Democracia y PolíticaEconomía

Milei: de la motosierra a las ratas fiscales

Su estilo disruptivo, incluyendo el insulto chabacano y la descalificación, complica la búsqueda de apoyos políticos para impulsar sus propuestas

El presidente de Argentina, Javier Milei.

El presidente de Argentina, Javier Milei, asiste al Congreso de la Nación para presentar el presupuesto anual. Foto; EFE/Juan Ignacio Roncoroni

 

Si algo caracteriza a Javier Milei no es la moderación. Su discurso brusco, grosero, incluso ofensivo, percute contra objetivos impensados. No solo contra adversarios y enemigos, como el kirchnerismo, sino también contra aliados y potenciales compañeros de ruta. Ahora bien, ¿esto es funcional para sus fines (o para el interés general), o es contraproducente?

Frente a ciertos economistas liberales, con los que discrepa, se proclamó liberal libertario y no liberal libertarado. A Ricardo López Murphy, economista como él y liberal por antonomasia, lo llamó fracasado, traidor y basura. Si hay un político argentino que defendió muchos de los planteamientos de Milei, y era próximo a sus posiciones, éste es López Murphy, hoy frontalmente atacado por el presidente.

Si así trata a los próximos, con los ajenos es peor, al encararlos de forma salvaje y grosera. Así, el Parlamento es un nido de ratas. Mientras los legisladores que no acompañan su cruzada de moderación fiscal y recorte del gasto son “ratas inmundas y degenerados fiscales”, quienes sí lo hacen son “héroes”. Para un Gobierno tan débil, con mínima representación parlamentaria (diputados y senadores) y nulo poder territorial (gobernadores e intendentes), confrontar y polarizar es su modo de hacer política. Algo, por cierto, bastante exitoso a tenor del apoyo popular que mantiene en la mayoría de las encuestas.

Para Milei, líder de La Libertad Avanza (LLA) y presidente elegido con el 56% del voto popular, potenciar el conflicto es consustancial a su estilo, tanto nacional como internacional. En el frente interno ha hecho de Cristina Kirchner su principal enemiga, un enfrentamiento mutuamente beneficioso. Fuera, sus conflictos con Lula y Pedro Sánchez, representantes de lo peor del comunismo internacional, le permiten insistir en que es uno de los dos políticos mundiales más relevantes, junto a Donald Trump.

Pero, no nos quedemos solo en la caricatura de un personaje tan controvertido, que solo distorsiona una realidad compleja y caótica. Sin ésta, sin la herencia recibida, sin las promesas incumplidas ni los destrozos infringidos por “la casta” al tejido social y económico es imposible entender por qué alguien como él llegó al poder y se mantiene con un fuerte reconocimiento, que las encuestas sitúan en torno al 50%. Incluso, cuando se miden sus opciones para las elecciones parlamentarias de octubre de 2025, LLA rondaría el 40%. Esto ocurre porque los argentinos siguen confiando en que cumplirá buena parte de sus promesas mientras concreta algunos cambios necesarios y, en ciertos casos, irreversibles.

Su lucha contra la inflación sigue cosechando logros notables en el imaginario popular. Si bien en agosto la tasa mensual fue del 4.2%, quebrando una línea descendente desde su llegada al poder (en enero había sido del 20.6), la gente piensa que va por buen camino, pese a que la tasa de los últimos 12 meses fue del 236%. Esto no le ha impedido, al presentar los presupuestos de 2025, pronosticar una inflación de 18.3%, que de cumplirse sería un logro excepcional.

Para él, el recorte del gasto público y el control del déficit son aún más importantes. Como señaló en dicha presentación: “El político sabe que cuando aumenta el gasto público le está poniendo plata en un bolsillo a la gente para sacarle el doble de otro”. Junto con la reducción del Estado éstas son sus mayores obsesiones. Todo vale para llegar al estado mínimo y con las cuentas equilibradas. Para Milei, el Estado debe centrarse en asegurar la estabilidad macroeconómica, las relaciones exteriores y el imperio de la ley. Cualquier otra función la puede resolver el sector privado.

Recortar el gasto es prioritario y dada la urgencia actual solo vale gastar menos. Frente a la motosierra y la licuadora no caben los matices. Cómo se gasta lo poco que hay es secundario, sin discriminar entre lo necesario y lo innecesario ni diferenciar entre el gasto superfluo y aquel clave para el futuro del país, como la educación superior y la ciencia y la tecnología.

Entre sus logros, tras nueve meses de Gobierno, están la eliminación de 31 000 “ñoquis” (empleados públicos que cobran sin ir a trabajar), la reducción de la inflación y del gasto público, la sanción de la Ley Bases (aunque recortada), la eliminación de los intermediarios de los planes sociales, el fin de los piquetes y el descenso de los homicidios en Rosario, ciudad amenazada por el narcotráfico.

Milei está convencido de que la economía cambiará definitivamente la historia y, por eso, “el destino se juega en la dimensión económica”, y no en la política. Esto lleva a postergar la consolidación de las instituciones, relegadas a un segundo plano ante un discurso a veces populista y otras autoritario. Afortunadamente ha emergido su preocupación por la política, como muestra su interés en fortalecer a LLA para participar en las próximas elecciones.

Su estilo disruptivo, incluyendo el insulto chabacano y la descalificación, complica la búsqueda de apoyos políticos para impulsar sus propuestas. Como el respaldo popular no basta, requiere de los parlamentarios, pero, para alcanzarlos, como recordó el diputado del Encuentro Republicano Federal, Miguel Ángel Pichetto, frente a “la agresividad, el conflicto y el bloqueo” hay que anteponer la “construcción razonable”. No se pueden “superar las dificultades económicas si no hay acuerdos o razonabilidad política”. Y si bien Milei armó una alianza de bloqueo con un tercio de los diputados para defender sus vetos, como el de la jubilación, o protegerse contra eventuales iniciativas en su contra, el número no basta para aprobar los próximos presupuestos u otras medidas.

Este presupuesto exige a las provincias recortar 60 000 millones de dólares más, con nuevos sacrificios para una población ya golpeada, aunque todavía esperanzada. De cumplir sus promesas podrá mantener su agenda reformista, que incluye medidas sumamente necesarias. Caso contrario, todo será cada vez más cuesta arriba y su futuro promisorio podría torcerse de modo irreversible. El populismo, por más libertario que sea, no es buena receta ni para reformar la economía ni cambiar la sociedad.

 

*Artículo publicado originalmente en El Periódico de España.

 

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