¿Qué hacemos ahora en Cuba?
El punto número uno en la agenda de cada grupo opositor, de cada activista, podría ser el apoyo a los presos políticos y por tanto el fortalecimiento nuestro, de la gente.
La parte incompleta del vaso es que existe una dictadura capaz de acosar, golpear, encarcelar y matar con tal de mantener el poder. Su objetivo inmediato es recuperar el miedo que le teníamos. Últimamente suma a la represión directa la publicación de nuevas leyes que amenazan con castigarnos si llamamos a una manifestación o insultamos al poder. Leyes innecesarias o reiterativas; hechas para asustarnos.
La parte llena del vaso es que ya lo sabemos. El mismo movimiento que ha empujado al pueblo al mundo de la oposición (donde la violencia autoritaria es la realidad) ha propiciado también su conciencia. Ya no hay espacio para la ingenuidad, fingida o ingénita. Ya un estudiante universitario (por lo demás socialista) publica las palizas que vivió en la cárcel; una madre humilde sabe que encarcelan a su hijo discapacitado y además le niegan el tratamiento; una adolescente que invitó a sus amigos a protestar en las calles es procesada como una delincuente. «Estamos dispuestos a todo», dijo el funcionario dictador el 11 de julio y ha sido minucioso en el agotamiento de esa totalidad.
Pero hay una parte llena de vaso y es de la que quiero hablar ahora: en el vórtice de la rebeldía y el castigo han salido líderes espontáneos movidos por la conciencia que ya tenemos. Algunos hablan como activistas de toda la vida: una muchacha en Matanzas quiere ser youtuber porque le preocupa demasiado la situación. Un médico en Las Tunas pierde el miedo y nos cuenta las penurias del precario sistema de salud cubano… No les son extrañas las palabras «dictadura», «represión» y «comunismo» (de la manera en que se entiende en el exilio).
El régimen, por su puesto, quiere impedirlos. Es el pulso que libramos ahora en Cuba: por un lado los cubanos queriendo avanzar hacia la libertad que probamos en las calles, por el otro la dictadura dispuesta a todo. La pregunta es en este punto, después de la primera gran batalla es: ¿qué hacemos ahora? Ambos bandos deben reorganizarse. El poder ha tomado sus provisiones, pero, ¿qué hacemos nosotros, la gente?
Por mi experiencia en el activismo creo que debemos apelar a la estrategia que mejores frutos ha dado a la oposición: apoyar a los otros. La solidaridad. Práctica difícil de ejecutar porque, también, es el principal objetivo de la Seguridad del Estado, que busca minar cualquier alianza y crear todo tipo de malquerencias, pero que si se consigue jugar bien, dará resultados extraordinarios.
He tenido la oportunidad de ver el nacimiento de varios activistas (entre ellos, Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Osorbo) y puedo decir que, más allá de su arrojo personal, no hubieran llegado tan lejos sin la conciencia de que habría un grupo de amigos en las afueras de la estación policial dispuestos a elevar todo lo posible el costo político de su encierro cuando los detuvieran. La organización más fuerte de la oposición de las últimas décadas surgió de la solidaridad. Tan exitosa fue que consiguió hacer acciones de calle cuando a nadie se le permitía imaginar siquiera. También logró que el régimen sustituyera la práctica de aplicar largas condenas a los disidentes por la de las detenciones repetidas pero cortas: todo para no dar tiempo a que unas mujeres resolvieran vestirse de blanco y salir a protestar por la 5ta Avenida.
Observa Erik Jennische que pocos años después de la Primavera Negra, cuando encarcelaron a 75 disidentes con el fin de menguar el movimiento democrático, el régimen se encontraba con más o menos la misma cantidad de opositores en la calle que antes, más el enorme problema de las Damas de Blanco sin resolver. Quizás ha sido la derrota más importante que ha sufrido la dictadura: la creación de las Damas de Blanco los puso ante una espiral desesperada donde cada vuelta de la represión grosera que ejecutaran iba a repercutir en su contra. Ellos mismos estarían fortaleciendo a la oposición si seguían encarcelando en masa a disidentes. Las Damas se alimentaron de la crueldad del régimen.
La crueldad del 11J también pude ser aprovechada. Muchas familiares de estas víctimas ya hacen denuncias públicas y ganan la conciencia de que es mejor encarar al abusador que obedecer callados su chantaje. Pudieran organizarse. Pero incluso si esto no ocurre: desde la sociedad civil pueden surgir iniciativas solidarias hacia los cientos de presos políticos con quienes el régimen quiere escarmentarnos. Similar a la iniciativa desaparecidos#SOSCuba, que cuenta a las víctimas del 11J y les brinda consejo legal, puede haber proyectos que se dediquen a ofrecer apoyo material a las familias (con colectas surgidas de la sociedad civil), a visibilizar cada uno de los casos, a presionar con acciones concretas para su liberación —como la marcha que anunciara el dramaturgo Yunior García Aguilera—.
El punto número uno en la agenda de cada grupo opositor, de cada activista, podría ser el apoyo a los presos políticos y por tanto el fortalecimiento nuestro, de la gente. Será una utopía, pero me permito soñar con que un día ese apoyo sea tan orgánico que el régimen termine en una espiral desesperada donde cada vuelta de su represión grosera se torne en su contra.