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Luis Miguel Aguilar: Covidiario 28 de mayo, 2020

Esté despierto o no sobre la cama, la perrita Schnauzer que tenemos, Mika, viene hacia mí a las cinco. Si estoy despierto, es que ya puse la televisión en silencio para no molestar a la Bióloga que duerme a mi lado; si no estoy despierto, pongo la televisión. Le hago un rascadito a Mika en la cabeza y le susurro que espere.

A las cinco y media empiezo a vestirme para sacarla, diez o quince minutos después.

Ella baja corriendo los escalones que dan al primer piso para tomar control del asunto. Se para en dos patas contra la puerta de madera de la casa; claro que ya tiene sus huellas marcadas. (La verdad, no me importa.)

 

 

Todo es porque ella quiere cerciorarse de que sí ocurra, y pronto. Nunca ha entendido que no hace sino demorar un poco más la salida; me muerde la mano sin lastimarme y se agita y revuelve mientras intento poner el gancho de la correa en el anillo más laxo de su collar.

“Nada altera el desastre” comienza un verso muy pesimista de José Emilio Pacheco escrito en su juventud. Yo saco todos los días de paseo a Mika con el temor de que algo vaya a alterar el desastre, de que cualquier situación imprevista vaya a desastrarlo más. Necesito que al dar la vuelta por la esquina oiga un poco más allá el tambo del barrendero, o su escoba ya en uso, y que en algún momento él y yo nos digamos a voces altas los buenos días. Que pase la misma pareja corriendo; o el mismo corredor con un perro blanco que se detiene un momento a jugar con Mika mientras su dueño sigue. Necesito que al regreso por la calle Ámsterdam de la colonia Hipódromo siga inalterada, igual que el desastre, una cartulina que lleva semanas en la puerta de un edificio advirtiendo a quien pase o esté cerca que ni piense en rentar un departamento señalado porque el dueño (¿o un inquilino que pretende subarrendarlo?) debe 180 mil pesos y no paga mantenimiento, garage, luz, agua, etc.

 

 

Necesito que ese pleito no haya escalado, aunque no sepa de quiénes se trata.

Unas cuantas cosas bastan para alterar el desastre, incluso desde la cama y en la televisión. Por ejemplo no altera el desastre ver con incredulidad y en trance hipnótico una película mexicana de nombre El Planeta de las Mujeres Invasoras y concluir que para estos tiempos las actrices tienen bien la careta anti-COVID, pero les falta el cubrebocas.

 

 

Por ejemplo sí altera el desastre que la película El hombre invisible en una vieja versión me haya dado pequeños piquetes de susto cuando el personaje se vuelve malo y le dice a su exnovia “Hasta la luna me tiene miedo” o, más escalofriante, “El mundo entero es mi escondite”.

 

 

Lo tomé personal y como si la pandemia disfrazada de hombre invisible se dirigiera exclusivamente a mí en esas horas oscuras de la madrugada.

 

 

Altera el desastre ver que un indigente famoso en el mundo (un fotógrafo de homeless people lo retrató), y famoso en las colonias Condesa y Roma por llevar (no exagero) años como prendedor o emprendedor de fogatas por la zona, ha vuelto a alzar un fuego en nuestra cuadra.

 

 

Altera el desastre ver a una muchacha que corre en llanto detrás de un muchacho que ya la aventaja cuadra y media mientras le grita: “Bernardo, Bernardo, ¿por qué me haces esto?” y uno entiende que él le quitó o robó algo y por eso escapa. Altera el desastre oír (era domingo) desde una ventana abierta con cortinas negras a una mujer decir “las groserías se las paso; alzarme la mano es otra cosa”. Altera el desastre oír que alguien detiene un coche al otro lado de la calle de Ámsterdam y desde la ventanilla del conductor me grita: “¿Te lo mamo?”.

Hoy, qué bueno, nada alteró el desastre.

 

Luis Miguel Aguilar

 

 

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