Si la semana pasada afirmé en este espacio que “nuestra situación nacional no avanzará mientras no se tenga la valentía de dialogar y buscar de verdad, soluciones negociadas al juego trancado entre quienes solo esperan que el otro se rinda o pretendan su exterminio” no es porque no me dé cuenta de la dificultad inmensa para que en la Venezuela actual ese paso se dé, sino porque honradamente lo creo. Ser partidario de un cambio hacia la democracia y la prosperidad y el bienestar del pueblo como pauta la Constitución no me impide ver las cosas objetivamente.
Por supuesto, comprendo los factores que obstaculizan, más de uno podrá decir legítimamente que imposibilitan una eventual búsqueda dialogada de soluciones acordadas. La primera, aunque no la única, es el escaso crédito de la vía por sus antecedentes de fracasos y/o incumplimientos, sin contar una tan errada como extendida asociación de negociación con turbias y subalternas motivaciones que le asegura mala prensa –o malas redes- a cualquier intento.
Sin desmerecer a nadie, los actores con poder o legitimidad para intentarlo, porque no se trata de una peña sino de procurar salidas con eficacia, son quienes ostentan el gobierno y la oposición mayoritaria que postuló a Edmundo González y lidera María Corina Machado. Entre unos y otros hay una mutua desconfianza muy arraigada. Así que un obstáculo predecible será la indisposición de los actores principales. Quienes están en el gobierno han vetado a Machado como interlocutora y ésta estaría dispuesta, sólo con su agenda y con representantes personales suyos de su estricta confianza, sólo en ellos confía.
Tampoco se ven, al menos por ahora, puntos de partida razonables para iniciar conversaciones. Más bien lo que uno atisba son puntos y aparte. El 28 de julio es materia vista para ambos, pero con perspectivas radicalmente opuestas. Para el gobierno, aferrado a la versión del hackeo desde Macedonia del Norte, el curioso recurso de amparo ante el TSJ y la decisión de éste, ganó Maduro y punto. Para la oposición mayoritaria, Edmundo González es el Presidente electo y punto.
La consecuencia pública y notoria es quien haga o diga cualquier cosa que pueda interpretarse como poner en duda es un traidor, que en el caso de quienes tienen el poder equivale a no reconocer las decisiones de órganos del poder público nacional y va preso, lo que implica detenciones con modos francamente arbitrarios y procesos judiciales imposibles de asimilar a lo previsto en la Constitución, en un contexto de severas limitaciones a las libertades, censura y toda la artillería de la legislación de agosto en adelante.
En el hipotético e improbable escenario de que aún así ese diálogo tan necesario para los venezolanos se produjera, haría falta un facilitador y preferiblemente un mediador internacional dispuesto y creíble. El eventual elenco a esos efectos no es amplio. Todo lo contrario.
En la comunidad internacional muchos han tomado partido y los reiterados intentos más o menos infructuosos desde el 2014 con los cancilleres de Brasil, Colombia, Ecuador y el Nuncio Apostólico, UNASUR, la Santa Sede, varios expresidentes, República Dominicana, Noruega, Ciudad de México, Barbados, así como las conversaciones en Qatar entre los gobiernos de aquí y de Washington, han desgastado el interés y debilitado francamente la esperanza en la posibilidad de soluciones concertadas en nuestro país.
Los gobiernos de Brasil y Colombia, tienen un comprensible interés en lo venezolano que no deberíamos desaprovechar.
Los obstáculos son, como es obvio, enormes, pero nunca comparables con la necesidad que tenemos de buscar soluciones nuestras a problemas que no se van a arreglar solos y que tenderán a agravarse.