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Medio paso adelante, cinco pasos atrás

Lo peor que ha hecho la oposición no es fragmentarse, sino perder ese espíritu de abril al reducir su lucha a formalismos electoreros

En estos días el desaliento campa por sus fueros y se precisa rastrillar mucho la realidad para arrancarle unas briznas de hierba fresca que nos reconforten y nos hagan creer que “eppur si muove” la lucha a pesar de los declives y empantanamientos. La combinación de represión y COVID-19, con el nada despreciable añadido de un manejo criminal de la pandemia, han restado músculo callejero a la oposición. Pero deprime más que incluso en esas circunstancias hayan tenido tiempo y ánimos para fragmentarse. No sabe uno a quien adjudicar la principal autoría de los descalabros: si a la crueldad de los hunos o la torpeza de los hotros, para decirlo en términos que acuñó Unamuno.

No falta quien haya llegado a pensar que el 24 de diciembre Daniel Ortega le pidió al Niño Dios que le regalara una oposición inocua y atarantada, y se le cumplió. Algunos han concluido que la Coalición Nacional es peor que nada porque estar en el punto cero nos permitiría empezar la búsqueda del caballo ganador. La Coalición alimenta los sueños verdes de los ilusos que creen tener algo, cuando no tienen más que una plataforma donde se cultiva un amasijo de pleitos por naderías.

En un prurito democratizante, el COSEP eligió un nuevo presidente que ha venido a sustituir un reinado de trece años de duración. Está por verse si el cambio será para bien en un país donde la única ley de hierro –la única que Ortega cumple y a cuya aplicación fielmente contribuye– es que sin importar lo mal que pinte el panorama, las cosas siempre pueden empeorar. Por el momento, el cambio y el ejercicio democrático del que provino son señales alentadoras. Pero no son más que medio paso adelante donde ya se dieron cinco pasos atrás.

El primer paso atrás es el resquebrajamiento y devaluación de la Alianza Cívica, inicialmente concebida por los obispos como representante multisectorial de la oposición en el diálogo que Ortega pidió. La Alianza siempre fue más de lo que algunos suponían y nunca lo que sus protagonistas creyeron originalmente ser. Fue más porque consiguió introducir nuevos rostros en la política y representó el espíritu de la rebelión de abril, pese a que algunos de sus portavoces traicionaron ese espíritu más de tres veces. No fue lo que sus protagonistas creyeron: Ortega nunca los consideró interlocutores, sino instrumentos de una táctica dilatoria para conformar un ejército paramilitar.

El Movimiento Campesino Anticanal fue el primer miembro que se desgajó y que no ha sido sustituido ni podría serlo porque, en un giro inesperado de los acontecimientos, el grupo que lo dirige decidió emular a Daniel Ortega al reformar los estatutos para prolongar su período en la coordinación. Ahí tenemos el segundo paso en reversa: en lugar de un movimiento compacto y unificado por el enemigo común, tenemos tres facciones dedicadas a lanzarse entre sí puyas, reclamos y acusaciones.

Los representantes de los sectores del trabajo y académico renunciaron de forma explícita y tácita, respectivamente. Ese es el tercer paso atrás. El cuarto son las vacilaciones y el sectarismo de los estudiantes. Vacilar es de humanos. Y el sectarismo en sí no es un elemento novedoso en la política. Es el eterno acompañante de la oposición. El problema es que el sectarismo en este caso proviene de la falta de trabajo de base y esa carencia es inexcusable. Los jóvenes que se proyectaron como líderes estudiantiles al fragor de la rebelión y que continúan ejerciendo de representantes de los universitarios no realizan trabajo organizativo y algunos han llegado a perder todo contacto con el ámbito que dicen representar.

Abandonaron los estudios o han optado por ser estudiantes de carga reducida y mínimo esfuerzo para dedicarse a tiempo completo a la política, quizá pensando que un día no lejano habrá otra purísima de títulos académicos como la que en los años 80 licenció a decenas de comisionados de la policía que escasamente se dejaron ver por las aulas universitarias y que ahora despliegan su falta de nivel educativo, entre otros lugares, en las universidades. Lo que no conocieron con libros, ahora lo combaten con balas. Son un pésimo ejemplo a seguir.

El resultado de ese ausentismo y abulia del trabajo organizativo es la proliferación ad infinitum de nuevas organizaciones. Afiliarse a las organizaciones universitarias de abril sería como inscribirse en un club de fans. Como efecto concomitante tenemos que varios grupos opositores encuentran injustificadas las cuotas de puestos en la Coalición Nacional que las organizaciones juveniles reclaman. Y es que no solo hay que parecer organizado, también hay que serlo, porque llega un momento en que la magia mediática se desvanece y, fuera del foco de las redes sociales, la deslumbrante carroza vuelve a ser un vulgar ayote.

Y, finalmente, el quinto paso lo ha dado el partido Ciudadanos por la Libertad, que decidió emular al viejo Arnoldo Alemán en su promesa de comer sandinistas mañana, tarde y noche. Su presidente Kitty Monterrey dice querer alianzas y una oposición aguerrida y fuerte –y le creo–, pero rechaza a todo opositor con un pasado sandinista, reclamando un expediente sin mácula y ocho apellidos liberales. Su alergia a la oposición de raíces sandinistas no solo atenta contra la unificación de todas las fuerzas opositoras, sino que le priva de los consejos de quienes conocen al monstruo desde su interior y pueden explicar sus estrategias e incluso anticiparse a sus conspiraciones. Monterrey rechaza a los elementos que mejor le pueden describir al enemigo. De verbo preciso e ideas claras, nunca la he visto dar un traspié. A ver si es de las que no quiebra un vaso hasta que hace añicos toda la vajilla.

La oposición cuenta con gente muy meritoria, pero también con individuos con poca o nula experiencia política y laboral. Al son de balas y atabales tuvieron que improvisarse como contrincantes del FSLN, una organización a la que ahora parece de buen tono negarle todo mérito. El FSLN es una organización que lleva en su ADN nuclear el autoritarismo. ¿Qué más podíamos esperar de un grupo que pasó sus primeros veinte años en la clandestinidad? La clandestinidad no casa bien con los usos y costumbres de la democracia. Pero eso no quiere decir que desconozcan la política. Todo lo contrario: los sandinistas tienen una visión más abarcadora de las arenas donde  la política se disputa y por eso se pusieron a temblar con la rebelión de abril, que fue polimorfa, exuberante en recursos, acicateada por ideologías progresistas diversas, multiclasista y plurigeneracional.

A la vista de ese pasado no tan lejano pero por muchos añorado, sostengo que lo peor que ha hecho la oposición no es fragmentarse –al fin y al cabo se pueden unificar–, sino perder ese espíritu de abril al reducir su lucha a formalismos electoreros. Lo ha hecho por comodidad, ingenuidad y desconocimiento del enemigo. Esa negligencia cognitiva es la base de sus principales debilidades. En La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, Lenin escribió “que la clase revolucionaria, para realizar su misión, debe saber utilizar todas las formas o aspectos, sin la más mínima excepción, de la actividad social; (…) que la clase revolucionaria debe estar preparada para sustituir una forma por otra del modo más rápido e inesperado.” El FSLN sigue ese mandato casi de manera instintiva. Y aunque ahora lo haga con arranques viscerales y acciones que a menudo atentan contra sus intereses, mantiene esa superioridad sobre sus rivales: utiliza todas las formas y aspectos de la actividad social para alcanzar sus fines políticos y económicos.

De un tiempo a esta parte, la oposición decidió jugar el juego de la democracia electoral. Se olvidaron de que Luis Almagro y sus formalismos de la OEA nos sometieron a un compás de espera que prolongó la longevidad de la tiranía. La OEA reapareció de nuevo con su juego de legos flamantes y sus promesas de obtener una reforma a la ley electoral, y muchos se tragaron el cuento. El humo de los AK-47 no se había disipado cuando todos los elementos organizados, incluyendo campesinos y estudiantes, se aprestaron a jugar ese juego, que se rige por unas reglas básicas por todos conocidas.

Juan Ramón Jiménez escribió: “Si os dan papel pautado/escribid del otro lado.” A los estudiantes y a otros opositores les pasaron el papel pautado y todos se ciñeron a sus líneas rectas, mientras el FSLN continuaba dando golpes en varios flancos y escribiendo en las líneas torcidas del mundo real e ignorando todas las pautas para ser más contundente e impredecible. Fue como si los opositores se enfrentaran con una baraja y las reglas del póker a un luchador de la UFC. Prefieren ese juego porque es más cómodo y menos riesgoso, no porque sea el que su contrincante está jugando.

Es imperioso que la Coalición Nacional y otras fuerzas opositoras participen en las elecciones, pero no deben reducirse a ser plataformas de lucha meramente electoral. En primer lugar, porque esa limitación supone la renuncia a la riqueza de los elementos que la componen, que no son solo partidos políticos. En segundo, porque ningún actor político de garra circunscribe su campo de acción y sus efectos al cometido formal para el que se supone que fue fundado. En tercero, porque ese trabajo político multiforme y previo es imprescindible para arrancarle a Ortega unas elecciones que sean algo más que un disimulado fraude para legitimarse. En otras palabras: su arena política no puede ser limitada por el corsé jurídico-electoral. Un ejemplo es el FSLN: ha tenido productores de pensamiento, cantores, sacerdotes y otros intelectuales orgánicos.

Lenin tenía razón en su oportunismo metodológico político, pero si los opositores quieren negársela, si se resisten a entender la realidad política de esa forma, tienen que considerar la pertinencia de sus palabras cuando se enfrentan a un enemigo que ve así las cosas. No hacerlo es solo una excusa para esquivar el trabajo de base y la lucha en múltiples terrenos.

No olviden que estamos viviendo el tiempo pasado que será valorado como mejor desde muchos posibles futuros. El horizonte de posibilidades de la política de oposición es inmenso. Tenemos un repudio masivo al FSLN, sequía fiscal, presiones internacionales, poblados donde la policía no puede entrar, nuevos liderazgos, mujeres aguerridas, y una desmoralización de la fuerza policial abonada por su desprestigio, por la presión laboral y por su ejecución de operativos absurdos como la vigilancia permanente de rotondas, la persecución de la bandera nacional y el asedio a las y los excarcelados, realizadas en grupos de quince agentes supernumerarios. Ahí hay un material fecundo para quienes no se quieren quedar atrapados en los formalismos. El espíritu de abril está en las calles y la única forma de recuperarlo es dejar de escribir del lado del papel pautado.

 


José Luis Rocha: Investigador asociado de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador y autor de Autoconvocados y conectados. Los universitarios en la revuelta de abril en Nicaragua, UCA Editores-Fondo Editorial UCA Publicaciones, Managua.

 

 

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