Los replicantes de Pinochet
Fidel Castro y Augusto Pinochet, Santiago de Chile, 10 de noviembre de 1971. (LAREPUBLICA.EC)
Confiar en la posibilidad de que las fuerzas armadas actúen como pivote para un futuro de progreso económico y de apertura política en Cuba, es, cuando mejor, una inocentada. Más candoroso resulta esperar que las próximas promociones de jerarcas militares le corrijan la plana a los actuales, sea mediante la fuerza o por decantación generacional, echando abajo el capitalismo de embudo (solo para ellos) que hoy se trazan, y sustituyéndolo por el capitalismo corriente, que no sería muy distinto en nuestro caso, en tanto país subdesarrollado y en ruinas —así que condenado a ser económicamente dependiente—, pero que al menos representaría un conducto de escape hacia otro futuro.
Sin embargo, no son pocos los que hoy depositan esperanzas en una u otra variante, tal vez por aquello de que si vamos a soñar, más gusto da soñar con imposibles.
Desde luego que como gran conglomerado militar-económico-político, la casta que ahora rige el destino de Cuba tendrá que ser pieza clave para su futuro. Pero ello, lejos de beneficiar ese futuro, muy probablemente lo hipoteque, condenándonos a sufrir por largo tiempo la peor herencia que podría dejar el fidelismo.
Casta militar y democracia son aceite y vinagre, no hay magia que las haga ligar. Y aun cuando se conocen ejemplos en los que la primera ha servido de garante a la segunda, siempre fueron resultado de circunstancias en que las cosas suceden al revés de cómo podrían suceder en Cuba, o sea, partiendo del sistema democrático como fundamento, dentro del cual se formaron los militares, atenidos a ciertas reglas de juego que no les ha correspondido violentar.
La casta militar cubana es un organismo contrario por naturaleza a la cultura democrática. No la conoció nunca, no se sintió jamás en el deber de respetarla. De ello resulta fácil inferir su rechazo y su negación rotunda ante los dos pilares de la modernidad: libertad política y economía libre y próspera. La convicción de nuestros militarotes en cuanto a que el Estado es el que debe monopolizar la vida económica del país, como garantía para lo que ellos entienden por justicia social, representa una rémora igual para los viejos que para su descendencia.
En cuanto a los herederos propiamente, no hay que esperar que actúen de una nueva forma, si consideramos las circunstancias en que abrieron los ojos al mundo y en las que crecieron y se formaron, casándose unos con los otros, estableciendo parentelas y otros lazos de compromiso afectivo, cultivados dentro de una burbuja zootécnica, sin el menor contacto con la realidad del país.
En lugar de permitirse ser atraídos por los beneficios de la democracia y por los valores de la civilidad, lo previsible y temible es que mañana, igual que hoy, esta casta militar no hará sino seguir contaminándolos, corrompiéndolos y usurpándolos.
Claque encuevada en sí misma, y por lo tanto ajena al drama y a los anhelos de la gente de a pie, los militarotes cubanos, lejos de facilitar la transición democrática, parecen destinados a impedirla. Quienes los ven como potenciales propiciadores de transiciones en la Isla, basándose en el gran poder económico que ostentan y en la forma presuntamente eficiente y pragmática en que lo administran, no debieran pasar por alto dos detalles, por lo menos dos:
Primero, ese poder económico no es resultado de inversiones financieras autónomas, ni fruto del talento, el trabajo o los sacrificios de la casta en cuestión. Es una dote del fidelismo, que, a su vez, lo obtuvo por medio de expropiaciones y de subvenciones. De modo que la casta no es sino parásita del inútil sistema que en teoría estaría dispuesta a transformar. En segunda, mientras no haya estadísticas confiables que lo demuestren, cabe poner en duda la eficiencia con que los generales estuvieron dirigiendo en las últimas décadas las principales organizaciones empresariales recaudadoras de divisas. Eso, por no hablar de la risible fama de austeros y de pragmáticos que se les acredita.
Lo que suelen llamar el pragmatismo de los militares cubanos no es sino un comportamiento mediocre, robótico, dependiente en absoluto de la entidad superior, vacío de iniciativas, que poco o nada tiene que ver con el verdadero pragmatismo.
No sin un retortijón de tripas, recordamos que algunas de las siniestras tiranías militares que en años atrás campeaban en América Latina, lograron ser por lo menos propiciadoras de cierto avance económico. Ojalá no sea el patrón que ahora mismo estimula a quienes están apostando por la conveniencia de confiar en los generales y coroneles como pivote para el progreso en Cuba. Pues, lo que les sobra en maldad a estos replicantes de Pinochet, a la hora de emular con su modelo, les está faltando en cultura económica y en eficiencia empresarial.