República Petrobananera de Chafarotes
Vivimos desde hace tiempo un avatar más del militarismo que se creyó superado
En Venezuela suele hablarse, entre opositores al régimen chavista, de un ser tan mitológico como Fafner (guardián del tesoro de los nibelungos), el dragón de la Cólquide, el mochuelo de Atenea o el unicornio: me refiero al llamado “militar institucionalista”.
¿Ha existido éste alguna vez? ¿No será ya una especie irremisiblemente extinta, como el tigre de Tasmania, el pájaro Dodo o o la quagga, singularísima cebra surafricana cuyo último ejemplar murió en 1844?
Bueno, este señor muy serio es quien dijo que los institucionales andan “arrechísimos” y que en los baños de Fuerte Tiuna aparecen anónimos pasquines pegados con engrudo que dizque recogen un larvado descontento contra los asesores militares cubanos y el cártel de los narcogenerales. Hay variantes más sofisticadas, pero, ¡ay!, teñidas de esa obsesión cartográfica del militarismo latinoamericano, que afirman que en las remotas aguas de Guyana, sobre la fachada atlántica del territorio en reclamación del Esequibo, flota el casus belli que podría desencadenar una reacción de los institucionales que pondrá fin al actual estado de cosas.Lo único cierto, sin embargo, es un creciente y sostenido predominio uniformado en el ámbito de lo civil, ya de suyo convenientemente desinstitucionalizado por Hugo Chávez.
Contando generales retirados y activos, el gobierno de los estados y alcaldías, tanto como el alto funcionariado del Estado, está integrado abrumadoramente por militares de alta graduación que no hablan ni actúan precisamente como juristas expertos en Derecho Constitucional. Tengo para mí que la sublimación de la intentona de Chávez en 1992 como fecha patria, las golpizas que efectivos de la Guardia del Pueblo propinan impunemente a manifestantes y reporteros, los saqueos tutelados por esa misma guardia, la injerencia militar en la fijación administrativa de precios, el contrabando de gasolina, el narcotráfico y, por supuesto, también ese soñar con un militar “institucionalista”, forma todo parte de una misma añeja antropología venezolana que comenzó para nosotros en 1830. Vivimos desde hace tiempo un avatar más del militarismo de chafarotes que el historiador Manuel Caballero creyó, erróneamente, superado en 1904. Tanto así, que Nicolás Maduro, pese a las jinetas de su guayabera de tonos oscuros que buscan semejarse a las de un generalísimo, luce, ¡pobre diablo!, como un rehén de su gabinete verde olivo.
Para ilustración de algún que otro lector que se haya rascado la cabeza al leer el título de mi bagatela, finalizo copiando las acepciones que de la palabra chafarote y unos de sus derivados, trae el Diccionario de Americanismos de la Asoción de Academias de la Lengua Española.
Chafarote: Machete tosco; militar ignorante y grosero.
Chafarotero: Que admira o simpatiza con los militares.
Toda la cháchara opositora sobre militares institucionalistas es, pues, en el fondo, chafarotera.
Por elemental principio civilista, a los demócratas venezolanos sólo nos queda el voto. Si está usted de acuerdo conmigo, entonces sumamos dos más a quienes procuran desalojar a Maduro de Miraflores ganando un referéndum revocatorio antes de fin de año.
@ibsenmartinez