía ejercer mi profesión de comunicador de la manera adecuada. Para nadie es un secreto la tremenda censura que existe en el país, y mi visión no coincidía con la del Gobierno. Lógicamente, en un segundo plano está la cuestión económica. El sueldo de un profesional de la comunicación en este país es ridículo. Pero para afirmar que los cubanos emigran principalmente por razones económicas habría que tener estadísticas confiables. No me atrevería a decir que es la razón fundamental ni que es la política, sino que es una mezcla de ambas. Aunque lo económico es más importante para el común de las personas, lo político trasciende lo económico y el desenvolvimiento personal, porque en el país hay muchas trabas para todo: abrir un negocio, por ejemplo. No puedes montar una empresa importadora porque la Cámara de Comercio te lo impide, tienes que ser extranjero. No puedes crear una fundación para personas necesitadas porque eso solo pueden hacerlo determinadas personas muy ligadas al Gobierno».

De entre todos los entrevistados, Diana es quizás la que más identificada se sentía con el sistema. Fue miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y lo único que le impidió militar en las filas del Partido Comunista de Cuba (PCC) fue que «se planteaba la necesidad de mejorar la composición del Partido con obreros. Yo trabajaba en los medios audiovisuales, percibía un salario, pero no se me consideraba obrera. No es suposición, se me comunicó oficialmente».

Aunque abandonó el país en la década de los 90, sigue considerando que el sistema tiene cosas muy lindas, «sobre todo la teoría». Ante la pregunta de por qué emigra una persona identificada con el sistema, Diana relata su historia: «Éramos nueve en casa: mis padres, mi hermana, mis sobrinos, mi esposo, mis tres hijos y yo. Era la época en que los cubanos no podíamos hospedarnos en hoteles. Cuando no tienes la posibilidad de hacerlo, de todas formas, no piensas en eso, tu prioridad es comer. Pero yo trabajaba con extranjeros, cuando llegábamos a los hoteles, me decían que ellos podían quedarse y yo no. Los dólares eran ilegales; si quería tomarme un refresco, debía buscar al productor extranjero para que me lo comprara.»

Y agrega: «Yo era ciudadana norteamericana por mis padres y decidí irme a probar suerte en EEUU. Cuando te ibas, te decían que era definitivo; podías venir de visita, pero no vivir aquí nuevamente. Lo que era tuyo debías entregarlo. Tuve que entregar la bicicleta que me habían dado en el trabajo y mi esposo tuvo que entregar el carro. Esas cosas las pagamos, por supuesto. No fue mucho dinero, pero no nos lo devolvieron. En fin, me fui porque quería una vida mejor para mí y para mis hijos. Si hubiese tenido esa posibilidad aquí, me habría quedado. Aquí no era posible, no importa cuánto trabajara. Allá existe la opción de romperte el lomo trabajando para vivir bien».

Si asumimos la versión del Gobierno cubano de que la emigración en Cuba ha tenido un carácter principalmente económico, ¿cómo es posible que a estos emigrantes, durante décadas, se les haya dicho que no podían regresar y se les haya privado de sus derechos como ciudadanos nacidos en la Isla?

Paradójicamente, los cubanos que han abandonado el país han sido el sostén de sus familiares que permanecen en la Isla. Han contribuido, en gran medida, a sostener la enclenque economía cubana, mediante los gravámenes aplicados a las remesas que vienen de EEUU, y de los precios altísimos de los productos de primera necesidad que ofertan las tiendas recaudadoras de divisas (TRD) estatales.

Volver… ¿con la frente marchita?

En los últimos años la cifra de cubanos emigrados que deciden repatriarse, o sea recuperar su residencia en Cuba, ha aumentado. Las razones son muchas y varían de persona a persona.

Diana contó con muchas ventajas al irse: «Fui directo a Nueva York, donde tenía familia. Siempre hablé inglés, así que encontré trabajo rápido, con un salario aceptable y llegué a ganar bastante, aunque tenía que trabajar muchísimo. Me retiré y con el retiro me habría muerto de hambre en Nueva York. Tenía un buen salario, pero me fui de Cuba con 40 años».

El retiro con el que Diana se moriría de hambre en Nueva York, y con el que tampoco viviría a sus anchas en Miami, es algo así como 60 veces lo que percibe un jubilado en Cuba después de 25 o 30 años de trabajo. Para sobrevivir, los jubilados cubanos deben emplearse como mensajeros del gas, vender maní, jabitas. En fin, «inventar», una palabra bastante al uso en la Cuba de hoy.

Diana me cuenta que también hace trabajos de traducción, no para sobrevivir, sino para mantener un nivel de vida cercano al que se había acostumbrado en EEUU.

A Bernardo su salario le permitió viajar por toda España, visitar Francia, Portugal y aprender a navegar veleros, hacer el camino de Santiago en bicicleta con amigos. Pero cuatro años después de abandonar su país, decidió regresar: «Miré hacia el futuro y me vi siendo un simple currante, como ellos llaman a los esclavos del siglo XXI».

Describe la sociedad de consumo como «una en la que puedes obtener bienes materiales fácilmente, todo lo que quieras y pagarte vacaciones en cualquier país, siempre que estés dispuesto a matarte trabajando o a endeudarte».

Cuando se le pregunta a Rafael por qué motivos se repatría, rebate con la rapidez de un latigazo: «No me estoy repatriando. Cuando hablas de un repatriado es como decir que la persona fue deportada de otro país y debió repatriarse. Por otro lado, el término implica que uno va a residir definitivamente en el país, y no es así. De lo que se trata es de recuperar derechos que nunca debimos perder. Nací en Cuba. Ningún gobierno puede decirme que por estar dos años fuera del país perdí todos mis derechos como residente y como cubano.»

Y sigue: «Esa es una monstruosidad jurídica, típica de un régimen dictatorial. Tengo amistades peruanas, colombianas, chilenas, que pueden estar diez o 15 años fuera de sus países. Al regresar tienen su cédula, sus propiedades y todo esperándolos, nada les impide sacar un pasaporte nuevo. Con el cubano no sucede eso. Voy a recuperar mi residencia permanente, pero seguiré viajando. La nueva ley migratoria, de hecho, asume que tú no vas a vivir permanentemente en el país, porque dice que para conservar tu residencia solo debes entrar al país una vez cada dos años. O sea, puedes vivir en otro país y venir cada dos años. En otros países no se le puede quitar la ciudadanía a nadie, es ilegal, y su derecho a conservarla está garantizado en la Constitución.»

Bernardo agrega: «Pasé por este proceso, en primer lugar, para recuperar esos derechos que no me da la gana que nadie me quite. En segundo, tengo a mis padres muy mayores y enfermos aquí, y una propiedad que no quiero perder. Lamentablemente, por las leyes de este país, que casi siempre benefician al poder, si has perdido la residencia y no tienes un carné de identidad apto en el país, no puedes heredar una propiedad y la pierdes; se la entregan a quien ellos consideran. Pero además, tengo mis ideas políticas, abiertamente disidentes, quiero poder expresarlas en mi país, sin que un día me prohiban entrar. Con mi pasaporte y mi carné de identidad cubanos vigentes, tienen que dejarme.«

«Quiero aportar en la medida de mis posibilidades, para que Cuba se enrumbe algún día por el camino democrático, y quiero hacerlo abiertamente. Eso pasa por enseñar al ciudadano a pensar de manera política. En Cuba, hay mucha gente culta en cuanto a arte, pero hay una incultura política tremenda. La mayoría de la gente no sabe cómo funcionan los resortes del poder ni conocen la Constitución vigente, mucho menos la anterior, de 1940, que Fidel Castro prometió restaurar en dos ocasiones y no cumplió. Quiero colaborar con la sociedad civil, que no son, como dice el Gobierno cubano, los CDR (Comité de Defensa de la Revolución), o la FMC (Federación de Mujeres Cubanas)«.

Varios premios de cocina internacional, que incluyen una estrella Michelin, demuestran el éxito profesional de Alberto en Italia. Sin embargo, también tiene razones para repatriarse: «Eso es una estupidez. Prácticamente tengo que repatriarme para poner mi casa a mi nombre y coger las cosas de la bodega. ¿Cómo voy a perder mis derechos por haber estado determinado tiempo fuera de mi país, si nací aquí?».

El Gobierno se reserva el derecho de admisión

Anteriormente se ha referido a Alberto como dueño de la panadería Salchipizza, pero en papeles no es así, justamente porque no reside en Cuba. Ese detalle ya no le preocupa: «Todo el mundo sabe quién soy yo». Espera la aprobación de su solicitud para repatriarse y «aunque estamos en un país donde supuestamente hay libertad de expresión», está consciente de que sus palabras pueden ocasionar represalias, que finalmente nieguen su repatriación. Podría continuar entrando al país, pero estaría obligado a salir cada tres meses. Para él, a diferencia de muchos cubanos que intentan emigrar, resulta ahora mucho más fácil irse a Italia, que residir en Cuba.

Según el artículo 9.2 del Decreto Ley 302 del 11 de octubre de 2012 —publicado en la Gaceta Oficial del 16 de octubre de 2012— «se considera que un ciudadano cubano ha emigrado, cuando viaja al exterior por asuntos particulares y permanece de forma ininterrumpida por un término superior a los 24 meses sin la autorización correspondiente, así como cuando se domicilia en el exterior sin cumplir las regulaciones migratorias vigentes».

La nueva reforma migratoria —a través del Decreto Ley 302, del 14 enero de 2013—reitera lo mismo al decretar que los ciudadanos pierden la residencia en su país hasta pasados dos años.

Pero Alberto no solo siente incertidumbre por su solicitud de repatriación o el futuro de Salchipizza. Se pregunta qué va a suceder con «este sistema que sabemos que no funciona. Son 57 años y estamos viendo que no funciona».

«Tenía fe en los cambios que anunciaron, pero como ellos dijeron, es con calma, y veo todo igual. Tenía 24 ancianos que venían al negocio y yo les daba su pan; ahora son 48. No viven con la chequera. Hay una demencia y una mala educación social tremendas. Quienes vamos a cambiar esto somos nosotros, no es el tipo de afuera».

Rafael agrega que «históricamente, este Gobierno se ha reservado el derecho de admisión. Después de dos años pierdes la residencia y ellos determinan si te dejan o no volver a entrar. Por tanto, es mejor decir que uno se fue por razones económicas. De hecho, ellos han determinado que solo pueden invertir en Cuba los extranjeros, he ahí la primera discriminación, y en los negocios que les convengan. ¿A quiénes? A quienes están en el poder. Pero lo disfrazan de intereses colectivos».

De acuerdo a la última Ley Migratoria de 2013, el proceso de repatriación debe tardar tres meses. En la práctica, a algunos les toma más tiempo.

Para Rafael «fue un proceso largo y tenso que duró seis meses, no tres. Me mantenía llamando o yendo a la Oficina de Emigración y siempre me decían ‘te llamamos’. Les decía que ya habían pasado los tres meses y me respondían que el proceso podía tardar hasta seis porque a veces había que hacer otro tipo de verificaciones. En un caso como el mío, que he escrito algunas cosas y tengo ideas que no coinciden con el régimen, pensé que podía tratarse de algún tipo de represalia».

«Puede haber sido así», reconoce, «pero no te lo dicen. Este gobierno ha sido por tradición muy vengativo. Ellos se reservan el derecho de admisión. La nueva ley lo dice: aquellas personas cuyas inclinaciones puedan poner en peligro la seguridad del Estado, le van a negar la repatriación a pesar de haber nacido en Cuba».

Sin embargo, no es necesario que la persona haya cuestionado abiertamente al Gobierno para que el proceso de recuperar sus derechos de residencia, se demore. O para que las autoridades del país consideren que usted, una persona nacida en Cuba, no sea bienvenido en su país.

La cantidad que debe abonar un cubano que intente repatriarse es 100 CUC —más de 100 dólares—, además de 25 pesos en moneda nacional. Para un cubano residente en el país equivale al salario de entre cuatro y seis meses, pero alguien que viva aquí no necesita pasar por ese trámite. Quienes lo hacen residen en el extranjero, y por tanto 100 CUC no debe representarles una suma alta.

Sin embargo, Rafael plantea que algunos regresan a Cuba porque no les fue bien en el extranjero y traen una economía precaria: «He vivido en Miami; hay gente que no tiene más de los 100 dólares que hay que pagar. Aunque para mí no fue un problema, me parece una cantidad excesiva».

Por otra parte, Bernardo, que ahora puede comparar y dice ver cosas positivas en el socialismo, y que nunca se ha manifestado contra el régimen, quedarse en su país fue complicado, según sus propias palabras: «Cuando llegas te dicen que puedes quedarte tres meses aproximadamente, como si no pertenecieras aquí. Te dicen incluso que te pagan el pasaje, pero debes estar listo para viajar».

Compara esta situación a estar preso o en libertad condicional. Debía presentarse cada cierto tiempo en la estación de policía y le daban fecha para volar: «Simplemente no iba. Al día siguiente decía que no me había presentado en el aeropuerto y empezaba todo el proceso otra vez. Después de estar un mes en esa historia, dijeron que mi caso había sido analizado y habían decidido que podía vivir en el país».

La historia de Bernardo sucedió en 2008, antes de la reforma migratoria que entró en vigor en el 2013. Fue afortunado, a las autoridades solo les tomó un mes analizar su caso para, según el derecho que se reservan, admitirlo de regreso en su país.

Alberto, sin embargo, lleva seis meses esperando: «Una agonía; me la dan, no me la dan. Es como cuando la gente necesitaba la carta blanca para irse del país: me la darán, no me la darán«. Pero en su caso no solo ha tenido que esperar meses en agonía. Su inscripción de nacimiento se perdió, y tuvo que ir al hospital Maternidad de Línea donde nació.

«Estuve allí cuatro días, ayudando a esas personas que tienen una carga de trabajo muy grande, y la computadora no existe. Estuvimos buscando en un bulto de papeles. Me encontré entre los nacidos el mismo día que yo; con ese papel se buscó mi número de control, y con eso se me hizo un nuevo tomo y folio de la inscripción de nacimiento. Aquí parece que cuando uno está equis tiempo fuera del país, lo cancelan igual que te dan baja de la libreta. Ahora es que se están archivando las cosas en computadora, antes era papel y lápiz».

Diana fue la más afortunada de los cuatro. Le concedieron la repatriación a los tres meses, como establece la ley, pero solo lo supo a los seis meses: «Fue un proceso horroroso. De entrada, uno no debería tener que repatriarse. Yo nunca me despatrié; alguien decidió eso por mí. El hecho es que yo iba a Emigración para preguntar por mi solicitud, y la compañera que me atendía siempre me decía que aún no estaba. Al cabo de los meses, cuando por fin recibí los papeles, tenían la fecha de tres meses antes. O sea, me la habían concedido en tiempo. No sé por qué esa compañera no me lo dijo».

Diana considera además que la repatriación tendrá que desaparecer en algún momento, y que limitar el tiempo que un cubano puede permanecer fuera de la Isla es ridículo: «¿Quién puede decir que no puedes vivir en el país donde naciste? De todas formas, sé que la Ley Migratoria beneficia a mucha gente, y me alegro. En otros países, si eres residente, no ciudadano, pierdes la residencia al cabo de un tiempo por permanecer fuera, ¿pero en tu país?»

¿Quiénes sostienen la sociedad civil?

Para Rafael, quienes financian los servicios de salud y educación gratuitas en la Isla son «los cubanos que viven en el exterior con el envío de remesas, y los que trabajan aquí por una paga miserable. La salud y la educación están al alcance de todos, es cierto. Pero la calidad es pésima. Hace poco debí ingresar a un familiar, y tuvimos que llevar cubos, sábanas, detergente, jabones, papel sanitario, toallas. No hay nada».

El simple hecho de que los cubanos que deciden regresar lo hagan con dinero suficiente para montar negocios, comprarse un apartamento, un carro, o vivir decorosamente con su jubilación, puede significar que el Gobierno tiene razón al afirmar que la emigración cubana es económica.

Pero también puede significar que quienes se marcharon tomaron la decisión correcta: ellos prosperaron, mientras que quienes se quedaron aquí, no importa el motivo, sobreviven en medio de penurias.

Los cubanos repatriados recuperan el derecho a residir en la tierra donde nacieron, y recobran la posibilidad de no perder una propiedad o montar un negocio. Recuperan además el derecho de buscar cambios, de influir en el futuro de su país no solo de manera directa en la economía —no desde lejos y con remesas—, sino también en lo social y político.

Aun quienes solo ven la posibilidad de emprender negocios y cuentan con el capital para hacerlo, tienen la capacidad para poner en evidencia los frenos que el Gobierno pone a la prosperidad de sus ciudadanos.

La inmensa mayoría de los cubanos residentes en la Isla, carentes de capital para montar negocios de envergadura —muchos sin el capital necesario incluso para un pequeño negocio—, no piensan en cuestionar el impedimento a los cubanos para tener una empresa importadora o para realizar inversiones en su propio país.

De la misma forma que la mayoría de los cubanos no cuestionaron durante mucho tiempo la prohibición de hospedarse en hoteles —que nunca fue ley escrita porque habría violado la Constitución—, o la necesidad de un permiso de salida para viajar —que el Partido decidió que ya no necesitamos y la Asamblea Nacional lo confirmó— hay cuestiones más urgentes para la mayoría de los cubanos, como qué comerán hoy, con qué comprar los zapatos de escuela de los hijos…

En el intento de dar la imagen de que Cuba se está flexibilizando, el Gobierno cubano deja brechas para el fortalecimiento de la sociedad civil cubana, tanto con los viajes de ida y vuelta de los cubanos —más fácil ahora que no es preciso un permiso de salida—, como con la incorporación de los cubanos emigrados a la sociedad.

Como afirmaba Diana, la repatriación debe desaparecer. En algún momento, el Gobierno tendrá que renunciar a reservarse el derecho de admisión, si pretende parecerse a un país normal donde se respetan los derechos de todos sus ciudadanos. Ese debe ser un reclamo de los cubanos en cualquier lugar del mundo.

Cuando no haya un límite de tiempo para que los cubanos permanezcan fuera de su país, serán más los cubanos que regresarán a Cuba —hayan prosperado o no— a ejercer plenamente todos sus derechos, y reclamar aquellos de los que han sido privados.

Los cubanos que regresan tienen mucho que aportar a la sociedad civil. Nadie tiene que contarles lo que es vivir fuera de Cuba. Nadie necesita meterles miedo con el capitalismo salvaje y brutal. No traen una visión idealizada de la vida «afuera», pero han vivido en sociedades donde existen libertades básicas que aún faltan en Cuba.

 

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