Los enemigos de Estados Unidos están al acecho
El problema de que el planeta entero se haya carcajeado de Donald Trump por recomendar que nos inyectemos desinfectantes para matar al coronavirus es que no es un chiste. Es una tragedia que el presidente de Estados Unidos proponga semejantes estupideces y, más que nunca, haya revelado al mundo su completa ineptitud.
El remedio del Clorox o Lysol es la última de una lista interminable de majaderías del autoproclamado “genio estable”. ¿Recuerdan cuando el verano pasado quería destruir los huracanes con armas nucleares?
Con su profunda ignorancia y, peor aún, con su profundo desprecio hacia la inteligencia ajena, en especial de los expertos en cualquier materia, Trump ha logrado que Estados Unidos en sólo tres años haya pasado de ser la “nación excepcional” a la excepción.
El mundo exceptúa a la América de Trump porque él mismo la ha exceptuado, excluyéndola del que –desde al menos la Segunda Guerra Mundial– ha sido su destino como potencia impulsora de libertad y prosperidad, mediante alianzas y consenso.
“Míster Clorox”, sin embargo, ha conseguido lo opuesto: espantar a los aliados, contra la voluntad de estos; y atraer las peores intenciones de los adversarios, particularmente ahora que la imagen de Primera Potencia invencible queda agujereada por las vulnerabilidades y fallos que la pandemia ha sacado a la superficie. (¿Un imperio que no puede producir test ni mascarillas?)
Y particularmente porque en la actual temporada electoral –con Trump distraído y distrayendo al pueblo (más de lo habitual), y con el virus y la economía causando estragos– los adversarios como China o Rusia están aprovechando la oportunidad para poner a prueba el dominio de EEUU, con el fin último de desbancarlo del podio global.
Que lo logren es otra cosa. Ojalá no. Es lo que patrióticamente una quisiera pensar, pero justo mientras esto escribo me entero de que Trump ya se ha postrado ante Vladimir Putin.
En vez de responder con firmeza a tres graves provocaciones militares de Moscú ocurridas a mediados de abril, el pasado sábado 25 de abril, firmó una extraña declaración conjunta de “cooperación” con el líder ruso dejando a un lado las tensiones. Así, sin más.
Algo incomprensible. Pero consuela que el Pentágono siga actuando al margen del presidente. El líder de los jefes militares, el general Mark Milley, ha advertido a los adversarios que no confundan la crisis actual con debilidad. “Estamos preparados –dijo– para detener y derrotar cualquier desafío de quienes pretendan aprovechar esta situación”.
La proyección verbal de fuerza de Milley no parece sin embargo que esta vez esté disuadiendo a rivales estratégicos ni a enemigos declarados, como demuestran las recientes escaramuzas de Rusia, China, Irán, Corea del Norte, y las amenazas de organizaciones terroristas.
Hace dos semanas el Ejército tuvo que confrontar cuatro provocaciones en menos de 24 horas. La primera de un caza ruso (SU-35) hostigando a un avión de reconocimiento (P-8A) sobre el mar Mediterráneo. La nave rusa embistió varias veces a la americana a solo 25 piés.
Horas antes de ese incidente, Rusia probó un misil capaz de destruir satélites de EEUU. Poco después Irán acosó a un barco de guerra americano en el Golfo Pérsico. Casi al tiempo Corea del Norte disparaba misiles de corto alcance y una flota de China merodeaba en aguas de Japón y Taiwán, tras hundir un barco de Vietnam. Evidentes actos de hostigamiento a tres países aliados de EEUU.
Tales hostilidades, según los analistas militares, pueden ser un aperitivo de las que se avecinan hasta las elecciones del 3 de noviembre. Citan entre otros los llamamientos que durante la pandemia han hecho Al Qaeda y el Estado Islámico a sus seguidores para que ataquen a EEUU.
Y mientras todo esto ocurría y nos convertíamos en el país con más infectados (1 millón) y más muertos (55,000), Trump aconsejaba combatir el COVID-19 con inyecciones de productos de limpieza. Tamaña necedad detonó una bomba política, cuya onda expansiva hizo cundir el pánico republicano a perder la presidencia y el Senado. Fue cuando “Mr. Clorox”, apabullado, se vio forzado a cancelar su show diario de prensa.
Era el 23 abril. Una fecha imborrable, que puede acelerar la historia.
Advertía estos días un prestigioso historiador de Oxford University –y gran admirador de EEUU–, Timothy Garton Ash, que este país debería urgentemente revisar la historia de los grandes imperios que, un buen día, cayeron porque un evento insignificante a primera vista detonó su desplome.
“Mientras los imperios son fuertes, pueden absorber problemas y líderes o situaciones disfuncionales por largo tiempo, hasta que pasa algo imprevisto y de repente ya no pueden”, subraya Garton Ash haciendo un paralelismo con la actual crisis del coronavirus y la era Trump.
Periodista y analista internacional. Twitter: @TownsendRosa.