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Más allá del mito Gaitán

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En un reciente discurso, Petro invocó a Gaitán, una figura mítica, pero también un personaje político que conocemos mal. Si realmente respetáramos a Gaitán, deberíamos conocer su obra y pensamiento.

La figura de Gaitán tiene un carácter de mito, pero al político que fue Gaitán no lo conocemos. El propio presidente Petro cae en errores históricos cuando habla de Gaitán. Así, en su reciente discurso del balcón el 14 de febrero pasado, el presidente Petro hizo alusión a Gaitán. Dijo textualmente:

“Quizás se repitan los hechos de 1948, cuando detuvieron la Revolución en Marcha. Quizás, quizás en los círculos del poder económico se tejan mecanismos para impedir, a partir del dinero, una época de cambios en Colombia. Si eso es así, solo hay que recordar los sucesos del año 1948, detener la Revolución en Marcha condujo al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y a una violencia que aún no termina”.

Este apartado del discurso es muy revelador por dos razones.

La primera es la presencia y permanencia de Gaitán. En su libro biográfico, que reseñé, él cuenta dónde nace esta admiración por Gaitán. Es un legado que se produce en el seno mismo de la familia, y que por supuesto no es un caso aislado. Para su generación, que no vivió los hechos, la figura de Gaitán es sin embargo una experiencia cercana (sus padres y abuelos alcanzaron a vivir algo de esos años).

El segundo elemento que se destaca de este apartado es cierta confusión histórica. Petro habla de la “Revolución en Marcha”, que no fue “detenida en 1948”, como él afirma, sino diez años antes, en 1938, cuando se inicia la segunda etapa del primer gobierno de López Pumarejo. En aquel momento, Gaitán fue opositor a López, como luego fue opositor a Santos y luego opositor tan fuerte del segundo gobierno de López que se acercó a Laureano. Gaitán se opuso a una de las mayores reformas laborales de entonces (el Decreto 2350 de 1944, luego Ley 6 de 1945), considerada por Gerardo Molina como una de las mejores leyes laborales en Colombia.

Petro confunde cosas, pero no es el único. El problema es que la memoria precisa de todo esto se perdió (desaparecieron quienes la podían transmitir) y la disciplina histórica se desvió para dedicarse a un evento mayúsculo de los años inmediatamente posteriores: el evento traumático del Bogotazo, en 1948, que evidentemente Petro menciona.

Invariablemente, los colombianos asociamos el Bogotazo, el gran y violento estallido popular, con el nombre de Jorge Eliécer Gaitán. Sentimos que ese asesinato es un gran trauma, que nos robó un destino y que, de cierta forma, este crimen no ha sido reparado. Los historiadores también se han detenido muy atentamente en ese evento y en ese asesinato, y han descuidado los años anteriores. Los protagonistas y sucesos de la república liberal, particularmente los de su última etapa, son hoy mal conocidos, y algunos de sus protagonistas han caído en el completo olvido

El problema es que creemos que conocemos, porque sabemos algunas cosas de Gaitán: conocemos su rostro, sus afiches, sus consignas, su puño levantado. Sabemos que fue un gran orador. Algunos hemos escuchado su voz, varios atesoran sus discos. Ahora bien, a ciencia cierta, ¿conocemos realmente a Gaitán? Sabemos que estaba a favor del pueblo, que combatía a las “oligarquías”, pero no sabemos qué pensaba. No sabemos cómo concebía la democracia, qué programas económicos tenía, cómo analizaba el contexto internacional, qué relaciones tuvo con los partidos Liberal y Conservador, qué pensaba del Partido Comunista, de los sindicatos. Sabemos que fue objeto de clasismo, pero ignoramos cómo concebía él al pueblo, por qué se oponía a la ruana en la ciudad.

En realidad, la mayoría de los colombianos hemos crecido bajo el mito de Gaitán: creemos que conocemos mucho sobre Gaitán, pero somos incapaces de profundizar en su pensamiento, de detallar las fases de su evolución política o de hablar de otra cosa distinta al Bogotazo.

Gaitán merece ser estudiado con rigor, y no solo venerado como figura mítica. Debemos dejar de lado el género hagiográfico y estudiar al hombre de carne y hueso, con sus virtudes y defectos, aliados y enemigos, pasiones y razones, y en su contexto histórico.

Algunos lo estamos intentando, pero nos topamos con obstáculos de envergadura. Uno de ellos es que no existe una colección de su diario Jornada en Colombia. El país que alaba a Gaitán no ha hecho el esfuerzo de reunir los ejemplares de Jornada, digitalizarlos y ponerlos a disposición de los colombianos. La colección que existe en la Biblioteca Nacional es muy incompleta. Además, el estado actual de los ejemplares está bastante deteriorado: páginas enteras han sido cercenadas, recortadas o subrayadas.

Si realmente nos interesa Gaitán, pidámosle al gobierno Petro, que admira a Gaitán, que ponga en marcha la digitalización completa de Jornada. Pidámosle también al Centro Nacional de Memoria Histórica, hoy dirigido por María Gaitán, nieta del líder, que se abra ese espacio para conversar sobre aspectos ocultos de esa etapa histórica en Colombia, más allá del Bogotazo y más allá del mito Gaitán.

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