Oswaldo Páez-Pumar: Nadie aprende en cuerpo ajeno
Las noticias sobre los enfrentamientos entre los propios miembros del PSUV para escoger los candidatos que competirían el 21 de noviembre en esa mega elección a la cual está invitada la “oposición”, no será suficientemente aleccionadora para que los aspirantes a alcanzar una gobernación, una alcaldía o cualquier otro cargo en disputa, desistan del empeño en colaborar con el lavado de la cara del régimen.
El nombramiento de protectores para los estados en los cuales algún opositor logró la victoria y se le permitió tomar posesión del cargo, el desconocimiento del evidente triunfo electoral de Andrés Velásquez, o la defenestración antes de la toma de posesión, del gobernador Guanipa, por negarse a prestar el juramente de ley ante la inconstitucional “asamblea nacional constituyente” y pretender hacerlo como corresponde, ante la asamblea legislativa del Estado Zulia, no parecen ser señales suficientes de que la soberanía que radica en el pueblo ha sido secuestrada, no obstante que en la novísima constitución se le agregó a la definición tradicional la palabra “intransferiblemente”.
Cuarenta años de una democracia en la que se realizaron ocho elecciones para la escogencia del presidente y solamente en dos de ellas triunfó el candidato del gobierno, mientras que en las otras seis triunfó el candidato de la oposición, parecieran haber generado en el alma, o si se quiere prescindir de ella, en el subconsciente de los venezolanos la idea de que si hay elecciones es suficiente garantía de democracia.
Cuán lejos estamos: En Rusia y en Bielorrusia están y siguen estando Putin y Lukashenko y en Nicaragua Ortega y en Cuba todavía Castro aun después de muerto; y aquí entre nosotros Chávez, que dicen que dijo algo cursi, así como que “desde el fondo de mi corazón les dejo a Maduro”; y el enfrentamiento que se desató en estas elecciones recientes pareciera que a los chavistas no les hace gracia que dejaran a Maduro y seguramente algunos de ellos pensarán que Chávez no dejó a Maduro. Tienen razón porque a Maduro no lo dejó Chávez sino Castro que lo había adoctrinado para que estuviera al servicio de Cuba no de Venezuela.
Es verdad que Chávez lo tenía por ídolo, también otros muchos venezolanos jóvenes, que no nombraré por respeto a ellos y para evitar que se diga de mí que me aprovecho de sus nombres. La diferencia es que esos jóvenes y algunos ya hombres “hechos y derechos”, supieron ver la oscuridad reinante en la URSS y en Cuba, mientras que Chávez era un niño que, como todo niño, necesitaba de un padre y nos dejó encargado al hijo adoptivo de su padre “putativo” (Ojo. Ver diccionario. Nada ofensivo aunque pueda parecer), que fue quien dispuso el relevo, porque ya Chávez no estaba en condición física de nombrar el sustituto.
Ahí, en Cuba, se está dando un debate en buena medida similar al que vivimos en Venezuela. Una oposición inerme que se enfrenta a una dictadura armada hasta los dientes y dirigida por personas a quienes no les importa cuántos quedan en el camino, si es el camino para conservar el poder. ¿Acaso no ocurrió así en Rumania, Bulgaria y Yugoeslavia?
Los procesos en Polonia, Checoeslovaquia y Hungría fueron diferentes y pareciera que algunos opositores sueñan con tener algo parecido a lo que allá ocurrió; se olvidan que el proceso de desintegración de la Unión Soviética comienza en 1985 con la “perestroika” y el muro de Berlín cae en 1989. La diferencia que siento es que Rusia era la conductora del modo de manejar la economía, mientras que el “castrismo” es el modo de manejar a sus seguidores para no tener que asumir la tarea de hacer de Cuba una economía autosuficiente. Vivieron de la U.R.S.S. hasta el llamado período especial; y luego de Chávez, fue para Castro como un milagro, que le permitió seguir comiendo langostas, mientras el pueblo se moría de hambre, que es exactamente lo que reproduce el usurpador cubano en Venezuela, apellidado Maduro y quiere Díaz-Canel continuar haciendo en Cuba.