Ningún estudiante debería tener que sentarse a escuchar una lección por Zoom
El encierro causado por la pandemia que ha afectado al mundo entero podría mostrarnos la importancia de cambiar nuestros métodos de enseñanza en las aulas.
Lindy Elkins-Tanton encabeza la misión Psyche de la NASA y es la directora administrativa de la Interplanetary Initiative de la Arizona State University.
Un jueves de febrero por la tarde me dediqué a observar a mis alumnos en el pizarrón. Gaby dibujaba una serie de caricaturas y una lista de los tipos de animales que distintos países han enviado al espacio a lo largo de décadas. Dibujó todo de memoria, sin ver sus notas. Junto a ella, Olan dibujaba imágenes y palabras sobre las preguntas fisiológicas más importantes que los investigadores han tratado de responder, como los efectos que puede tener la microgravedad en el corazón y los pulmones, y la intensidad de las fuerzas ejercidas sobre el cuerpo de los astronautas durante un lanzamiento espacial.
Con mi instructora adjunta, la profesora Evgenya Shkolnik, enseño una clase llamada «Indagación», cuyo tema cambia cada semestre, y en la cual nos enfocamos en la enseñanza de modos de aprendizaje y resolución de problemas independientes. Evgenya y yo utilizamos una técnica llamada «indagación abierta», que para la mayoría de nuestros estudiantes es una experiencia diferente a cualquier otra que hayan vivido en la escuela.
El curso está diseñado para desarrollar una respuesta a una gran pregunta que elegimos cada semestre. En esta ocasión fue: «¿Cómo podemos maximizar la sustentabilidad en los viajes y asentamientos espaciales?» El primer día, siempre pregunto a los estudiantes por qué el contenido y los procesos que aprendemos en la preparatoria y la universidad parecen no estar en línea con lo que en realidad sucede en el trabajo y la vida. Esta clase es diferente, les digo: aquí solo pondremos en práctica las habilidades que necesitamos para el trabajo y la vida. Esto significa que los maestros impartimos la menor cantidad de lecciones posible y, en lugar de que yo brinde información a los estudiantes, ellos deciden qué preguntas quieren realizar y luego colaboran con la investigación.
Darle al estudiante el control sobre la dirección del aprendizaje y la responsabilidad de encontrar respuestas y contenido puede ser aterrador al principio, pero estas habilidades son justamente las que le permitirán convertirse en alguien que aprenda a lo largo de su vida, capaz de resolver problemas y en un ciudadano informado.
Al inicio del semestre, Gaby me dijo que no sabía por qué estaba en esta clase, se sentía perdida, no sabía qué hacer. Pero pronto comenzó a formular sus propias preguntas de investigación, a encontrar y evaluar su propio contenido, a resumir lo que había aprendido. Ahora estaba de pie, compartiendo con confianza su trabajo con sus compañeros de clase.
Dos semanas después, ya saben lo que sucedió: la covid-19 se extendió por todo el mundo, la universidad cerró y, de pronto, nuestra clase de indagación tuvo que impartirse en línea por completo.
Se podría pensar que es difícil adaptar nuestra forma interactiva de enseñar al aprendizaje en línea. Las lecciones tradicionales parecen ajustarse a la perfección: solo se traslada la audiencia del salón de clases a un aula virtual. Sin embargo, es todo lo contrario: la enseñanza en línea debe ser activa e interactiva; es lo que funciona mejor en este medio y en general.
Cuando pasamos a dar nuestra clase en línea, Evgenya y yo respiramos hondo. Analizamos el formato de la clase y nos dimos cuenta de que casi podía mantenerse igual. La gran diferencia era reunirnos a través de Zoom en lugar de en persona y cambiar nuestros grandes y hermosos pizarrones blancos por un software para compartir información.
Contra lo que dicta la intuición, es más difícil adaptar el aprendizaje pasivo a un formato de enseñanza remota. Las clases tradicionales se vuelven aun más pasivas en línea, por lo que las sesiones deben ser más cortas para ser efectivas. Grabar las lecciones, si se decide tomar ese camino, requiere una práctica intensa y largas horas de trabajo. Incluso la lectura para uno mismo es pasiva si no se combina con presentar un informe a un grupo de trabajo, organizar un debate o elaborar un mapa conceptual.
El problema no es solo de las clases virtuales. El aprendizaje pasivo, que es la norma en casi todas las aulas a todos los niveles, es una manera ineficaz de enseñar. Los estudiantes pueden escuchar conferencias, leer o mirar videos, pero carecen del involucramiento que da, por ejemplo, dibujar mapas conceptuales, formular preguntas, debatir con otros o dar explicaciones. Desde hace mucho tiempo, los investigadores conocen las carencias de esta forma de enseñanza. Desafortunadamente, casi todos los maestros y profesores del mundo provienen del pequeño grupo de personas a quienes les funcionó la educación tradicional de aprendizaje pasivo. Debido a que en general disfrutamos y nos beneficiamos de este sistema, los profesores podemos no percibir las deficiencias de este modelo de aprendizaje; además, puede que no tengamos ejemplos de otras formas de enseñar.
El aprendizaje pasivo no solamente es menos efectivo, sino que también contribuye a que la pasividad se vuelva una costumbre más allá del salón de clases; suprime la iniciativa y la capacidad de acción en los estudiantes. Llegan a preescolar curiosos, activos y llenos de preguntas y, si «tuvimos éxito», terminan la preparatoria como perfectos oyentes pasivos, que juzgan su éxito a partir de las calificaciones de sus exámenes. Les hemos causado una «indefensión aprendida», que es un fenómeno psicológico en el que la persistente incapacidad para escapar de una estructura determinada, convence a la persona de no volver a intentarlo. Logramos eliminar en nuestra gente la capacidad de actuar.
Por otra parte, el aprendizaje pasivo no es equitativo: su enfoque unidireccional asume que todos los estudiantes obtendrán los mismos resultados, pero esto implica que solo algunos aprenden realmente. Sobre todo a los niños que vienen de zonas marginadas, debemos proporcionarles el poder para actuar por cuenta propia, no quitárselos. El solo hecho de crecer con menos privilegios socioeconómicos puede limitar el futuro de una persona; si además la educamos en la escuela a ser pasiva solo eliminamos su capacidad de acción. Para el futuro del mundo, necesitamos enseñar a las personas a solucionar problemas, a que reconozcan los desafíos sin resolver y a que sepan que ellos mismos pueden asumirlos.
Y esta es la mejor parte: el aprendizaje activo, donde los estudiantes trabajan individualmente o en grupos para abordar problemas e ideas, funciona de maravilla en línea. Puede trasladarse del formato presencial al modo remoto y viceversa sin mayor inconveniente, lo que lo hace flexible a nuestros horarios y disminuye el trabajo para el profesor. Podemos dividirnos en pequeños grupos de trabajo, tener debates o presentaciones de manera más efectiva que si tuviéramos que ofrecer una clase tradicional por este medio.
Cuando nuestro curso pasó al formato en línea, pasamos a una estructura en la que los estudiantes realizaban su propia investigación fuera de clase. Nos reuníamos por Zoom una vez a la semana para compartir todo lo que habíamos aprendido, para debatir y mejorar las preguntas que discutiríamos la siguiente semana, y así enriquecer el proceso colaborativo de nuestro grupo de trabajo.
El proceso de adaptación para nuestra clase de indagación de investigación fue bastante fluido, a pesar de que lo discutíamos cada semana. (Mejorarlo es una parte de la metacognición que desarrollamos en cada paso, para que nuestros estudiantes se conviertan en maestros aprendices independientes). Al final del semestre, Gaby se convirtió en una participante segura de sí misma y en una investigadora competente; casi todos los estudiantes dijeron que este fue su curso favorito del año y algunos aseguraron que había sido el mejor de sus vidas. Y esto, para una clase que pasó de modo presencial a virtual a mitad del semestre.
Existen diversas maneras de implementar herramientas de investigación y un aprendizaje activo tanto en las aulas físicas como en las digitales; hay muchísimos maestros dedicados y decididos que buscan lo mejor para sus alumnos.
¿Por qué queremos volver a un status quo ineficaz –perjudicial incluso– cuando tenemos esta oportunidad única para mejorar? Podemos ofrecer algo más que solo clases grabadas y la lectura de materiales de libros de texto. Podemos brindar un aprendizaje activo, basado en la investigación; podemos convertirnos en educadores resilientes en estos tiempos de pandemia y, lo mejor de todo, podemos dar a cada estudiante el poder para hacer un cambio en su propio mundo.
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.