Por qué Milei no es liberal
La persistente descalificación de quien piensa de manera diferente es incompatible con el liberalismo
Javier Milei no es un político liberal por un hecho muy simple: cualquier populismo, en su agresividad divisiva, es contrario a los principios que inspiraron el liberalismo. Es obvio que existe una disputa teórica sobre los límites y los matices que se deben exigir para considerar a alguien liberal, pero de cuantas definiciones se han dado creo que ninguna es tan bella, ni tan certera, como la que formulara Ortega en ‘La rebelión de las masas’: «El liberalismo es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a la minoría y es, por lo tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo, más aún, con el enemigo débil».
La convivencia liberal con el enemigo, o con el adversario político, no es un ingrediente optativo ni la consecuencia de ninguna caridad cívica. La alianza germinal que la tradición liberal tuvo con el empirismo anglosajón acuñó un respeto indeleble con aquellas ideas que compiten con las propias. De hecho, si la libertad es un valor prioritario –que no absoluto– para los liberales es, precisamente, por un ejercicio de prudencia epistémica: al no existir ningún mecanismo, religioso o filosófico, que nos pueda brindar certezas absolutas, el liberalismo cultivó un sano escepticismo que promovió el que ideas opuestas puedan competir en la esfera pública. La tolerancia concebida desde Locke hasta Popper no es una cuestión de cortesía, sino una concesión prudente en la que nos obligamos a respetar la opinión de quien piensa distinto por el mero hecho de que ser liberal es, también, confesar que podemos estar equivocados.
Un político liberal jamás faltaría el respeto a las opciones antagonistas y nunca quebraría la solemne ritualidad de la democracia ni de sus instituciones. La motosierra de Milei, su discurso confrontativo o la persistente descalificación de quien piensa de manera diferente a él desacreditan su condición liberal, por más que el presidente argentino insista, a gritos, en la conveniencia de bajar impuestos. La libertad es algo lo suficientemente serio como para confiársela a mejores capitanes y por estricto respeto a la etimología clásica del término la liberalidad nunca podrá desconectarse de la generosidad civil y económica. Hay, de hecho, muchas páginas de insignes liberales como John Locke, Adam Smith o John Stuart Mill que servirían para impugnar el desprecio absoluto con el que Javier Milei habla de la justicia social.
La seducción que los populismos latinoamericanos ejercieron sobre la izquierda sirvió para debilitar gran parte de la arquitectura institucional de nuestra democracia. Lo lamentable es que ahora haya una parte de la derecha dispuesta a arrojarse por el mismo precipicio agarrándose a una bandera de signo contrario.