CulturaLiteratura y Lengua

Queremos tanto a Corín

Para Cecilia Picún

Entrar en el mundo de Corín Tellado era como tener un moño amarrado a un globo inflado con helio. Torturaba a mi mamá día y noche con ese asunto del amor. ¿Qué era exactamente? Si era algo que se hacía, ¿podía comerse como algodón de azúcar? ¿Gastarse como una canquiña? La expresión de incomodidad en su cara no hizo que abandonara mi empeño; al contrario, ni cuando estaba en el baño la dejaba en paz. Durante esas vacaciones de verano descubrí las novelas de Corín Tellado que publicaba la revista Vanidades. Mucho mejores que las telenovelas con las que aprendí palabras como “cuaima” o “percusia”.

Una vez leí que Mario Vargas Llosa fue a entrevistarla a su casa de Asturias por encargo de un programa de la televisión peruana. Era el año 1981. Por alguna razón, a Vargas Llosa debió parecerle que Corín Tellado no tenía la menor idea del alcance de su popularidad. Le preguntó: “¿Usted es consciente de que es casi tan leída como Cervantes?”. Y Corín, que se pasaba todo el día encendiendo un cigarro con la colilla del anterior, miró al inocente de Vargas Llosa y le dijo: “Y más que tú”.

Alguien me preguntó si sabía a qué se referían sus personajes cuando mencionaban, por ejemplo, un “jersey de punto”. No había visto a nadie con un jersey de esos. Tampoco había visto a nadie con un albornoz de felpa. Me gustaría saber quién es la brava que se atreve a usar esas prendas en el Caribe. Parte del encanto de leer a Corín Tellado era aproximarme a costumbres de lugares que se me antojaban lejanos y exóticos. Llegué a imaginar que la escritora era una gran viajera. Y resulta que no. Nuestra Corín apenas salió de Asturias. Aunque, pensándolo mejor y teniendo en cuenta sus gustos literarios, ¿quién dice que perderse en las páginas de Alexandre Dumas no era otro modo de viajar?

Las promesas que no se cumplen, las plegarias que no se atienden o, aún peor, las que sí son atendidas, las diferencias de clases, el embarazo de una adolescente. En sus historias de amor había un poco de todo, también intriga y perversidad, celos, infidelidad, envidia, pero casi todas acababan bien. Un personaje de Juan Forn, de su relato El borde peligroso de las cosas, quería escribir novelas como las de Corín Tellado. Deseaba contar una historia maravillosa, con un final feliz, sin pretensiones de erudición. Una historia sentimental en la que no podía faltar música de violines. Pero el personaje de Forn dudaba. Sabía que una parte del público se resiste a confiar en ese tipo de romances y prefiere creer que, en cualquier momento, la música de los violines será interrumpida por la charanga monocorde de la dura realidad.

Cuando Corín Tellado empezó a escribir sus novelas, España era un país sometido al abrazo de oso que le imponía la dictadura franquista. La modernidad era una dama fugitiva, y la dura realidad, un paisaje oscuro al que había que enfrentarse a diario. Todas sus novelas pasaban por el ojo inmisericorde de la censura del régimen. Un inconveniente que la obligó a buscar atajos para contar las historias que quería contar sin perderse a sí misma en el camino. Eran los tiempos en que Pilar Primo de Rivera dirigía la Sección Femenina de la Falange Española, promoviendo que las mujeres debían someterse a los deseos y las necesidades de los hombres con consejos de este tipo: “Escúchale, déjale hablar primero; recuerda que sus temas de conversación son más importantes que los tuyos”; “Descansa cinco minutos antes de su llegada para que te encuentre fresca y reluciente”; “Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer”.

Corín Tellado decía que su misión era vestir la realidad de fantasía. Por las páginas de sus novelas desfilaban mujeres que salían de una bañera abrigadas con un suave albornoz de felpa, dejando a su paso un halo de sofisticación deseada, con esas sandalias que tienen un tocado de llamativas plumas y, cómo no, alzando una copa del mejor champán. Una exhibición del bon vivant que desconocían la mayoría de sus lectoras. La dosis justa de fantasía para soñar a lo grande y no morir de verdad.

 

 

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