Malamud: El futuro de la izquierda latinoamericana tras el drama ucraniano
El drama ucraniano revela la dificultad del “progresismo” continental para mantener una postura unitaria
La invasión rusa a Ucrania es una buena oportunidad para evaluar a la izquierda latinoamericana, analizar si está ocurriendo un nuevo giro a la izquierda y medir su capacidad de “aggiornamento” frente a la omnipresente vigencia de la Guerra Fría y la Revolución Cubana. La discusión admite otros dos elementos: las repercusiones regionales del triunfo de Gabriel Boric y las potenciales victorias de Gustavo Petro y Lula da Silva, que muchos dan por descontadas.
El drama ucraniano revela la dificultad del “progresismo” continental para mantener una postura unitaria. En 48 horas el Grupo de Puebla emitió dos comunicados con notables diferencias. Si el primero buscaba la equidistancia e instaba a las partes a abandonar tanto “la vía de la intervención militar” como “las sanciones unilaterales contra Rusia”, el segundo, tras el tendal de dolor y destrucción de la ocupación rusa, era más contundente. Este último condenaba “el uso unilateral de la fuerza y las graves consecuencias humanitarias” del ataque ruso, aunque seguía abogando por una solución pacífica y negociada basada en el derecho internacional.
¿Por qué este cambio en tan corto tiempo? ¿Quiénes firman ambos comunicados y quiénes callan o, sencillamente, no están? Rafael Correa, por ejemplo, de evidente filiación bolivariana, al rubricar el primero condenaba las “sanciones unilaterales” anti rusas, pero al abstenerse en el segundo evitaba criticar a Putin. Otro gran ausente, incluso de la postura más neutral, es Evo Morales, quien con su calculado irredentismo respalda sin fisuras, al igual que Donald Trump y Bolsonaro, a Vladimir Putin y muestra su sintonía con Miguel Díaz-Canel, Nicolás Maduro y Daniel Ortega.
Pese a insistir en su vocación pacifista y antiimperialista y reivindicar la “cultura de la paz”, Morales justificó la invasión en la “pretensión expansionista” de la OTAN, que amenaza “la paz y a la seguridad internacionales”. Estos argumentos sintonizan con otros esgrimidos por ciertos líderes populistas, como el carácter neonazi del gobierno ucraniano, el genocidio en el Donbás, el doble rasero (versión cubana) o estándar (versión kirchnerista) de las potencias occidentales o el derecho de Rusia a ser reconocida como una gran potencia y a garantizar su seguridad a cualquier precio, incluso a costa de la seguridad de los demás.
En abierto contraste con estas ideas emergen las palabras de Boric, que asumirá su cargo esta semana, en un acto al cual ha invitado a Sergio Ramírez, mientras vetaba a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Tras lamentar que “Rusia haya optado por la guerra como medio para resolver conflictos”, condenó, sin paliativos “la invasión a Ucrania, la violación de su soberanía y el uso ilegitimo de la fuerza. Nuestra solidaridad estará con las víctimas y nuestros… esfuerzos con la paz”. Días después calificó de inaceptable la “guerra de agresión de Putin”. Ante la vista de la contundencia de tales declaraciones, se podría llegar a pensar que el cambio de tono del Grupo de Puebla está relacionado con las mismas. De ser esto así, deberíamos preguntarnos por la capacidad de influencia de Boric en la izquierda continental y el eco de sus propuestas “social demócratas” en el vecindario, comenzando por la invasión rusa a Ucrania, y sin olvidar otras cuestiones relevantes del discurso bolivariano y progresista, como la defensa de la soberanía nacional, la no injerencia y la integridad de los países. Tampoco se debe perder de vista la “heterodoxia” de la izquierda chilena respecto a sus pares latinoamericanos. Esto ocurrió con Salvador Allende y su “vía chilena al socialismo”, tan opuesta a la idea de “guerra popular y prolongada” impulsada por Cuba y las diversas guerrillas por entonces existentes, incluyendo al MIR.
Hoy vuelve a ocurrir con Boric y sus críticas a las violaciones de derechos humanos, donde se produzcan, más allá de si cuestionan a los ídolos y los paradigmas revolucionarios, sean estos cubanos, sandinistas o bolivarianos. No es solo la renovación generacional que ha impactado a la izquierda chilena. Hay también un cambio de paradigma y el peso de una democracia asentada en sólidas instituciones republicanas, aunque el Partido Comunista forme parte de la coalición que lo llevó al poder.
En un contexto post pandemia y con el fuerte impacto electoral del voto de castigo a los oficialismos, aún es pronto para proclamar un nuevo giro a la izquierda. Esta puede ganar en Colombia y Brasil, donde hoy gobierna la derecha, pero en 2023 y 2024, otros países con gobiernos de izquierda, como Argentina y México, ponen en juego su continuidad.
Incluso en el caso del triunfo de las opciones más a la izquierda habrá que ver como respiran los nuevos gobiernos. No imagino a Lula, por más que insista en reforzar los lazos con la UE y EEUU, condenando la represión en Cuba y Venezuela. Buena parte de la izquierda latinoamericana sigue anclada en la época en que Fidel Castro encandilaba a todo el continente o, más recientemente, en el relato de Hugo Chávez recreando una imagen distorsionada de Bolívar. Por eso, temo, que el discurso fresco y claro de Boric sobre la crisis de Ucrania tenga un impacto muy limitado en América Latina, con unos líderes aferrados a un tiempo que ya pasó, pero en el cual se sienten cómodos porque justifica todos sus decires y haceres.