Democracia y Política

Rehabilitación del yo

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A ver, pedazos míos, hagan asamblea y decidan, dice Juan Gelman en una línea de su poemario Hoy.

Y los pedazos de Gelman son sus muertos, sus fieras interiores, sus besos, los otoños que se fueron.

A ver, pedazos míos, hagan asamblea y decidan quién soy; pensé parafraseando el poema original para hacerme la pregunta en serio.

¿Pero quién soy yo?

¿Yo teléfono inteligente?, ¿yo tableta electrónica?, ¿yo información en la nube?

Probablemente dirán que estoy haciéndole al tonto y no me defenderé porque de tonta e insulsa tengo todo pero el lenguaje no, las palabras son tan poderosas que lenguaje e identidad son indivisibles.

Así que bajo el imperio del idioma del iPhone, iPad, iCloud y todos los i pasados o por venir, vale la pena preguntarnos hasta qué punto podríamos estar resignificando el Yo con nuestras prácticas tecnológicas y digitales.

El Yo tiene que ver con la identidad consciente, con saberse a sí mismo; se supone.

El Yo es nominativo, es decir que nos nombra, que nos representa a tal punto que al pronunciar la frase “soy yo” estamos resumiendo nuestra existencia e identidad de forma completa y contundente… se supone.

¿Pero qué pasa cuando mis trozos de identidad están repartidos en diferentes dispositivos electrónicos (si están sincronizados da igual) en una serie de archivos digitales con mis fotografías, mi música, mis contraseñas, mis cuentas de correo electrónico, mis plataformas para comunicarme con familiares, amigos y desconocidos; mi dinero, mi estatus fiscal, mi situación legal?

A ver, pedazos míos, hagan asamblea y decidan, ¿qué tan vulnerable soy?

A ver, pedazos míos, hagan asamblea y decidan qué sería peor ¿perder las llaves del auto, las llaves de la casa o perder el Smartphone?

Parece obvio pero el asunto no es sólo un tema que vulnera la seguridad sino también el proceso consciente, el acto cognitivo de saber quiénes somos y creo que eso es aún más grave. ¿Qué pasa cuando Yo me hago llamar “Justiciera digital” y al amparo de mi nickname con una imagen -que lo mismo podría ser de Afrodita que de la textura de la mierda de mi perro- agredo y opino, critico, descalifico o intento seducir a otro Yo digital?

Esta mañana leí un texto de un profesor, que al referirse a la escritura de sus alumnos adolescentes, titula así: “Mis estudiantes nunca escriben en primera persona. Me gustaría que lo hicieran”; se trata de William Cheng, profesor en Dartmouth College.

Y en un par de líneas que dedica a sus alumnos me hizo pensar en si no estaremos intoxicando al Yo poniéndolo al servicio un personaje digital que se relaciona con otros personajes digitales.

Qué despropósito, por ejemplo, entrar en discusiones con enemigos o jueces virtuales que ni siquiera dan el nombre real y mucho menos la imagen de su rostro: y sin embargo lo hacemos; o yo lo hago, torpemente, impulsivamente, estúpidamente y sin decoro me engancho en peleas con seres nebulosos que activan lo peor de mí y lo peor de ellos: la necesidad de pelear sin causa.

Habrá que desintoxicarnos para aceptar que Yo soy yo y que hacerse cargo de comprender semejante paquete debería ser, ontológicamente, atávicamente, un propósito a favor de elevar nuestra humanidad, nuestra conciencia, nuestra espiritualidad.

No exagero cuando digo que el Yo digital es adictivo y pone hyper, nos induce a un estadazo donde se altera la conciencia poco a poco y de un modo tan sutil, que no nos damos cuenta hasta que no podemos despegarnos del maldito teléfono y arruinamos nuestras relaciones reales, las cotidianas, las de carne y hueso, revisando el teléfono hasta 150 veces al día. (Datos del estudio realizado por la empresa de telecomunicaciones Alcatel-Lucent).

Yo no soy mi cuenta de Twitter.

Yo no soy mi cuenta de Facebook.

Yo no soy mi correo electrónico.

Yo no soy mi Smartphone.

Yo soy yo y apenas logro hacerme cargo de ello… a ratos.

Ponte de pie por ti mismo y asume la responsabilidad de lo que dices. Dice Cheng a sus alumnos y así remata:

Escribir es una transacción íntima entre dos personas y solo puede funcionar bien en la medida en que conserva su humanidad. 

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